Córdoba

“Cuando le he deseado suerte, me ha dado las gracias y me ha tocado. De verdad. Así, mira”. Y la señora agarra el brazo de su amiga. Con fruición, apretando los labios. Es cierto. Albert Rivera la ha tocado. Levemente, como a cualquiera de los presentes, pero ella, unos sesenta años y recién salida de la peluquería –este dato está por confirmar–, novela ese instante y lo estira cada vez más. Conviene abstenerse de la versión final. Otro tanto ocurre con Gregorio. El jersey naranja de este hombre lleva estampada una fotografía: “Somos Albert y yo. Aquí está su firma”. Como si fuera un candidato más, se coloca a sólo un par de metros del presidente de Ciudadanos en el momento del mitin.

Albert Rivera ha puesto los pies en Córdoba al filo del mediodía. Su coche ha aparcado, probablemente por azar, en el Paseo de la Victoria. Un nombre muy electoral. También muy de Franco. Aunque nada de eso. La placa tiene su origen en un convento de hace varios siglos. Le esperan varios afiliados, los aspirantes de la circunscripción y un señor africano que, ni a buenas ni a malas, le dice: “Haga algo, que estoy en paro”.

La ciudad que patea este jueves es la única capital de provincia que un día gobernó el Partido Comunista. Triunfó Julio Anguita con su califato rojo. Dos modelos distintos, dos maneras. Al exalcalde lo siguen parando por la calle, pero él rechaza las fotos. Asevera que no es un político “whiskero”. Rivera, en cambio, apenas puede avanzar. Acepta los selfies, las notas de voz por encargo para “mi hijo Rafa, que no ha podido venir” y los besos. Muchos besos. Como los de aquella señora, que sigue diciéndole a su amiga que Rivera le ha tocado.

Casi a escondidas, "Rivera, sí mujé, el de la tele y el Congreso" aprovecha un instante para recolocarse el flequillo. Ciudadanos dispone de un escaño por Córdoba en el parlamento andaluz y aspira a “duplicar o triplicar” el domingo los resultados cosechados aquí en 2015. El número uno en las listas por esta provincia es Fran Carrillo, que no Santiago. Un apellido elegido al dedillo por si algún comunista se lía con las papeletas.

Lo difícil no es llevar a Rivera a un lugar, sino sacarlo. Gregorio, la señora y un par de hombres que le estrechan la mano compulsivamente se arremolinan en torno a su coche a la hora de partir. No hay manera de charlar con el presidente de Ciudadanos. Por lo menos aquí.

Gregorio, admirador de Rivera afincado en Córdoba. D.R

La trastienda de Rivera

Un trozo de carretera, un polígono industrial, una entrevista en un periódico regional… Y Albert Rivera abre su trastienda de campaña para este periódico en un pequeño jardín. Poco antes de salir hacia Antequera. Penúltima etapa. Por la noche le toca Granada.

Quien más ha mandado en las andaluzas de Cs no ha sido el líder naranja, sino su profesor de tenis. Le hizo una dejada poco antes de empezar la campaña. Una dejada tan perra que le supuso una rotura fibrilar de casi dos centímetros y medio en el gemelo. Por eso ha habido que ir en coche a todos los sitios. De puerta a puerta. Los primeros días –él emplea otra expresión– estaba muy jodido.

-Oiga, pero dos centímetros y medio es mucho, ¿no?

-Me asusté un poco, la verdad. El médico me pidió reposo absoluto durante seis semanas, pero va a ser que no. A las pocas horas estaba en Alsasua. Los fisios hacen milagros, ¿sabes?

-Está claro, entonces, que el suyo no es de Vox.

-Es uno muy bueno, que me está ayudando mucho. No le he preguntado por su ideología pero, por como me trata, parece estar más cerca de nosotros –se ríe–.

El café con leche de Rivera tras el paseo. D.R

Han pasado cuatro semanas de las seis que, supuestamente, Rivera iba a dedicar al reposo: “Pensaba que no llegaría al final de la campaña, pero aquí estoy. Vamos a celebrar cinco actos en tres días”.

Dejando la política a un lado, en un ratito de sol y en esta ciudad, por cierto, repleta de naranjos, Rivera confiesa que, sin hacer deporte, se sube por las paredes. Sus compañeros de partido, conscientes de ello, le regalaron una guitarra por su 39º cumpleaños, el 15 de noviembre.

-¿Y la toca?

-Me he puesto a recuperar acordes –de niño estudió algo–. Practico con vídeos de Youtube. Voy cogiéndole. Poco a poco.

Le gusta la música. Se sueña Freddie Mercury en esta “Little Córdoba called love” –y si no díganselo a aquella señora–. Sobre todo después de haber visto Bohemian Rhapsody, que acaba de estrenarse: “Me escapé al cine el otro día. La recomiendo. Es muy buena. ¡Parece que estás en Wembley!”.

Las memorias de Agassi

Rivera –esto ni lo dice ni lo confiesa él– debe de estar cansado de hablar de política. En el café tras el paseo, las cámaras le han pillado charlando con un compañero de partido acerca de un bulo que corre sobre el lugar de nacimiento de Antonio Machado.

-¿Qué lee estos días?

-Acabo de empezar las memorias de Agassi. Llevaré unas sesenta páginas… Resultan duras, pero muy buenas. Aprovecho algunos ratos muertos en el coche. Netflix también me ha salvado un poco en los días de la pata tiesa.

Rivera escribe con la mano derecha, pero juega a tenis con la izquierda. El centro llevado al extremo. Su faceta de instagramer le delató escuchando a Andrés Calamaro este miércoles camino de Jaén.

-¿Escuchar a Calamaro en una campaña andaluza no es como el McDonald’s del PP?

-Soy un loco del flamenco, me dicen que incluso demasiado. Ese flanco lo tengo muy cubierto. Por cierto, acabo de estar en el concierto de Pablo López –de Fuengirola– y dentro de poco iré al de Raphael –de Linares–. ¿Me comparas un big mac con Calamaro? Eso es criminal. Andrés y Los Rodríguez están en la esencia de muchos españoles. Conste que yo también como en el McDonald’s de vez en cuando, pero en Andalucía es mejor el espeto, el salmorejo o la porra antequerana. ¡Incluso sale más barato!

-¿Y qué más música suena en este coche? –es un Audi negro, con los cristales tintados–.

-Para eso soy bastante ecléctico –este adjetivo no es licencia literaria, lo ha soltado así, tal cual–. Me gusta la buena música, no los estilos concretos. Llevo una lista de Spotify. Hay flamenco, música española, pero también U2, Bruce Springsteen, Queen…

"The times they are a-changing"

Del califato rojo ni rastro. O eso es lo que quiere Rivera: “Como decía Dylan, los tiempos están cambiando”. El recibimiento ha sido “espectacular”. Un adjetivo que se ajusta al paseo por las calles moriscas, teniendo en cuenta que un anciano se ha presentado a bordo de una bicicleta poblada de banderas, cámaras y un reproductor musical incrustado. “La gente ha sido muy cariñosa, pero por ser justo diré que percibí lo mismo en Jaén, Málaga, Sevilla o Cádiz. Andalucía sienta muy bien a Ciudadanos. Quizá por motivos personales. Inés nació aquí, la familia de Villegas es de Almería; la mía, de Málaga… Al PP, en cambio, se le ve más desubicado”.

Rivera firma el chaleco de una señora en Córdoba. D.R

-¿Lo dice porque su candidato susurra a las vacas?

-Susurran a las vacas y luego se las comen en el McDonald’s. Más allá de las bromas: conocer esta tierra ayuda a que la gente te sienta más cercano.

-Una última pregunta: cuando firmó el “pacto del abrazo” con Sánchez, ¿realmente hubo un abrazo además del apretón de manos?

Rivera, como si le hubieran preguntado por Vox, hace la cobra, pero detalla el cambio de opinión de Pedro Sánchez: “Nosotros acordamos defender la Constitución y bajar los impuestos. Él ha virado del pacto del abrazo al pacto de la cárcel. ¡Es una metamorfosis! Por eso no le dejan venir a Andalucía. Sus aliados no gustan a los votantes que el PSOE conserva en esta tierra. Por eso crecemos también a su costa. Creo que Susana le ha dicho a Pedro que no venga, que se vaya a Cuba, que no pise mucho Andalucía”.

Albert Rivera parte rumbo a Antequera. Tiene ganas de que llegue el domingo. Los sábados no le convencen: “Has hecho el examen, pero todavía no tienes las notas”.

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