Al principio pensamos que se trataba de un protocolo monárquico: poner una botella de agua a los que no hablan. Luego entendimos que era por lo de tragar saliva. Vaya lío el de anoche en ABC. Lo tenía todo: un buen libro, el antagonismo más atractivo del periodismo español… y José María García en primera fila, midiendo la certeza de cada estocada.

El libro era El jefe de los espías, de Juan Fernández-Miranda y Javier Chicote, periodistas de la casa, sobre el general Alonso Manglano. Un carboncillo muy bien hecho –porque la cosa es oscura– de las cloacas del felipismo. Está escrito como en las películas: en equipo, de madrugada, con material exclusivo y el poder vigilando.

Los antagonistas, claro, Juan Luis Cebrián y Pedro J. Ramírez, en una suerte de debate hasta ahora inédito. De ahí la presencia de un porrón de columnistas, directivos de medios y periodistas. Si faltó alguno, seguro que fue por enfermedad.

En 1981, un grupo de oficiales conspiró para "ejecutar" a Pedro J. y a Cebrián. Les une eso y la pasión por el periodismo. A partir de ahí, comenzó la fiesta. A García los ojos le hacían chiribitas. Parecían las dos estrellas fugaces que Luis María Anson dijo ver en las pupilas de una mujer.

El lío se montó así: los autores del libro pusieron el balón en juego con una definición de Manglano, el jefe de los espías, como un "hombre de moral recta" que "cumplió con eficacia su misión de proteger al Estado". También le atribuyeron haber "modernizado" el Cesid –hoy CNI– hasta "equipararlo con los países de nuestro entorno".

Entonces le dieron la palabra a Pedro J., que pidió disculpas de antemano por tener que debatir con "la sombra de un muerto". Abrió su iPad y lo soltó: "Manglano fue un presunto delincuente con galones que quedó impune por las presiones de Juan Carlos a los jueces".

El director de El Español, que parece haber leído el libro más que sus autores –imaginamos que de madrugada porque no ha faltado a ninguna reunión de portada–, hilvanó una retahíla de "actitudes delictivas" para poner sobre la mesa "el museo de los horrores del felipismo".

Le escuchaba Cebrián, que con la excepción de los GAL, le quitaría mucho hierro al asunto. Entre los dos, Luis María Anson, un árbitro que los hizo reír a los dos con la narración en verso de las proezas de don Juan y con un discurso de Mao recitado de memoria. ¡Era de noche y sonaba Mao en ABC! Pero quedaba mucho camino para que pudiéramos reír.

"Manglano acumuló en década y media en el cargo una montaña de actuaciones indiciariamente delictivas de las que murió impune, pese a haber sido condenado tres veces, gracias a la intervención de Juan Carlos I y a que estos documentos no salieron antes a la luz", dijo Pedro J.

La situación era muy estimulante para el público –todos bebíamos agua– pero incómoda, quizá, para una pequeña parte del respetable: fueron los hijos de Manglano los que pusieron los archivos en manos de los autores y probablemente estuvieran en el auditorio.

Pero no es que Pedro J. estuviera exagerando o novelando; es que el propio Manglano desvela en las páginas del libro sobre la famosa cintateca: “La parte eliminada es mucho más delicada que la reproducida, ya que se trata de acciones propias del departamento que más se acercan a la ilegalidad y que incluso pueden ser netamente ilegales”.

¿Por ejemplo? La famosa entrada en casa de Bárbara Rey –la amante del otro Rey– para destruir pruebas y la intervención de teléfonos de periodistas, entre ellos el de Pedro J. y Melchor Miralles, que también estaba en la butaca.

Julián Quirós –director de ABC–, Juan Luis Cebrián, Juan Fernández-Miranda, Javier Chicote, Pedro J. Ramírez y Luis María Anson. Jorge Barreno

¿A la cárcel?

Pedro J. llegó anoche más lejos que nunca. O por lo menos jamás lo había dicho así: si los papeles de Manglano hubiesen llegado a manos de un juez, "el propio Manglano, Antoni Asunción –ministro del Interior–, Narcís Serra –vicepresidente–, José Luis Corcuera –también en Interior–, Juan Alberto Belloch –ministro de Justicia– y Felipe González habrían sido imputados por graves delitos, desde la prevaricación al asesinato pasando por la malversación de caudales públicos".

Junten los nombres de los ministros y el entonces presidente del Gobierno, métanlos en la coctelera y añádanle la palabra asesinato. Al final del acto, no es broma, cambiaron el agua por el vino y la cerveza.

Pedro J. habló de teatro, apostó por una representación escénica de todo lo que contaba, igual que hicieron en el Teatro del Barrio con lo de Bárcenas. A él, al director de este periódico, le encanta el teatro y lo practicaba en la universidad. Por eso ceremonialmente, al final de cada uno de sus dardos, mencionaba el número de la página del libro que lo atestiguaba. “La financiación ilegal del PP fue un cuento de hadas comparado con este recorrido por el museo de los horrores”, sentenció.

Corcuera, siendo ministro, "mandando paquetes bomba que mataron a un cartero" y las entregas al Rey del dinero de los fondos reservados. Lo primero, lo del cartero, "es defender al Estado". Lo del Rey… de eso nada. De eso no se hablaba. La sombra de Manglano.

Todo esto dijo Pedro J. del jefe de los espías: "Fatuo" –se "pavoneaba en el Club de Berna"–, "chismoso" –"el Rey me ha dicho que le ha tocado un pecho a Bárbara Rey"–, "incompetente" –se enteró de la fuga de Roldán por la prensa–, "dócil criado".

En definitiva, la tesis del director de EL ESPAÑOL fue esta: Manglano tapaba todo lo del Rey y el Rey protegía a Manglano, hasta el punto de presionar al Tribunal Supremo y al Tribunal Constitucional para que "le exoneraran de las dos causas penales en las que había sido condenado".

Manglano –esto lo dice el libro de Fernández-Miranda y Chicote– aceptó estudiar una "actividad operativa que pueda desmontar El Mundo". Como traca final, Pedro J. habló de su vídeo e implicó en la gestación del mismo a Felipe González. Lo contará con muchos más detalles en sus memorias. "Pedro J. Ramírez es un amoral. Esta tarde tendré documentación sobre aspectos de sus negocios", le dijo González a Manglano.

Responde Cebrián

Le tocaba el turno a Cebrián, cuya relación con González fue tan estrecha como la de Pedro J. con Aznar. El morbo estaba servido. Ninguno de los dos se calló. Intentó mediar Anson, el árbitro, con estas palabras: "Se pueden tener visiones totalmente distintas de un mismo acontecimiento y ser ambas exactas".

Luis María había ido a celebrar su reconciliación con ABC y se vio envuelto en un tiroteo del que salió airoso a base de poesía, versos a mujeres hermosas y cantares dirigidos a monarcas, incluido Juan Carlos, al que defenderá hasta el día de su muerte –la de los dos–.

Llegó Cebrián que, irónico, lanzó un dardo de calentamiento a Pedro J.: "Has hecho un buen lanzamiento de tus memorias". Luego, divertido, contó que mantuvo muchas conversaciones privadas con Manglano, aunque no aparecieron en los papeles: "Se ve que no le interesaba mucho lo que le contaba".

El fundador y primer director de El País aportó el siguiente dato: "Manglano fue elegido para su puesto, entre otras cosas, porque no se sublevó el 23-F cuando se lo pidieron".

¡Fíjense si acertaba Anson! Donde Pedro J. vio a un delincuente chismoso y fatuo, Cebrián vio un "admirable defensor del Estado", "un buen profesional enormemente modesto".

"Me llama la atención, Pedro, que te sorprendas de que los servicios secretos sean secretos y de que los fondos reservados sean reservados", contestó Cebrián al poco de tomar el micrófono.

"Todos los Estados del mundo tienen cloacas. Las utilizan para garantizar la seguridad de los ciudadanos", apostilló. También entró Cebrián a criticar que Pedro J. hubiera colocado al felipismo como cumbre de la corrupción: "La financiación irregular más fabulosa fue la de la derecha".

Cebrián, con Manglano y las afirmaciones de Pedro J. en el retrovisor, eligió como ejemplo la vida de un militar mexicano detenido por narcotráfico –entendemos que también espía al servicio del país– y absuelto por su papel de "defensor del Estado": "Existe mucha jurisprudencia similar. Lo de Manglano no es diferente". "Si el mundo fuera transparente, no habría familias, parejas ni instituciones", remachó.

Cebrián, en ese sentido más cerca de Anson que de Pedro J., mencionó la "deuda de gratitud" con Juan Carlos I, pese a las "irregularidades financieras". Sobre el GAL, no hubo discrepancia: el primer director de El País recordó sus diferencias con González debido al terrorismo de Estado –llegaron a dejar de hablarse–.

"Creo que Manglano no se merece esos calificativos, Pedro. No me parece un presunto delincuente. Yo también podría ser un presunto delincuente a ojos del poder. He sido condenado por un editorial, he sido procesado siete veces… Manglano rindió un servicio a este país. Me hubiera gustado que hubieses comentado otros delitos recogidos en el libro, como por ejemplo los de Mario Conde", concluyó Cebrián.

Fue clave que Anson hablara el último. Nos ayudó a hacer la digestión, a divertirnos, a soñar con el amor en verso y a huir de la cloaca. Rieron Pedro J. y Cebrián, que de no haberse alargado –Anson también lo hizo– habrían protagonizado un debate todavía más duro.

Decía Eugenio d’Ors –y dijo anoche Anson– que, en Madrid, a las ocho de la tarde, o das una conferencia o te la dan. Si es tan afilada como esta, que nos la den todas las noches.

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