Pongámonos serios. Elevemos la sostenibilidad al día a día. Y haremos un mejor uso de lo que nos enseñan quienes verdaderamente saben de esto. Pero sobre todo, convertiremos nuestro pequeño mundo en más sostenible, como un grano de arena que unido a otros es capaz de crear un planeta mejor. Grano a grano.

Así las cosas, hay muchas que no parecen tan trascendentes, pero que transforman nuestra actitud cotidiana. Por ejemplo, un tema, el agua –sí, el agua del grifo–, ese que no nos atrevemos a pedir en los bares y en los restaurantes. ¿Por qué no?

Compruebo que lo hacen los más jóvenes. ¿Pero nosotros? Los mayores nos conformamos con la botella, que según el lugar será de cristal o –qué horror aún– de plástico. Pocas veces he escuchado pedir el vaso, parece que ofendes a los camareros.

He dicho botella de plástico y no, no vale. La verdad es que, en mi descaro, cada vez que alguien me la ofrece, la rechazo. El mes pasado, incluso, fui a dar un par de clases dos viernes seguidos y como el primero me colocaron en la mesa la susodicha plástica, el siguiente me llevé la mía térmica que casi siempre acarreo.

Y ojo que hay quien se lava la conciencia con los modernos bricks, que no sé si serán mejores o peores, pero siguen contaminando. No sabría decir si más o menos. Pero sí que su contenido en plástico polietileno, aluminio, cartón, así como los cierres de plástico que a veces llevan, hace bastante más complejo su reciclado. Ojo.

Y siguiendo con el plástico, menos mal que ahora existe una mayor presión para eliminar los de un solo uso. Pero, oye, que sigo yendo al supermercado y continúan ofreciéndome bolsas, que serán reciclables y lo que quieras, y costarán unos centimillos, pero son plástico.

Y yo, mientras no me digan que no, pues ahí sigo la mayoría de las veces olvidando las de tela o las que tengo en casa de otras compras, que es cierto que uso para la basura.

Creo que necesitamos el corte radical que se dio, por ejemplo, con la ley antitabaco. Mucho protestaron en su día los fumadores. Pero ahora, ¿quién se atreve a encender un cigarrillo en un bar? No haré más preguntas, señoría. Y ya puestos alabo algunas iniciativas, como la del Ayuntamiento de Barcelona de prohibir fumar en las playas. Aún recuerdo la pesadilla de mis niñas pequeñas cogiendo algunas encontradas en la arena.

En el capítulo de la cotidianeidad, la ropa es otra de esas inquietudes que deberían tornar en normas de obligado cumplimiento. El tema en sí da para más de una de las columnas que ya he escrito. Solo diré que de sostenible tiene poco pensar que compras algo barato, muchas cosas baratas, que total cada puesta te sale a euro y quince veces que te la pones y a la basura. Como el frotar, el usar y tirar se debería acabar.

Llevar la sostenibilidad a todo, en todo y durante todos los días de nuestra vida es un ejercicio prácticamente imposible, dicen, y seguramente es así. Desde luego puede ser un incordio y además caro. Vale. Pero necesario.

La sostenibilidad en el cine

Por eso hace días aluciné escuchando al director de documentales sociales, Miguel Ángel Tobías, que por cierto es el creador de esa fórmula televisiva que es “lo que sea por el mundo”, que empezó como Españoles por el mundo y que ha sido archicopiada por tierra, mar y aire.

Tobías es siempre sorprendente. Ya realizó la primera película totalmente sostenible, El secreto de Ibosim, con huella de carbono cero. Los vehículos usados fueron eléctricos; la comida, ecológica y de kilómetro cero; no se utilizó plástico, ni se construyeron decorados, ni se produjo ropa, porque toda era reciclada o de segunda mano.

Pero esta última aventura me pareció aún más sostenible. Por su vocación de trascendencia. Por su objetivo de cambio social sistémico. Por su misión de realizar la transformación social. Atendiendo a los tiempos, se trata de una serie que inicia el movimiento Generación Sliving, donde living es viviendo y la S que podría ser de muchas cosas es curiosamente de sostenibilidad.

El proyecto arranca con una web serie documental destinada a un público menor de 35 años. Aunque el director asegura que nunca le ha gustado “separar a las generaciones por edades, esta apela a todas las personas independientemente de clases, edad, educación… el único requisito es estar preocupados y dispuestos a mejorar la vida de las personas y la sociedad”.

Por ello, "va a contar historias de seres anónimos, como homenaje a quienes hacen cosas buenas". Su vocación es la de generar un efecto espejo, a través de estos testimonios que más que de influencers será de referentes.

Desconocidos, pero también conocidos, incluso de personajes reconocibles, que no protagonizarán por causa de su popularidad, sino por la que puedan alcanzar sus actos y compromisos ligados a la sostenibilidad. Muchos “Tobías” necesitamos.