La decisión unilateral de Twitter -junto a otras plataformas digitales- de suspender la cuenta oficial de Donald Trump ha azuzado el debate sobre los límites de la libertad de expresión en las redes sociales. ¿Sería posible algo semejante en España?

La polémica maniobra contra el aún presidente de Estados Unidos ha sido entendida por muchos como una muestra del poder omnímodo que han alcanzado los gigantes tecnológicos, hasta el punto de que hay quien arguye que se han convertido en una amenaza para las democracias occidentales.

La Unión Europea ha alertado de los riesgos de que una empresa privada se arrogue la autoridad de decidir unilateralmente cuáles son los límites de la libertad de expresión, sin criterios claros preestablecidos y sin derecho de recurso. Y el propio fundador de Twitter, Jack Dorsey, ha admitido que el veto al presidente de Estados Unidos sienta "un peligroso precedente".

En España ya hay indicios que apuntan a cómo la censura se ha ido colando de manera sibilina en redes sociales hasta alcanzar al poder político y/o mediático.

Esta semana, sin ir más lejos, Twitter cerraba la cuenta del sacerdote Juan Manuel Góngora (un párroco almeriense con más de 25.000 feligreses virtuales) y censuraba a un diputado de Vox en la Asamblea de Madrid -Jaime de Berenguer- por utilizar el término "machirulo". Sin olvidar que la cuenta oficial de Vox, el tercer partido más votado del país, fue suspendida en enero de 2020 por una supuesta "incitación al odio". 

El poder de la plataforma es tal que, escudándose en el derecho de admisión, podría cerrar el día de mañana la cuenta de Pedro Sánchez sin que el Gobierno de España pudiera recurrir la decisión. Una hipótesis que, por posible -aunque muy remota-, plantea la necesidad de un debate.

¿Debería haber límites a la libertad de expresión en redes sociales? ¿Cuáles? ¿Quién debería acotarlos? ¿Es democrático que una empresa privada tenga el poder de censurar el discurso del presidente de una nación?  

Donald Trump. Reuters

"Puritanismos"

"La tolerancia no se mide por aceptar aquellas opiniones que nos gustan, sino las que nos disgustan", sostiene el filósofo y escritor Félix Ovejero, que considera que la suspensión de la cuenta de Trump en Twitter es "sin duda" un ataque a la libertad de expresión.

Una libertad que, sin embargo, Ovejero no entiende como absoluta: "No vale todo. Razonablemente, se persiguen delitos como sobornos y amenazas, se castiga la información fraudulenta en medicamentos, la información falsa que busca un perjuicio o la que es veraz pero peligrosa, como la que enseña a fabricar bombas".

Por ello considera "sensato regular el acceso a cierta información", del mismo modo que sucede con "la prohibición de emitir algunos contenidos en horario infantil". Esa regulación, sin embargo, no debería competer a aquellas empresas privadas "no sometidas a control democrático que deciden sobre qué y cómo se debate". "Eso es un poder despótico", arguye.

-¿Y quién debería regular el uso de las redes sociales? ¿El Estado?

-No sé si al Estado le corresponde regular las redes sociales, lo que tal vez se debería hacer es impedir que quede en manos de una empresa regularlas. Hay cosas que no admitimos que queden en manos de empresas privadas. Por ejemplo, impartir justicia.

Si consideramos que estamos ante componentes importantes de la vida democrática, no parece razonable que estén en manos de unos cuantos por el simple hecho de que tengan dinero. Y obviamente, el Estado no es el Gobierno.

El filósofo considera que el debate que debe plantearse ahora es el de la "incompatibilidad entre capitalismo y libertad de expresión": "Vivimos en sociedades en las que, con frecuencia, las dos son compatibles, pero finalmente depende de la buena voluntad de los poderosos; eso es lo que se ha mostrado en este caso, sólo las opiniones que les parecen bien asoman al debate público".

-¿Está la libertad de expresión cada vez más restringida? ¿En este sentido, qué papel han jugado las redes sociales, que en un principio se concibieron como un espacio de libertad y de intercambio de ideas?

-Lo está, pero no creo que sea por las redes, sino por los nuevos puritanismos que tratan de acallar una opinión cuando no les gusta. Para ello, apelan a sus emociones: me provoca, me ofende... No discuten, sino que silencian. Es un guion típico de las religiones y de los nacionalismos, que ahora ha asumido nuestra izquierda reaccionaria.

Aspiran a regular la vida pública (algo que no es malo de por sí, es propio de toda concepción del mundo con vocación pública), pero cuando les pides que lo justifiquen, te descartan como interlocutor: tú no lo entiendes, porque no participas de la fe, de la identidad, o de la singular sensibilidad. Y además exigen que te calles porque les provocas, ofendes, etc.

"Autorregulación"

Entre algunos liberales, abunda el argumento que sostiene que Twitter, como empresa privada, tiene la potestad de decidir cuáles son las reglas del juego. Y en consecuencia, expulsar de la plataforma a quien no las cumpla.

Esta tesis es la que defiende el economista Juan Ramón Rallo, que no considera que la libertad de expresión de Donald Trump se haya visto atacada: "Twitter le ha impedido que se exprese a través de una red social que es de su propiedad, pero sigue teniendo otros canales desde los que hacerlo".

En este sentido, Rallo se pregunta: "¿Antes de que existiera Twitter no había libertad de expresión? ¿Somos libres de invadir la propiedad ajena para expresarnos desde ella o debemos sujetarnos a las condiciones del propietario para usar la plataforma?".

-¿Cuáles deberían ser los límites a la libertad de expresión?

-Salvo amenazas o acoso, debería caber todo. Pero eso no significa que cualquier propietario de un medio de comunicación o de una red social deba tolerar cualquier tipo de expresión de sus colaboradores o usuarios. Es perfectamente lícito que haya línea editorial o normas de uso que marquen límites, dentro de una propiedad privada, a qué puede decirse o a qué no.

Pese a que Rallo entiende que una red social como Twitter es libre de elegir quiénes se expresan en ella y bajo qué supuestos (habla de "autorregulación sujeta a la competencia entre plataformas"), considera que la sanción a Trump es perjudicial a largo plazo: "Si los usuarios de una determinada corriente ideológica perciben un sesgo muy marcado de una red social contra ellos, los incentivos a migrar irán siendo crecientes y eso podría dar lugar a una fragmentación de las redes sociales: red social de izquierdas y red social de derechas; red social comunista y red social liberal, etc.".

Por ello, el doctor en Economía teme que la expulsión de Trump de Twitter pueda "reforzar las cámaras de eco ideológicas y reducir el debate público entre ideologías": "Nos empobrecería intelectualmente a todos; aunque pensemos que los que mantienen una ideología contraria a la nuestra se equivocan de raíz, de los errores ajenos también se puede aprender".

"Discriminaciones"

"La libertad de expresión puede ser objeto de limitaciones cuando de manera clara y directa puede producir daños. En el viejo ejemplo del juez Holmes, no hay un ejercicio legítimo de la libertad de expresión cuando se grita "¡fuego!" en un teatro atestado o cuando se chilla y se provoca una avalancha".

Quien plantea esta reflexión es Pablo de Lora, profesor de Filosofía del Derecho en la Universidad Autónoma de Madrid y víctima de algún boicot por parte de grupos feministas. En su opinión, sólo determinados enunciados performativos pueden suponer un límite a la libertad de expresión.

En este sentido, considera que "algunos de los mensajes de Trump a través de Twitter pueden haber sido instancias de tales incitaciones a la violencia, a la rebelión o a la sedición, y en tal sentido no están amparados por la libertad de expresión". Fuera de estos supuestos, el profesor cree que no hay más barreras: "Hemos de tolerar expresiones que pueden incomodarnos o incluso ofender nuestras creencias más preciadas".

-¿Es peligroso otorgar a una empresa privada, pero con indudable influencia pública, la potestad de elegir a quién se da voz y qué mensajes son violentos y cuáles no?

-Twitter no es una empresa privada de comunicación cualquiera ni una red cualquiera. Ejerce, de facto, un monopolio en ese ámbito y por esa razón las limitaciones que imponga en el ejercicio de derechos básicos deben tener en cuenta esa realidad.

"En Estados Unidos, una universidad privada muy conocida, a la que acudió Hillary Clinton (Wellesley College), no permite la matriculación de hombres, de la misma manera que el club Garrick de Londres no admite mujeres. Una institución pública obviamente no puede hacer ninguna de las dos cosas pues se trata de crasas discriminaciones", arguye.

Por todo ello, Pablo de Lora considera que "la limitación o condiciones del ejercicio de la libertad de expresión, con su subsiguiente sanción o expulsión, no puede ser decidida unilateralmente por Twitter".

"Es impactante"

El poeta y ensayista Enrique García-Máiquez sostiene que el debate que debe plantearse es "el alcance de ese ataque a la libertad de expresión". Y ahí es donde, en su opinión, "hay que sopesar todas las circunstancias": "La privacidad de la empresa, las razones aducidas, la capacidad de expresarse por otros medios, etc.".

Pero el hecho de cancelar una cuenta, asegura García-Máiquez, "sí atenta en menor o mayor medida contra la libertad de expresión". "Como símbolo, desde luego, es impactante", añade.

El poeta no es partidario de la censura, en tanto en cuanto entiende que "el sentido común y la historia demuestran que el mejor medio de depurar opiniones libres es el debate, la contraposición de hechos y opiniones, la argumentación". Y por ello "si unilateralmente y desde fuera de la melé decides qué puede y qué no puede decirse, así como quién puede o no, estás adulterando el mejor sistema conocido para que brille la verdad".

En cuanto a la regulación de la libertad de expresión en redes sociales, García-Máiquez aboga por "las viejas formas democráticas". Esto es, "que sólo los jueces aplicasen, conforme a la ley, restricciones en los derechos fundamentales de los ciudadanos con todas las garantías".

"Por eso no veo grandes diferencias entre que sea el Estado quien la regulase o las propias plataformas, si todo queda en una externalización o no del mismo rasero impuesto por la misma ideología dominante. Me pasa como a los animales asomados a la ventana de la casa de Rebelión en la granja: no distingo unos de otros", añade.

-¿Está la libertad de expresión cada vez más restringida?

-La aprietan por todos lados, pero no la aplastan; está apurada, pero no desesperada; acosada, pero no abandonada; incluso derribada, pero no rematada, parafraseando a Pablo de Tarso. Y ambos hechos deberían llevar al optimismo.

-¿Cómo?

-Primero, porque parece que el intento de impregnar de intrascendencia o frikismo a determinadas opiniones ha fracasado completamente, tanto como para que la censura tenga que salir a escena. Segundo, porque en el mundo actual, es muy difícil acallar las voces, que además, con esos límites, adquieren el prestigio de lo contracultural y el vigor que da nadar a contracorriente.

"Precedente inquietante"

El periodista y escritor Julio Valdeón, residente en Nueva York desde 2005, considera que la censura a Donald Trump por parte de la compañía del pájaro azul "sienta un precedente inquietante, incluso tratándose de un tipo tan amoral".

Lo que le preocupa "es que una empresa privada bloquee a un usuario, no digamos ya al presidente de un país, no porque entienda que difunde contenidos ilícitos, y por tanto tasables ante un tribunal de Justicia, sino porque considera que son, uf, inapropiados".

"Resulta dudoso que su retórica sea delictiva por cuanto no era literal y porque es imposible probar que fuera performativa", argumenta Valdeón. En cualquier caso, y más allá de la calificación penal, "holgaría el debate sobre la libertad de expresión, pues ésta no ampara el delito".

En este sentido, el periodista afincado en Estados Unidos considera problemático que empresas como Twitter o Facebook "puedan tumbar, y de hecho ya lo hacen, a un profesor, un activista, un usuario cualquiera, arrogándose unas competencias, unos privilegios, que no son los de un mero proveedor de contenidos". Acaso porque no deja de ser "peligroso" que "las empresas actúen como magistrados de la moral, censores y comisarios políticos".

-¿Vale todo en nombre de la libertad de expresión? ¿Cuáles son los límites?

-Los límites debieran ser los que los ciudadanos libres e iguales de las democracias liberales nos damos en las leyes, los que marcan y ponderan los jueces. Hay que evitar que las empresas y los gobiernos, inevitablemente contaminados de intereses e ideología, y siempre encantados de cortarle las alas a quien ose contradecirlos, modulen el debate público y, a la postre, coarten la libertad de expresión. 

Valdeón considera que a gente como "Trump, Maduro, Iglesias o Puigdemont" -todos ellos "siniestros bocachanclas"- deben tener acceso a redes sociales para que su discurso "pueda juzgarse bajo los focos, calibrarse con arreglo a criterios racionales y desmontarlo pieza a pieza; no condecorarlo de prestigio gracias a la romántica aureola que confiere la clandestinidad".

"A Trump, igual que a un mierda como Otegi, hay que escucharlo a todo volumen. Y luego vomitar, claro. Hay que vencerlos con las herramientas del pensamiento ilustrado. No censurarlos", zanja.

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