En la (magnífica) película Drive, el protagonista interpretado por Ryan Gosling viste una chupa con un alacrán consagrado en la espalda. Es un guiño, un reminder, a la fábula del escorpión y la rana que determinará el porvenir del personaje. Érase una vez un escorpión que quería cruzar un río y convenció a una rana de que, si iba aupado a ella, no la picaría porque entonces morirían ambos. Ya en medio del camino, tras picarla y antes de morir ahogado, se disculpa el artrópodo: “es que es mi naturaleza”. En la política española (menos magnífica) es Pablo Iglesias el alacrán. Lo suyo es puro determinismo; aunque lo intente, nunca logra zafarse de sí mismo, de lo que es; se enreda constantemente en su propio laberinto.

Bien vale para ganarse un buen puñado de votos el esfuerzo de Pablo Iglesias de presentarse como adalid masculino de la causa feminista. Es, en teoría, el aliado perfecto. Sin embargo, desde que Iglesias es Iglesias no deja de rodearle la polémica de sus actitudes machistas. Ahí está ÉL en el cartel de vuELve tras su baja de paternidad; ahí está ÉL en la fotografía junto a Errejón y a Espinar con un irónico Nosotras colgado de la pared; y ÉL es el que llamó “Menina” a Soraya Sáenz de Santamaría y que dijo que azotaría hasta que sangrase a la periodista Mariló Montero. Es el alacrán machista de Iglesias picando a su rostro feminista. Y si alguien pensaba que fueron gazapos, ha vuelto a aparecer.

Este viernes por la mañana el actual vicepresidente segundo del Gobierno ha roto -por fin- su silencio en torno al tema de la tarjeta de Dina Bousselham. Para los que no estén al día en este thriller político, a la que fue asistente de Iglesias le robaron el teléfono móvil, en 2015, con contenido político e íntimo de ella. A principios de 2016, le dieron una copia del contenido del móvil a Iglesias. Pero, lejos de entregársela inmediatamente a la afectada, el líder de Unidas Podemos se la guardó para sí entre seis meses y más de un año. ¿Por qué? es la pregunta que lleva tiempo zumbando. Pero ahora que se ha pronunciado, el revuelo generado ha sido mayor que el que se tenía por su silencio.

De izquierda a derecha: Dina Bousselham, Pablo Iglesias, Alexis Tsipras y Teresa Rodríguez. E.E.

“Yo, cuando examino el contenido y veo lo que hay ahí, tomo una decisión, que es no someter a Dina Bousselham a más presión”, ha dicho Iglesias la mañana de este viernes ante los micrófonos de Radio Nacional. “Habían salido varias informaciones que decían que teníamos una relación (...) eso le supuso a Dina una presión enorme. Entonces, veo ahí que hay un serie de fotografías íntimas”, ha añadido. “Cuando empiezo a ver algunos de los contenidos que se publican en OkDiario le digo: esto es lo que tienen”, ha dicho, sobre el momento en el que sí consideró oportuno devolverle la tarjeta.

Pero sigue. “Imagínese lo que supone para una mujer de veintipico años saber que esas fotos íntimas suyas acaban en manos de OkDiario, de Villarejo, de los periodistas de Interviú, de periodistas de El Confidencial, de periodistas del diario El Mundo... lo que puede significar que una información tan personal y tan íntima está en manos de esa gente, y lo que ha tenido que pasar Dina durante estos años”.

El mero hecho de que Iglesias tome unilateralmente la decisión que afecta a otra persona hace que sea un caso de paternalismo de manual. Pero el problema para él es que además entra en juego la cuestión de género y entra también una relación de poder: él es el hombre y el jefe de su asistente de “veintipico” años. Con todos esos elementos, él y sólo él, decide mantener en su posesión fotografías íntimas de ella, sin contar con su consentimiento, y toma por ella la decisión de cómo enfrentarse al problema del que ella es víctima. Esto hasta las teorías más primitivas y menos complejas del feminismo lo calificarían como machismo. Así, Iglesias parece dejar el bando de los aliados y pasarse al bando de los jefes que ponen ojitos a la becaria.

La Menina Santamaría

Ésta, sin embargo, no es la primera polémica machista en la que se ha visto envuelto Iglesias. El tema es algo que le acompaña, es ese alacrán picándolo todo. En la misma entrevista en Radio Nacional el vicepresidente ha descartado dimitir y ha dicho que sí participaría en una comisión de investigación en el Congreso de los Diputados, como piden algunas formaciones, si también van a ella personajes como Jorge Fernández Díaz, Mariano Rajoy o Soraya Sáenz de Santamaría para hablar de las cloacas.

Sáenz de Santamaría, a la derecha, en el debate previo a las elecciones de 2015. Dani Pozo

Curiosamente Sáenz de Santamaría, la que fue vicepresidenta del Gobierno con Mariano Rajoy y acumuló poder como Dick Cheney, fue una de las primeras víctimas del tono machista de Pablo Iglesias. Fue poco antes de las elecciones generales del 20 de diciembre de 2015, más o menos a la par que le robaban a Dina Bousselham el teléfono móvil en el Ikea de la localidad madrileña de Alcorcón, y un mes antes de que le dieran a Iglesias la tarjeta que decidió guardarse.

En un acto de campaña en Málaga, ante 600 personas, Pablo Iglesias dijo que el Partido Popular había puesto en marcha una operación para que la próxima presidenta del Gobierno fuera Soraya Sáenz de Santamaría, logrando el apoyo de Ciudadanos y sacrificando a Mariano Rajoy. Su motivación para pensar aquello era que la vicepresidenta estaba adquiriendo un protagonismo inaudito, recuerden, participando en los debates electorales, en actos, entrevistas e incluso apareciendo en la cartelería.

Sin más, Iglesias no tuvo el menor reparo en denominar a ese movimiento, que luego se demostró infundado, con el nombre de operación Menina. En referencia al cuadro de Velázquez, Iglesias obvió que esa persona de la que hablaba era una de las más importantes del Estado y no hizo sino calificarla, a una mujer con poder y posición, según su apariencia física. Cuando se le preguntó a Iglesias si el apodo no era demasiado, él se limitó a responder que era un nombre que había salido de las propias filas del PP, como si eso sirviera de legitimación.

En este caso, fue la propia Sáenz de Santamaría la que salió a defenderse -algo que, por ejemplo, Dina Bousselham no parece capaz de hacer, según la opinión de Iglesias-. “Creo que, en el término, Iglesias estuvo, si me lo permite así, un poquito machista. Creo que si es un hombre no se dice operación Menino”, respondió al vicepresidenta en Radio Nacional. “Les pediría que no sean tan sexistas en el lenguaje. Iglesias utiliza un lenguaje muy sexista, y por el lenguaje también se le cala a la gente su manera de ver y de opinar sobre la mujer”, añadió Sáenz de Santamaría.

El polémico gesto de Monedero con la vicepresidenta saliente. E.E.

Ella misma fue, años después, en 2018 víctima de un nuevo machismo. Aunque esta vez no fue por parte de Pablo Iglesias sino de su escudero Juan Carlos Monedero. El día en el que prosperó la moción de censura contra Mariano Rajoy, en el Congreso de los Diputados Monedero agarró por los hombros a Sáenz de Santamaría mientras le decía que se alegraba de que la echaran del poder. Ella, visiblemente incómoda, intentaba romper con esa cercanía que había impuesto el hombre, que además aparecía como fuerte en la imagen al no dejarla ir. Monedero acabó pidiendo disculpas por ello después de que le criticaran hasta entre sus filas.

“Pacto de patriarcas”

Y es que aquello del machismo no sólo es una excusa que se pueda utilizar políticamente para denostar a Pablo Iglesias y los suyos. Se trata de una crítica que le han hecho en numerosas ocasiones, de manera interna, gente de la propia formación morada. Una de las más sonadas ocurrió en abril de 2018, en una imagen que pasará a los anales como una paradoja con personalidad propia.

Aquel mes Iglesias fue a la sede de Podemos en la calle Princesa de Madrid a presentar las listas para las elecciones en la Comunidad de Madrid, en cuyas listas, por cierto, también aparecía Dina Bousselham. A su lado estaban Íñigo Errejón y Ramón Espinar y, de fondo, un cartel en el que se leía Nosotras que había sido colocado ahí a colación de la huelga feminista que tuvo lugar en marzo. La imagen que quedó es demoledora: tres hombres, que acumulan el poder, con la bandera de un Nosotras de fondo sin que haya siquiera representación femenina.

“Tristemente, nos encontramos una vez más con que la participación política se hace en ‘pactos de patriarcas’, en despachos o ‘reuniones carentes de transparencia’ de los que somos excluidas el resto de la militancia”, criticó entonces el círculo madrileño de Feminismos de la formación morada. Su propio Podemos calificó aquello de prácticas “masculinas y machistas” y llevó consigo un toque de atención: “La política feminista no es decir ‘somos feministas’, consiste en un cambio radical en la manera de hacer esta política más plural, más humana y diversa”, criticaron en un comunicado.

Errejón, Iglesias y Espinar con el 'Nosotras' detrás. EFE

Un año más tarde, en marzo de 2019, ese ruego se vio que había quedado en nada. Cuando Iglesias y su pareja, Irene Montero, tuvieron a sus primeros hijos, ambos padres se turnaron en los permisos de paternidad. Primero, ella. Después, él. Iglesias estuvo entonces tres meses fuera de juego en los que fue Montero la que ocupó la cabeza del partido.

En un all in al personalismo, el cartel con el que se anunciaba el regreso de la paternidad de Iglesias, en un momento en el que su figura estaba desgastada, tenía un título en el que parecía en mayúsculas la palabra VUELVE. Dentro de esa palabra, las letras EL estaban de otro color. Es decir, “él vuelve”. Sólo le faltaba la tilde. Esto rápidamente se interpretó como un gesto machista. Con ese toque en la figura masculina, representada por el EL, no sólo se hacía alarde de personalismo sino que además denostaba la labor que había hecho Montero al frente de la formación los meses que ÉL no había podido ocuparse de liderar. Además, el incidente tenía lugar unas semanas después de la marcha del 8-M. 

Iglesias acabó pidiendo disculpas por ello, así fue su brillante reaparición, igual que también pidió disculpas por la foto del Nosotras. Y es que el actual vicepresidente segundo del Gobierno suele dedicar bastante tiempo a pedir disculpas por su tono machista. Se le podrá aplaudir por rectificar, desde luego, igual que no se podrá negar el machismo que subyace. Es What lies beneath, el título de la película que en España se ha traducido como Lo que la verdad esconde, de Michelle Pfeiffer y Harrison Ford.

Los azotes del macho alfa

En la entrevista que este viernes ha concedido Pablo Iglesias a Radio Nacional, el vicepresidente segundo del Gobierno cuenta que el momento que él decidió que era el adecuado para entregarle la tarjeta a Dina Bousselham fue cuando vio que se estaban publicando parte de los contenidos que había en la misma. En esos días de 2016, empezaron a aparecer en la prensa capturas de pantalla de un chat de Telegram interno de Podemos.

En un inicio se pensó que esa filtración podía haber venido por parte del excomisario José Manuel Villarejo, quien tenía una copia del contenido de la tarjeta. Sin embargo, en la investigación por parte de la Audiencia Nacional para esclarecer lo sucedido ha quedado probado que fue la propia Dina Bousselham la que compartió esas capturas de pantalla, por lo que el abanico de posibles filtradores se ha vuelto más grande.

Según ha declarado Villarejo en sede judicial esta misma semana, Dina Bousselham filtró las conversaciones para “demostrar que (Iglesias) es un machista, un manipulador”. El motivo, según Villarejo, quien representa en sí todo lo que significan las cloacas, es que se trataba de un despecho. Independientemente de las causas no probadas, esas capturas de pantalla del grupo interno de Telegram muestran, de nuevo, a un Pablo Iglesias profundamente machista.

Dina Bousselham, a la izquierda, con su abogada Marta Flor. EFE

Una de las conversaciones filtradas versa sobre la entonces periodista de Televisión Española Mariló Montero. De ella dice “la azotaría hasta que sangrase”. Y añade: “Esa es la cara B de lo nacional popular… un marxista algo perverso convertido en un psicópata”. Como para apuntalar, el siguiente mensaje que manda Iglesias es el emoticono del mono que se tapa los ojos. Estos comentarios profundamente machistas fueron denunciados por Mariló Montero ante el Instituto de la Mujer e Iglesias acabó, cómo no, pidiendo perdón de nuevo.

Pero hay más. También la propia Bousselham aparece en uno de los chats que ella misma difundió. En el grupo de Telegram decía que estaba siendo acosada por un compañero de formación al que, según se puede leer, el resto de miembros del grupo parecía conocer. Mientras que algunos de los partícipes en la conversación intentan buscar una salida, digamos, diplomática al asunto, como llamarle la atención, Iglesias estalla. “Le voy a romper la boca”, dice en un mensaje. “Vais a ver lo que es un macho alfa cuando acosan a alguien de su grupo”, añadía en otro. Ahí, de nuevo, el alacrán picando a la pobre rana.

Este es el colofón a los greatest hits, a los grandes éxitos, de las salidas de tono machistas de Iglesias. Pero hay más, aunque han pasado desapercibidos. En 2016 una periodista de EL ESPAÑOL le hizo una pregunta que no le gustó e Iglesias respondió metiéndose con su vestimenta. Ese mismo año, el PSOE le llamó machista cuando Iglesias dijo que la “feminización no tiene nada que ver con que los partidos políticos tengan más mujeres en cargos de representación”. Y, recientemente, el pasado mes de mayo, Iglesias fue entrevistado por Matías Prats y Mónica Carrillo en Antena 3. Durante la entrevista ignoró a la periodista femenina saludando, despidiéndose y apelando únicamente a su compañero hombre.

Pero esta cuestión del machismo no es ahora la principal preocupación del vicepresidente segundo del Gobierno. Tras los cambios de versión que Dina Bousselham ha llevado a cabo en la Audiencia Nacional, las sospechas recaen sobre él. Según indican, a él la tarjeta de Dina le llegó en perfecto estado pero cuando ella intentó acceder al contenido, no pudo hacerlo, estaba parcialmente quemada. ¿Fue Pablo Iglesias el que destruyó la prueba? La respuesta a esa pregunta es la que puede hacer que el vicepresidente acabe frente al Tribunal Supremo.

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