Antes de la crisis, la industria del azulejo y la cerámica tenía cerca de 25.000 trabajadores. Hoy, después de 17 trimestres de crecimiento económico en España, todavía ronda los 15.000. El dirigente de UGT Ismael Sáez me admite que uno de los factores que explican la falta de traslación al empleo de la mejora de rentabilidad de las compañías industriales es el tecnológico. Los hornos de la cerámica hoy, su nivel de automatización y de eficiencia, superan ampliamente a los de hace una década. Algo similar sucede en las ·reas de información y operaciones. ¿Y qué decir de las plantas del automóvil, agroalimentación y electrodomésticos, cada vez más robotizadas?

(Otros motivos de esa falta de traslación del crecimiento industrial al empleo quizás tengan una raíz sociológica, cierto, responden al temor del empresario a equivocar de nuevo el cálculo y repetir las traumáticas experiencias del pasado).

El ritmo de la transformación tecnológica es sustancialmente superior a nuestra capacidad de ordenarla

Las estadísticas confirman la percepción a pie de fábrica de Sáez. La industria manufacturera ha contribuido más al crecimiento del PIB (21%) que al del empleo (7,8%), gracias a sus mejoras de productividad (que no sólo tienen una base tecnológica, evidentemente: la devaluación salarial es un hecho). Reconozcamos, en fin, que estamos contagiados. Como el resto de las economías occidentales. El crecimiento industrial con escasa creación de empleo es uno de los efectos de la era digital, una de sus consecuencias con mayor capacidad de impacto en la opinión pública, como se ha visto en países como Reino Unido y especialmente EEUU, donde se convirtió en uno de los ejes centrales de la campaña que enfrente a Hillary Clinton y Donald Trump.

De nuestra capacidad para orientarnos en el cambio, regular formas de empleo emergentes, como las de la gig economy, y atraer inversiones que pongan en marcha nuevas plantas industriales o relocalicen las que se trasladaron a Asia, dependerá la sostenibilidad del Estado del Bienestar en el futuro. Paradójicamente, de nada de esto se habla en el debate de las pensiones. Y es la clave. Un conocido dirigente empresarial me decía esta semana que si el gestor de nuestro sistema hubiera sido privado 'estaría en la cárcel por estafa piramidal, al estilo Madoff'. Y añade: el Gobierno 'oye, pero no escucha' las advertencias sobre el tsunami digital que se nos viene encima. En realidad, se trata de un problema de la clase política. El ritmo de la transformación tecnológica es sustancialmente superior a nuestra capacidad de ordenarla, pero el problema en España es que ni siquiera hemos empezado a hacerlo.

EUGENIO MALLOL es director de INNOVADORES.