"El pan del invierno se consigue en la campaña de Francia", dice Roque Marín. Pero, y si ahora en aquel país no les dejan hacer la campaña, ¿qué pasará?, pregunta el reportero. "Pues a ver de qué comemos. De octubre a marzo vivimos de los ahorros que nos traemos de allí arriba. Sin ellos, en pueblos como el mío se pasará hambre. Hambre con todas las letras".

Roque está preocupado. Se le nota en el gesto. A sus 52 años, este vecino de una pequeña localidad de la sierra gaditana, Alcalá del Valle, lleva “más de media vida” emigrando a Francia. Cada primavera, con el macuto a cuestas y el alma rota por dejar en casa a su familia, Roque marcha al país vecino para servir de mano de obra del sector agrícola galo. No vuelve al hogar hasta principios de octubre. Este año todo apunta a que será muy distinto.

Roque Marín, de 52 años, es vecino de Alcalá del Valle (Cádiz). Marcos Moreno

Para dar de comer a sus tres hijos, este temporero ha tenido que perderse parte de la niñez y la adolescencia de los chicos. Roque recoge melocotones, manzanas, mandarinas o albaricoques en fincas del sur de Francia. Cada día, trabaja ocho, nueve, diez horas. En ocasiones, también fines de semanas y festivos. El año pasado se las pagaron a 10 euros y unos cuántos céntimos. Con el esfuerzo que realiza allí, aquí ha costeado los estudios de sus hijos. A la última, que estudia Magisterio en Málaga, le sigue pagando el alquiler del piso.

Pero hace unos días, Roque recibió una llamada que no esperaba. Era su patrón en Francia. “No vengas por el momento- recuerda Roque que le dijo-. Aquí hay alcaldes y vecinos que no os quieren. Ni a vosotros ni a los portugueses. Yo cuento contigo, tienes mi confianza, pero a ver si se soluciona la situación y se reabre la frontera”.

Aquella llamada descolocó a Roque, cuyos únicos ingresos actuales son los 420 euros que recibe del subsidio agrario. “Con eso no tengo ni para comer, pagar la luz o el agua. Si Francia no nos quiere, tendré que tirar de los poquitos ahorros que tenemos en mi casa”.

El hombre tenía previsto llegar el domingo de la semana pasada a Corbère, un pequeño pueblo de los Pirineos franceses. Iba a empezar a trabajar este próximo martes esclareciendo ramas de melocotoneros con el fin de que la fruta que se deja en el árbol siga engordando unas semanas más. Pensaba ganar cerca de 2.000 euros mensuales, un sueldo inalcanzable en los campos de hortalizas y frutas de España.

Pero la pandemia provocada por el coronavirus Sars-Cov-2 ha echado al traste sus planes. Francia, con más de 13.000 muertos a sus espaldas desde el inicio de la crisis sanitaria, ha cerrado sus fronteras, dejando sin jornales a los temporeros del otro lado de la cordillera pirenaica.

El año pasado fueron a Francia alrededor de 14.000 jornaleros españoles. La mayoría de ellos, unos 10.000, procedían de Andalucía. 1.200 eran vecinos de Alcalá del Valle, el pueblo de Roque. Otros procedían de localidades próximas como Puerto Serrano, Algodonales, Olvera o Bornos. También de localidades como Málaga, Córdoba o Sevilla. 

El interior de la provincia de Cádiz, donde escasea el empleo, sin apenas industria y con pocas salidas laborales para la población que tiene menor formación académica, es una de las zonas del país que más personas envía año tras año a la campaña francesa.

“Aquí nadie tiene la peste”

Ahora, si nada lo remedia, el hambre, como dice Roque, volverá a instalarse en las casas de muchos de sus vecinos, quienes capearon mejor que otros la crisis del ladrillo justo por su tradición emigrante.

Pese a que Francia, al igual que España, permite la recogida de productos agrícolas, el país galo ha decidido prohibir la entrada de mano de obra española para trabajar en sus campos. Ni siquiera un contrato sirve a los temporeros de salvoconducto. Es una medida idéntica a la que España ha tomado con respecto a Marruecos, que cada temporada envía a miles de jornaleros a nuestro país para recoger la fresa en Huelva.

“Francia nos trata como apestados”, se lamenta Roque, cuyos padres y tíos también trabajaron durante décadas en los campos de Francia u Holanda. “Pero les digo una cosa: aquí nadie tiene la peste y allí también tienen miles de muertos. Yo entiendo que esto no es sencillo de resolver. Pero si en ambos países se puede trabajar en el campo, lo mejor sería que nos dejaran subir”.

Años atrás, por estas mismas fechas, pequeñas localidades del sur de Francia como Ille-Sur-Tet, Corbère, Lafrançaise o Saint-Féliu-d'Avall comenzaban a recibir a cientos de españoles que iban trabajar en sus plantaciones agrícolas.

Grupo de temporeros de Alcalá del Valle (Cádiz), en Bélgica, en 1999. Cedida

Pero este año fueron muy pocos los temporeros que consiguieron llegar antes del cierre de la frontera. Y no se les recibió como antaño. Algunos vecinos de esas poblaciones, según ha podido saber EL ESPAÑOL, llegaron a llamar a los gendarmes franceses para alertar de la llegada de jornaleros españoles y portugueses.

En los últimos días la situación se ha tensado. Varios alcaldes de poblaciones francesas se están movilizando para evitar que lleguen los temporeros del sur. Por el momento, lo están consiguiendo. Los jornaleros se están quedando en sus casas. Saben que no pueden acceder a suelo galo.

Desde sus pueblos, personas como Roque leen con interés y desasosiego las noticias de la prensa local francesa. Políticos galos cuestionan la llegada de vecinos de localidades como Alcalá, donde un brote del virus en una residencia geriátrica ha matado a ocho ancianos.

El regidor de Alcalá del Valle, Rafael Aguilera (IU), explica a EL ESPAÑOL que si con el paso de los días la frontera no se abre al menos para los temporeros que tienen contratos con empresas de Francia, se pondrá en contacto con alcaldes de pueblos como Ille-Sur-Tet o Saint-Féliu-d'Avall, donde se concentran los alcalareños.

“Necesito saber de primera mano qué está ocurriendo”, dice Aguilera. “Mi pueblo, en gran medida, vive de sus emigrantes. Si no se les permite pasar a Francia, tendremos que hacerles ver a las distintas administraciones españolas, como Junta de Andalucía y Gobierno central, que las casas de mi gente se van a llenar de miseria”.

Alcalá cuenta con una cooperativa local que exporta espárragos a países de media Europa. Tras varias semanas cerrada, ha vuelto a retomar la actividad en los últimos días. Aunque no al 100%. Sólo se está recepcionando y almacenando el producto, que después se envía a otra cooperativa granadina para su manipulación y distribución.

Numerosos vecinos de Algodonales, en Cádiz, viajan hasta Francia cada campaña de recogida. Marcos Moreno

Tras el brote detectado en el pueblo, donde sólo viven 5.100 habitantes, el alcalde prefiere tener cautela y evitar una mayor circulación de personas. “De todos modos, nuestra cooperativa no es capaz de asumir a todos esos jornaleros que se marchan cada año a Francia”, explica Rafael Aguilera. “Hay que buscar una solución para ellos. Y cuanto antes, mejor”. 

Melodi y Juan, sin poder regresar a Francia

En Algodonales, un pueblo vecino de Alcalá, también hay temporeros que pasan la mayor parte del año residiendo en distintos puntos de Francia. Es el caso de Melodi Luna, de 25 años, y de su pareja, Juan Francisco Guerrero, de 28. Tienen residencia en Lafrançaise, un pueblo de 3.000 habitantes en el sur del país. Pasan allí entre 10 y 11 meses al año.

Melodi y Juan tienen una niña de tres años. A finales de enero volvieron a Algodonales a descansar un par de meses y ver a la familia. Pensaban retornar a principios de abril. En Francia los dos trabajan en un vivero junto a un hermano de Melodi, una cuñada, los padres de ambos y otro amigo del pueblo. Ahora no pueden hacer el camino de vuelta.

Tenemos la vida hecha allí desde hace cinco años. No tiene sentido que no nos dejen volver”, explica Melodi. Ella y su chico cobran una prestación europea por desempleo. A finales de año se les agotará. “Allí no nos falta el trabajo. Es más, para venirnos, nos buscamos a alguien que nos sustituya. ¡Y fíjate, ahora nos vemos en esta situación tan complicada!”, exclama Juan Francisco.

Esta semana, el Gobierno ha aprobado que los parados españoles y los extranjeros residentes en el país con permisos temporales puedan trabajar como temporeros. Cuando se le pregunta a Melodi si ella y su pareja estarían interesados en acogerse a esta medida, la joven no se muestra muy animosa. “Yo no me niego a ir a cualquier finca de aquí, pero prefiero mantener el sitio en Francia porque ganamos más. Aquí, el trabajo en el campo está muy mal pagado”.

Un operario traslada espárragos en la cooperativa de Alcalá del Valle (Cádiz). Marcos Moreno

“Francia nos trata como leprosos”

Es tal la tradición jornalera en esta zona de Cádiz, que en 1995 la guardería temporera de Alcalá del Valle albergaba a 500 niños que comían, jugaban y dormían allí. Mientras, sus padres se ganaban el jornal en un país que no era el suyo.

José Márquez, de 43 años, nació en Alcalá a finales de la década de los 70 del siglo pasado. Él vive ahora con sus tres hijos y su mujer en Setenil de las Bodegas, a 8 kilómetros de su pueblo natal.

José, al que apodan el Canario, emigró por primera vez a Francia en 1997. Este año tenía previsto marchar allí a finales de abril. Pero, como a Roque Marín, su patrón también le ha llamado para que no haga el viaje en balde.

“Me dice que cuenta conmigo. Que si no puedo echar allí cuatro meses, que eche dos o tres”, cuenta José. “Pero yo estoy preocupado. Me temo que este año no habrá campaña en Francia para los españoles. Como ya te habrán dicho por aquí, con ella nos ganamos el pan del invierno”.

El Canario tiene varios amigos de su misma quinta que pasan por una situación similar a la suya. Necesitan los jornales. Uno de ellos es Juan Redondo, de 45 años. Está soltero. Empezó a emigrar a Francia con 16 años. En estas fechas ya tendría que estar allí junto a su hermana y su cuñado, que tienen dos hijos, uno de ellos todavía en edad escolar.

José Márquez tiene 43 años. Reside en Setenil de las Bodegas. Su patrón lo llamó para que no viajara a Francia. Cedida

“En Francia luce trabajar en el campo. En cambio, aquí en Andalucía los jornales no dan ni para tabaco”, explica Juan, apodado el Ratón. “Pero no entiendo por qué Francia nos trata como leprosos. Se nos podrían hacer pruebas antes de entrar al país para ver si estamos contagiados. Si no, pues a trabajar como siempre”.

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