Desde Celia Villalobos, nombrada en el año 2000 por José María Aznar, hasta el saliente Salvador Illa, un total de trece personas en apenas veinte años han ocupado el ministerio de Sanidad. Catorce si sumamos a quien sustituya al aún ministro de una cartera que, haciendo una analogía con la materia de la que se ocupa, goza de mala salud.

Por el edificio del Paseo del Prado, situado justo enfrente del célebre Museo, han pasado políticos del PP y del PSOE que antes o después han corrido suertes políticas dispares.

Sanidad fue, a la postre, la última etapa de las carreras políticas de la popular Ana Mato, quien dimitió en 2014 tras ser imputada en la trama Gürtel. O de la socialista Carmen Montón, obligada también a renunciar en septiembre de 2018, apenas aterrizada tras la moción de censura de Sánchez contra Rajoy tres meses antes, tras descubirse que había plagiado su tesis universitaria.

No a todos los fue tan mal. Elena Salgado, la primera ministra de Sanidad de José Luis Rodríguez Zapatero, cartera que recibió de manos de Ana Pastor tras las elecciones de 2004, terminaría abandonando el cargo en 2007 para ascender primero a ministra de Administraciones Públicas y después, ya en pleno comienzo de la Gran Recesión, a vicepresidenta económica. 

Las vacas locas 

Pastor fue la primera médico de profesión que llegó al ministerio del ramo. Lo hizo en 2002 después de una profunda remodelación del Ejecutivo acometida por Aznar, una de cuyas víctimas fue Villalobos, en aquel momento una figura en alza del PP, tras haber sido años antes alcaldesa de Málaga.

Celia Villalobos. Gtres.

La crisis por el llamado mal de las vacas locas terminó llevándosela por delante. Para la historia quedó -justo ahora que ha participado recientemente en un concurso televisivo de cocina- su consejo a los hogares españoles de no consumir caldo con huesos de vacuno. Un hito ministerial que desató una comprensible alarma social. 

Volviendo a la etapa de Zapatero, el científico independiente Bernat Soria llegó con grandes expectativas al ministerio, en el que no duró ni dos años completos. Por el camino, varias informaciones del periodista Arcadi Espada pusieron seriamente en entredicho su crédito académico.

Soria resultó no haber sido decano de la Facultad de Alicante, como afirmaba en su currículum oficial; ni haber trabajado con dos premios Nobel con los que blasonaba de haberlo hecho; ni haber recibido una "medalla de oro de la Real Academia de Medicina", distinción que ni siquiera existe. 

Más fugaces aún fueron los mandatos de las dos últimas ministras de aquel gobierno socialista: Trinidad Jiménez y Leire Pajín. El relevo entre ambas se produjo cuando Zapatero envió a la primera a conquistar la Comunidad de Madrid frente a Esperanza Aguirre. Una misión que encalló casi antes de empezar en 2010, cuando un resistente Tomás Gómez, a la sazón líder de los socialistas madrileños, se enfrentó al aparato del PSOE y ganó, derrotando en unas sonadas primarias a Jiménez. 

La gripe A

Sanidad, bastante vaciada de competencias para entonces, tras el traspaso de las competencias a las diez autonomías que aún no las tenían en época de Aznar, fue el ministerio que implementó entonces la histórica ley antitabaco y que tuvo que hacer frente a la gripe A. Zapatero llegó a autorizar un crédito de más de 300 millones para vacunas ante aquella pandemia, que finalmente no afecto tanto a nuestro país como en un primer momento llegó a pensarse.  

Ana Mato. EFE

Desde la llegada de Mariano Rajoy a La Moncloa en 2012 hasta la actual pandemia, los ministros populares no corrieron mucha mejor suerte. No se puede decir que las carreras de Alfonso Alonso ni de Dolors Monserrat despegasen precisamente tras su experiencia ministerial. El primero, de hecho, ya está retirado de la política. En cuanto a la ya citada Ana Mato, tuvo que afrontar la crisis del Ébola y las duras críticas de la oposición por la misma, tantas veces recordadas este año por Pablo Casado.

Tras confirmarse el primer caso en nuestro país, el de la enfermera Teresa Romero, cuyo perro Escálibur fue sacrificado en medio de grandes protestas de grupos animalistas, Mato protagonizó una rueda de prensa el 7 de octubre de 2014 que evidenció hasta qué punto el suyo era (y es, como ha quedado de manifiesto ahora) un ministerio vaciado de competencias. Acompañada de altos cargos tanto de Sanidad como de la Comunidad de Madrid, la ministra apenas tomó la palabra entre evidentes gestos de desbordamiento. 

Lo cierto es que la historia posterior pone de manifiesto que Sanidad ha sido considerado siempre un ministerio menor, algo que ahora cambia por completo.

Lo demuestra el hecho de que hace apenas un año Podemos mostró escaso interés por una cartera que fácilmente podrían haber obtenido en el reparto del gobierno de coalición. Y lo demuestra fehacientemente también la atribución de competencias que, gracias a los poderes del estado de alarma, ha tenido que hacer el Gobierno central para poder tener margen de maniobra ante un envite sin precedentes como el de la Covid-19.

Ahora, sin embargo, el perfil de quien sustituya a Illa es una de las decisiones en las que más mimo tiene que poner Sánchez. Ser ministro, o ministra, de Sanidad ya no es cualquier cosa. 

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