Lleva más de 30 años dedicada a la política, pero Cristina Cifuentes (Madrid, 1964) no tiene vivienda en propiedad ni ahorros ni dinero en paraísos fiscales. Por no tener, no tiene ni siquiera un vehículo a su nombre. La ruina política y personal a la que la expresidenta de la Comunidad de Madrid tiene que hacer frente desde que sus enemigos la sacaron de la vida pública de la forma más miserable posible es todavía de dimensiones impredecibles. Ella misma ha definido sus sentimientos a su entorno más cercano: "Me siento vapuleada y sin fuerzas. Es demasiado doloroso y brutal".

Hija de militar y ama de casa, Cifuentes es la séptima de ocho hermanos. Madre de dos hijos veinteañeros, Cristina y Javier, se casó hace más de tres décadas con Javier Aguilar, un arquitecto devorado por la crisis económica. Ella misma desveló hace unos meses en el programa de Bertín Osborne parte del drama familiar al que ahora también tiene que hacer frente: "Mi marido ha estado en el paro mucho tiempo. No ha ingresado un duro porque lo invertía en el estudio de arquitectura, pero le deben mucho dinero".

Desde que llegó a lo más alto de la política, Cristina Cifuentes se convirtió en el sustento de esa familia que llegó a vivir en las instalaciones de la Delegación del Gobierno durante su época al frente para poder sufragar con la nómina las abultadas deudas del negocio de su pareja. Una vez que llegó a la Puerta del Sol cuando ganó las elecciones, se alquiló un piso en el madrileño barrio de Malasaña. Es el refugio que ha encontrado ahora para intentar recomponerse de "tantos ataques, tantas y tantas mentiras" que precedieron a su entierro definitivo como política.

En la declaración de bienes que presentó a la Asamblea cuando fue nombrada presidenta de la Comunidad de Madrid, declaró tener en la cuenta corriente 26.392 euros. Pero ella misma ha confesado en programas de televisión posteriores que "en mi cuenta corriente debo de tener 900 euros". "Ni un duro", remarcan desde su círculo más cercano al mismo tiempo que subrayan que "Paco Granados escondía un millón de euros en el altillo de la casa de su suegro y Nacho González, además del ático, millones en paraísos fiscales". Sin embargo, quien se ha ido de la manera "más denigrante posible ha sido ella, por dos cremas de 40 euros. Si no hubiera removido el pasado... seguiría aquí", se lamentan ahora algunos de los que animaron a la exbaronesa a sacar todos los trapos sucios que se encontrase en los cajones de la Comunidad de Madrid.

Por encima de todas las cosas, a Cifuentes le ha obsesionado siempre su trabajo y la política. Llevaba más de 30 años militando en el Partido Popular, un partido que en los momentos más duros le ha dado literalmente la espalda. La mayor decepción se la ha llevado del presidente Mariano Rajoy, que no tuvo ni el detalle de telefonearla para pedirle que se marchara y envió en su nombre a María Dolores de Cospedal.

Ella era la primera que llegaba al despacho todos los días y la última en irse. Ni siquiera disfrutaba de unos días de vacaciones porque "su mejor divertimento era estar trabajando, en el despacho o en el partido". Pero de nada sirvieron tantas y tantas horas dedicadas a mejorar la vida de los madrileños. Ella siente que toda su carrera profesional ha sido borrada de un plumazo por un "linchamiento sin precedentes" que no han sufrido "ni delincuentes como el Dioni". La primera vez que faltó a una reunión fue en Semana Santa, cuando su imagen ya empezó a destruirse a una velocidad de vértigo por el escándalo del máster.

Vestida de Zara, no de Prada

Cifuentes ha mantenido como filosofía de vida que no necesita mucho para vivir y siempre ha defendido que podría volver en cualquier momento a su puesto como funcionaria a la universidad pública. Ironías del destino. De momento mantiene su escaño en el Parlamento autonómico, un puesto que le permite estirar un año más un buen sueldo (3.500 euros mensuales) y ser aforada al menos hasta mayo de 2019, cuando se celebrarán las próximas elecciones. Ella todavía no tiene claro si seguirá como diputada rasa hasta el final de la legislatura. Es consciente de que a la dirección nacional del Partido Popular tampoco le gusta la idea de que mantenga el escaño "que sí le permitieron a Isabel González", la hermana del expresidente detenido en la Operación Lezo, recuerdan los defensores de la expresidenta.

Tras viralizarse el vídeo del robo en el supermercado, se extendió también el falso mito de que Cristina Cifuentes era "una señora vestida de Prada robando". Es cierto que a la expresidenta le gusta la moda e ir bien vestida, pero en su armario predominan prendas de Zara, Mango o Adolfo Domínguez, marcas de cabecera de la mayoría de las españolas.

"Cuando pierdes el miedo a la muerte"

"Cuando pase el tiempo quizá vea las cosas de otra manera", se confiesa Cifuentes a su círculo más cercano. Ella espera que esta enorme herida no supure toda la vida. Todos, hasta sus rivales políticos, coinciden al describir el capítulo final de la vida política de la expresidenta madrileña: "No se merecía irse así. Ha sido una buena presidenta que no ha robado. Y ha gestionado bien. Pero tenía demasiados enemigos encerrados en el armario", se lamenta abiertamente un contrincante.

Cristina Cifuentes intenta como puede sobreponerse a su fatídico final político. La madrileña que hace tan solo dos meses parecía bien posicionada para disputar el liderazgo del Partido Popular a Mariano Rajoy sobrevive aplicándose a sí misma las lecciones que aprendió del accidente de moto que sufrió hace cinco años, el que casi le cuesta literalmente la vida. "Aprendes a relativizar. Lo peor no es el dolor. Lo peor es el miedo. Cuando pierdes el miedo a la muerte se lo pierdes a todo", decía siempre que hablaba de aquel trágico episodio. Pensar en aquellos días en la UCI, cuando se perdonó a sí misma de todo, es la única experiencia que le puede ayudar para superar algún día su cruel lapidación política en plaza pública.









Cristina Cifuentes dimite como presidenta de la Comunidad de Madrid