En un par de días, Jorge -nombre ficticio para camuflar la identidad del entrevistado- se reincorpora a su puesto de médico de prisiones. Trabaja desde hace años en una cárcel de Castilla y León. Él y sus compañeros llevan "tres semanas" exigiendo un plan de choque contra el coronavirus... "pero las medidas siempre llegan tarde".

Jorge atiende a unos sesenta pacientes cada día. La consulta es pequeña, "a veces ni puede respetarse la distancia de seguridad". Su armadura contra la infección son "los guantes de siempre", "una mascarilla de las que se consiguen en las farmacias"... "y nada más". "Entramos a pelo, esto es una locura. No llega nada de lo que el Gobierno promete por la tele", relata en conversación con este periódico.

Esa indignación nace, precisamente, de la vestimenta. Los médicos de esta prisión -"y seguro que los de muchas más"- están más cerca del piel roja que del astronauta: "Atendemos a nuestros pacientes casi como de costumbre. ¿Ustedes saben la que se puede montar si entra el virus aquí dentro y empieza a propagarse?".

La crítica de este profesional y de sus compañeros es generosa. No les inquieta contagiarse ellos, sino introducir el virus en el penal: "Algunos tienen enfermedades delicadas, podrían producirse muchísimas bajas".

Jorge y sus compañeros, a día de hoy, tan sólo disponen de mascarillas corrientes, las que pueden encontrarse en el dentista o el centro de salud: "Necesitamos las FFP3, el modelo que de verdad es eficiente para evitar contagios".

"¡No pedimos tanto!"

Este equipo, en concreto, está formado -entre doctores y enfermeros- por casi una decena de personas. "De momento, nos han dado un par de gafas antisalpicaduras y seis delantales. Escasean incluso las mascarillas quirúrgicas, porque debemos tirarlas a la basura después de estar con cada preso", detalla este profesional.

"De verdad, no pedimos tanto... ¡Por favor, que desinfecten los pomos de las puertas, los teclados, los ratones, los ordenadores! Es que eso tampoco está ocurriendo", suplica Jorge visiblemente nervioso.

La "indignación" es supina. Este médico y sus compañeros se reunieron con sus superiores hace ya tres semanas. "Vimos la que se venía encima. No nos hicieron ni caso. Su respuesta fue: 'Os avisarán desde Madrid'. Pasados siete días, volvimos a intentarlo. ¿Sabe cuál fue la respuesta? La mayoría de responsables está de vacaciones porque había que gastar los días pendientes del año pasado antes del 31 de marzo", reitera este médico penitenciario.

El riesgo en una cárcel, razona Jorge, "es mucho más alto de lo que la gente piensa": "La movilidad es alta. Los reclusos tienen permisos, hay vis a vis, entran voluntarios, abogados, curas, bailarines, profesores de talleres...". Los médicos exigieron la restricción de todo ese tránsito hace varios días, pero la decisión no llegó hasta este sábado.

El día a día en el penal

"Sabemos que ha habido motines en algunas cárceles... Aquí no ha ocurrido. Pero sí puedo decir que los presos están muy nerviosos", narra Jorge. ¿Y eso cómo se refleja? En el economato. "Se están produciendo peleas en la cola. Acuden a por el café como si mañana fuera a acabarse para siempre".

El trabajo del médico penitenciario también entraña un alto componente administrativo: "Redactamos muchos informes. Tanto forenses como jurídicos. Manoseamos una gran cantidad de papeles todos los días. Ése es otro riesgo".

"Somos un cuerpo diezmado. No convocan oposiciones. Nos apañamos entre tres y el de la guitarra", se queja este médico. Tras su insistencia, se han aplicado algunas medidas preventivas en el día a día de la prisión. Generalmente, los presos comen todos juntos, "se sientan muy apretados y en bancos corridos": "Ahora la distancia es mayor y hay más turnos de comida".

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