En Tebrio, explica su CEO y cofundadora, Adriana Casillas, "criamos en masa insectos" que luego pueden usarse en la industria agroalimentaria. Sin embargo, sus inicios estuvieron lejos del sector biotecnológico en el que ahora se mueve con soltura: la carrera profesional de esta salmantina se inició como violonchelista, y es que una de sus grandes pasiones es la música clásica.

Sin embargo, ella misma reconoce que "independientemente de lo que hayamos estudiado, en ningún momento nos podemos identificar por aquel título que tengamos colgado en nuestra pared". Y este Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia quiere recordarnos precisamente eso: "Podemos ser lo que queramos". Todo es, asegura, cuestión de formación y trabajo y, sobre todo, de "dejar atrás nuestros propios prejuicios". 

A pesar de ser la CEO de una biotecnológica, su vocación era la música clásica. ¿Cómo da una violonchelista ese salto del arte a la ciencia?

La música clásica es una de mis pasiones, pero otra preocupación que he tenido siempre han sido todas las cuestiones relacionadas con el cambio climático y con cómo hacer algo positivo de mi paso por la Tierra. En realidad, volví de Estados Unidos después de terminar allí mi posgrado en música clásica y después de haber gestionado varias iniciativas, me surgió la posibilidad de poder sacar adelante el proyecto de Tebrio. Cambié el mejorar la vida de la gente a través del arte a hacerlo a través de la ciencia. Pero creo que el denominador común soy yo misma, mis inquietudes como persona, no como profesional músico o dirigiendo una empresa de carácter científico.

Imagen de una instalación de Tebrio. Tebrio

Históricamente, las mujeres en la ciencia han sido invisibilizadas.

Te voy a ser completamente sincera, no creo que sea una cuestión de invisibilidad ni en cuestiones científicas ni en cualquier otra, sino más bien cultural. Se ha demostrado que las mujeres somos las que mejores resultados académicos tenemos, estamos presentes en muchas carreras relacionadas con ciencias de la vida –en otras más mecánicas, como ingenierías, no tanto–, pero, honestamente, no creo que sea una cuestión de que se nos ha invisibilizado, sino de que nosotras tenemos nuestras propias tendencias. Soy la primera que trabaja por la igualdad, pero es que también somos libres de elegir, y muchas veces si no elegimos una ingeniería, por ejemplo, es decisión propia. Porque sí elegimos carreras como medicina.

¿Y eso no sucede por cuestiones culturales?

¿Esto puede venir dado porque desde pequeñitas nos compran una muñeca en vez de una retroescavadora? Puede que sí, pero a lo mejor también es porque a nosotras la ciencia nos ha diseñado de una manera diferente, y nuestras perspectivas –a lo que nos queremos dedicar, lo que nos gustan o nuestras tendencias– son diferentes.  Y, honestamente, no conozco a ninguna mujer que si es buena en lo que hace por el hecho de ser mujer alguien no le haya dado las mismas oportunidades que a los hombres. Esa no es la cuestión. La cuestión es que nuestro reloj biológico –y esto es ciencia– es diferente al de los hombres: nosotras llegamos a una edad en la que nuestra propia naturaleza –muchas de ellas– nos puede pedir un cambio de vida, a los hombres no les pasa. 

Eres la primera mujer española presidenta de la Plataforma Internacional de Insectos para Alimento Animal y Humano (IPIFF, por sus siglas en inglés). ¿Qué implica para la visibilidad de las mujeres en la ciencia?

De alguna manera enseña al resto de mujeres que quien quiere tiene las puertas abiertas. En realidad, yo no me he encontrado problemas por ser mujer, pero sí por ser joven. Eso sí, si hay mujeres que tengan dudas sobre si pueden llegar a puestos así, ya sea por cuestiones sociales o culturales, igual el mío puede ser un liderazgo positivo para empujar a las demás a que vean que si quieren pueden, porque las únicas que nos estamos poniendo trabas somos nosotras mismas. Las oportunidades están ahí fuera. Somos las únicas que podemos decidir si quiero o no quiero, así que espero que esa representatividad que me ha ofrecido IPIFF pueda ayudar a las mujeres a atreverse.

"Yo, como mujer, valgo exactamente igual que puede valer un hombre"

¿A qué retos se enfrentan hoy las mujeres que quieren destacar en la ciencia o la biotecnología?

Se enfrentan a los mismos que los hombres en cuestiones de currículum, pero aparte de eso vuelvo a insistir en lo mismo: el mayor reto somos nosotras mismas. Vivimos en una sociedad en la que la culpa siempre la tiene el de enfrente, así que vamos a agarrar al toro por los cuernos. Todas hemos tenido acceso a la educación, todas hemos podido estudiar, no nos han puesto peores notas por ser mujeres, no nos van a rechazar si somos buenas, así que vamos a quitarnos nosotras mismas los estigmas que nos imponemos. Porque yo, como mujer, valgo exactamente igual que puede valer un hombre. Tengo mis propias cualidades como humana y simplemente voy a luchar por hacerme un hueco. La única manera de cambiar las cosas es que nosotras mismas empecemos a confiar en nosotras mismas. 

Tebrio es la primera biotecnológica española que plantea alternativas a la producción primaria en la alimentación, con insectos. ¿Cómo surge el proyecto?

Este proyecto surge básicamente por unas inquietudes personales y unos cambios familiares que me hacen ver la vida de manera diferente. Todo ello se juntó con esa inquietud que siempre tuve sobre qué iba a pasar con el cambio climático y el futuro de la humanidad. Entonces decidí que mi paso por este mundo tendría que servir para ser algo más que una célula cancerosa en la vida de la Tierra. En ese momento mi socio, Sabas de Diego, que es ingeniero químico, llevaba ya bastante tiempo trabajando en la industria agroalimentaria y él también se dio cuenta de todas las necesidades que había en materias primas en el mundo.

Tebrio

Aquí hay un tándem de tres cuestiones: la población mundial no para de crecer –vamos a ser más de 10 billones de personas en 2050–; los países emergentes tienen cada vez un estado de bienestar mayor y, por lo tanto, van a demandar alimentos acordes a ese estado de bienestar; y, por otro lado, tenemos el impacto negativo del cambio climático que está mermando las cosechas y la producción animal. Uniendo todo esto y pensando, allá en 2014 cuando nadie se había planteado los insectos como nueva fuente alternativa de proteínas, pensamos en que sólo estábamos utilizando a los animales de cadena superior y a las plantas para alimentar al mundo entero, ya no únicamente a los humanos, y vimos que había una fuente riquísima, los insectos, que si se crían de forma adecuada, pueden introducirse en la cadena de valor agroalimentaria. 

Pero ¿cómo ayudan los insectos a mitigar el cambio climático?

No sé si el cambio climático se puede mitigar, pero sí se pueden intentar retrasar sus consecuencias. La cría industrial de insectos, por sí misma, emite muchos menos gases de efecto invernadero, al menos en el caso del Tenebrio molitor, que es el que nosotros trabajamos, que no emite ni amoniaco ni metano, que son los principales gases que agravan el efecto invernadero. Además, los que estamos haciendo con los insectos es utilizar para alimentarlos productos provenientes de la industria agroalimentaria que no entran en competencia con la alimentación animal ni la humana. Por lo tanto, son residuos perfectamente usables como alimentos, pero que actualmente el mercado no considera.

Por otro lado, comparado con la ganadería o agricultura tradicional, nosotros utilizamos un 95% menos de agua para conseguir los mismos kilos de producto. Además, necesitamos un 90% menos de tierra cultivable para poder criar insectos que para conseguir la misma cantidad de tipo de producto con cualquier otra especie ganadera. Esto es tremendamente importante sobre todo cuando estamos diciendo que cada vez se necesitan más hectáreas de cultivo o cuando vemos que para alimentar con soja tanto a humanos como a animales el Amazonas está desapareciendo. 

"Mi paso por este mundo tendría que servir para ser algo más que una célula cancerosa más en la vida de la Tierra"

¿Cómo lo aborda su empresa?

Desde Tebrio hemos querido dar un paso más. Estamos construyendo una instalación de 80.000 metros cuadrados de producción en Salamanca que nos dará la oportunidad de sacar al mercado 100.000 toneladas de productos de insectos al año, y gracias al tipo de energías que vamos a utilizar como nuestros procesos internos tendremos una huella de carbono negativa. Es decir, nuestra actividad será positiva para el medio ambiente. Esto es, es mejor que tu actividad exista para el planeta que que no lo haga. 

Con todo, ¿cómo ve el futuro de la alimentación?

O empezamos a cambiar nuestras formas de producción e introducimos nuevas materias primas, como pueden ser los insectos, en las cadenas alimentarias para hacerlas mucho más sostenibles o el planeta no va a aguantar. Un futuro en la alimentación no se va a poder entender sin unos términos de sostenibilidad muy grandes dentro de las cadenas de valor. Hacia allí es hacia donde va el mundo entero.  En realidad, no es necesario cambiar los alimentos que utilizamos, pero sí la manera en la que se producen. Si no son más sostenibles, esto se acaba. 

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