Con el sol de la mañana, Anabel y Álex se despiertan rodeados de montañas verdosas y abruptas, y de aguas turquesas y cristalinas. Cada día, unas tortugas se acercan al casco de su velero, El Intrépido, a modo de buenos días. Luego, cuando escuchan desde tierra que alguien del mercado de Sainte-Anne sopla una caracola, la pareja se monta en una pequeña zodiac y acude al pueblo, de no más de 200 habitantes, a comprar pescado fresco recién sacado de las redes de los lugareños. 

Pero Anabel y Álex, que llevan desde el 3 de febrero con su velero fondeado frente a la isla de Martinica, territorio francés en mitad del mar Caribe, deben tomar una decisión: retornar a España o continuar con su vuelta al mundo, para la que tenían pensado emplear tres años de sus vidas. 

“Tenemos que decidirnos en el plazo de un mes. En junio llega la temporada de huracanes y esta es una zona de riesgo”, explica Álex, un empresario castellonense de 47 años y patrón de El Intrépido.

“Ningún seguro se hace cargo de nuestro velero si decidimos dejarlo aquí y acceder a tierra. O buscamos un país cuyas aguas nos sirvan de refugio y en las que instalarnos, o tendremos que volver a casa. La cuestión es dónde resguardarnos. Con el paso de las semanas, el virus está llegando hasta el último lugar del planeta”.

La isla de Martinica, montañosa y de origen volcánico, es territorio francés de ultramar, por lo que forma parte de la UE. La descubrió Cristóbal Colón en 1502. Francia, de quien depende políticamente, se hizo con ella en 1635. Anabel y Álex se rigen ahora por las medidas tomadas por Macron, el presidente galo, que este lunes prolongó el confinamiento hasta el 11 de mayo.

Al fondo, el pueblo de Sainte-Anne, en la isla de Martinica, donde la pareja hace la compra. Cedida

En Martinica, esta pareja española comparte las aguas que hay frente a Sainte-Anne con alrededor de otros 500 barcos. Dos de ellos son propiedad de parejas españolas. Una de ellas, de Ibiza. La otra, catalana. Los tripulantes pueden bañarse en mar abierto pero sin distanciarse más de 15 metros de su embarcación. También están autorizados a practicar una hora al día de deporte en tierra y hacer la compra a diario en los puestos del pueblo.

“Hay muy pocos casos de contagio en toda la isla, pero los hay. Cada día nos enteramos de uno o dos más”, cuenta Anabel, una sevillana de 34 años que trabajaba como enfermera en Mallorca y dejó su plaza durante un tiempo para “vivir un sueño”

“En los supermercados hay que hacer colas larguísimas porque sólo permiten entrar de diez en diez. Pero sabemos que somos unos privilegiados. Somos conscientes de que en España la situación es muy grave. Yo hablo con antiguas compañeras y me cuentan que lo están pasando mal. También estamos en contacto telefónico con nuestras familias, que nos explican, y tenemos conexión a internet”.

Anabel y Álex partieron el 6 de diciembre de 2019 del puerto de Burriana, en Castellón. Tras una escala en Gran Canaria y luego otra en Cabo Verde, continuaron su singladura por el océano Atlántico hasta llegar a Martinica. Entre Cabo Verde y su actual destino pasaron 15 días en alta mar. Les acompañaban otros seis tripulantes, con cuyos pasajes se costean parte del viaje. 

Anabel y Álex a bordo de la zodiac con la que se desplazan hasta tierra desde su velero. Cedida

A bordo de El Intrépido, de 15 metros de eslora, 4,5 metros de manga y 2,10 metros de calado, cruzaron el Atlántico sin problemas. Aunque más lentos de lo que pensaban porque hubo días sin viento. Ese leve retraso les permitió pescar y bañarse en mitad del océano. En la más absoluta de las libertades. 

Pero la pandemia que asola el mundo les ha cambiado los planes. La pareja tenía pensado cruzar el canal de Panamá, navegar por el Mar de Filipinas, llegar a Australia, continuar hacia el sur de Asia, alcanzar Madagascar, remontar el Cabo de Buena Esperanza -uno de los más peligrosos del planeta- y ascender hacia Europa por la costa occidental de África.

Sin embargo, la situación que vive el mundo les genera mucha incertidumbre. La pareja baraja varias opciones. Panamá, con sus fronteras cerradas y las cifras de contagios creciendo a diario, lo ven como un lugar complicado para fondear: los indios kunas, a cuyas islas pensaban acercarse, están presionando para echar a los visitantes. Una posibilidad es navegar hasta Trinidad y Tobago, donde la situación sanitaria está controlada. La otra alternativa es volver a España. Anabel y Álex decidirán en las próximas semanas qué hacen. 

“Tenemos que esperar a ver cómo evoluciona todo. Si decidimos retornar a casa, pospondremos la vuelta al mundo para el año que viene”, explica Álex, que tiene una hija de una relación anterior. “Lo que no sabemos es si la podremos hacer como la teníamos planteada. Estoy convencido de que esta pandemia va a cambiar las políticas fronterizas de los países, que no van a ser tan laxos con gente como nosotros para entrar y salir de sus aguas”.

Mientras se deciden, Anabel y Álex acudirán a comprar pescado fresco cada vez que escuchen el bufido de una caracola.

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