Clemente Cebrián y Lola López se conocieron en El Ganso, marca de la que él es cofundador. Poco a poco empezaron a indagar en eso de la sostenibilidad y descubrieron que sí se podían teñir los tejidos de manera natural, sin químicos.
Una cosa llevó a la otra. Una sesión de fotos en Jarandilla de la Vera (Cáceres) llevó a descubrir las tierras tabaqueras sin usar. Eso, les acercó a los pigmentos de índigo, que les llevó a ver cómo los fijaban al textil. Luego pidieron ayuda a quienes saben de verdad, porque vieron que les tocaba ponerse a cultivar. Y así dieron con la planta mágica: la Persicaria tinctoria.
En resumidas cuentas, esa fue la lógica detrás del proyecto por el que ambos dijeron adiós a la marca en la que trabajaban juntos. Era principios de 2022 y la curiosidad —esa que dicen que mató al gato— a ellos los llevó a plantar índigo en campos en desuso.
"Fue un proceso largo de prueba y error", cuenta Cebrián, CEO y cofundador de Tintoremus Studio, mientras enseña a ENCLAVE ODS sus cultivos.
López, que ostenta los mismos cargos que su compañero de aventura, confiesa que fue un proceso arduo y complejo, pues tuvieron que empezar "de cero". En España, dicen aún sorprendidos los dos, "esto no se hacía".
Cebrián y López muestran sus cultivos a un grupo de periodistas; visten parte de la colección de Tintoremus, tintada con pigmentos naturales.
Vamos, que tuvieron que aprender desde el inicio —ellos que eran de ciudad y no tenían lazos directos con el mundo agrícola— a encontrar la variedad de índigo que mejor se adaptase al clima español y, dentro de nuestro país, dar con las condiciones climatológicas y de terreno óptimas.
"Irnos fuera no entraba en nuestros planes; no hubiese tenido sentido el proyecto", admite Cebrián. Por eso, primero les tocó experimentar con pequeños cultivos en Cantabria o Castilla y León.
Hasta que dieron, por casualidades de la vida, con Santa María de las Lomas, una pedanía del municipio de Talayuela, al noreste de la provincia de Cáceres.
Extremadura azulada
Allí, en la vega del río Tiétar, con las montañas de fondo, encontraron las condiciones óptimas de humedad para cultivar Persicaria tinctoria. Y lo hicieron sin perjudicar a los cultivos que ya existían: tabaco y pimiento para producir pimentón, los dos principales productos que rotan en las tierras de esta comarca tradicionalmente tabaquera.
Era principios de 2024 y el ingeniero agrícola Pablo Prieto, miembro de una familia agricultora de la zona, se unía al proyecto para que los cultivos de índigo llegasen a buen puerto.
"Esto no hubiese sido posible si los jóvenes agricultores de la zona no hubiesen apostado por nosotros", confiesan Cebrián y López.
Pablo Prieto muestra el tinte natural que salen de las hojas de índigo al estrujarlas.
Las tierras se las arriendan a un joven de la zona que convenció a su familia de que era una manera provechosa de rotar cultivos. Ahora, sus plantas de Persicaria tinctoria conviven con los cultivos de tabaco y pimiento de la zona, y con alguna que otra mala hierba con las que, dice Prieto, tienen que tener mucho cuidado.
Y es que el proceso de cultivo y recolección del índigo es sumamente delicado. "Si se cuela algo que no es la planta, se puede llegar a echar a perder el producto final", indica.
Por eso, su compañero, José Anta, gerente de extracción y almacén de Tintoremus Studio, también presta mucha atención a las hojas que llegan del campo: "Cuantas más impurezas tengan —es decir, aquello que no sea Persicaria tinctoria—, menos índigo sacaremos", cuenta.
Artesanía y mimo
Allá en Santa María de las Lomas se encuentran las instalaciones donde van a parar las hojas de índigo cuando se recolectan. Proceso que, por cierto, tienen bastante automatizado: "Ya tenemos una cosechadora", dicen Cebrián, López y Prieto con ilusión cuando abren las puertas del antiguo taller mecánico donde se encuentra Tintoremus y señalan su nueva adquisición.
Las hojas de índigo mientras infusionan.
A medio camino entre marca y laboratorio de experimentación, sus instalaciones son modestas pero concienzudas. Dos grandes tanques, que a simple vista parecen piscinas gigantes, les permiten poner a remojo las hojas de índigo y dejarlas fermentar con el propio calor del sol.
"Esta parte del proceso es clave", indica Anta. Y dura al menos 24 horas, dependiendo de la temperatura. "Cuanto mejor fermentado esté el té de índigo, mejor será el pigmento final", explica.
Cebrián y Prieto observan el proceso de activación del color.
Una vez esta suerte de infusionado termina, el agua, filtrada para que no pasen ni hojas ni restos de tierra con ella, se pasa a una piscina gigante donde se le añade cal. Y ahí empieza la magia, en la que en tiempo real se puede observar cómo los pigmentos de índigo se activan y el agua se torna azulada.
De ahí, continúa explicando Anta, el líquido añil vuelve a filtrarse en el proceso de secado. "Con unas planchas, se ejerce presión, el agua se filtra y las partículas de índigo se quedan pegadas a las placas", sigue.
Anta muestra el proceso de encalado, en el que se activan los pigmentos de índigo.
"Se dejan secar al aire (o en un horno) y ya está, tenemos el pigmento natural", dice mientras hace una demostración de cómo funciona esa plancha manual que, cul acordeón plegado, presiona para que el agua escupa un barro azulado.
El líquido que no se ha evaporado por el camino vuelve limpio a una de las piscinas, donde se almacena para volver a utilizarse.
Tintado textil
Ese producto final es el que se incorpora en el proceso de producción de los tintes y prendas de Tintoremus. Cebrián y López reconocen que al principio solo iban a producir los primeros, pero llegó un momento en el que se dieron cuenta de que necesitaban mostrar el resultado de manera tangible.
López muestra denim teñido con tintes naturales de granada.
Así, en realidad, nació Tintoremus, que en diciembre de 2024 creaba su primera colección de tintes naturales y este mismo 2025 sus propios productos denim teñidos con su propio índigo, gracias a una colaboración con Tejido Royo.
Lo más complejo de todo, admiten los fundadores de este proyecto, fue encontrar tintoreros que quisiesen "meterse en este lío". Pues, recuerda López, "el índigo es un tinte que lo mancha todo, así que la máquina que se use para teñir solo puede dedicarse a este pigmento".
Pero lo hicieron, en Portugal, donde envían los tejidos a teñir para, luego, devolverlos a España donde se acaban de confeccionar las prendas.
Ahora, además del índigo, experimentan con otros colores e ingredientes, como la cáscara de cebolla o de la granada.
