Los vaivenes continuos de temperatura y la fuerte sequía que está sufriendo gran parte del territorio europeo están volviendo más apremiantes reformas normativas como la que acaba de sacar adelante la Unión Europea en cuanto a las calderas de gas

Es uno de los pasos fundamentales que está tomando Bruselas para apostar por una transición hacia energías limpias en un contexto de cambio climático y para cumplir la hoja de ruta con la que se comprometió a recortar en un 55% las emisiones para 2030 y alcanzar la neutralidad en 2050.

Con esto en mente, se han impulsado una serie de enmiendas a la directiva sobre eficiencia energética, que cuenta ya con el visto bueno del Parlamento Europeo. El objetivo es reducir uno de los grandes focos contaminantes que seguían atajarse hasta ahora: los edificios.

Según la norma, el 40% del consumo final de energía en la Unión y el 36% de sus emisiones de gases de efecto invernadero están relacionadas con la energía que consumen estos edificios, desde que se pone el primer ladrillo hasta que se enciende la primera luz.

La Agencia Internacional de la Energía (AIE) apuntó en un estudio que las emisiones globales de CO₂ relacionadas con la energía crecieron un 0,9% o 321 Mt en 2022, alcanzando un nuevo máximo de más de 36,8 Gt. La organización aumentaba que de ese aumento, “60 Mt de CO₂ se pueden atribuir a la demanda de refrigeración y calefacción en condiciones climáticas extremas”.

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Así, para atajar la poca eficiencia actual de los edificios en territorio comunitario y reducir la contaminación que generan, desde el Parlamento Europeo ven esencial poner el foco en el recurso energético que utilizamos para aclimatarnos tanto en verano como en invierno. Y si vamos a los datos, el más utilizado en estos momentos es el gas natural, con un 42% de la energía utilizada para calefacción en el sector residencial.

Con base en esto, y como parte de su hoja de ruta para descarbonizar todos los sectores económicos, la norma comunitaria obligará a eliminar las calderas de gas y gasóleo para 2035. El documento justifica que "los Estados deben introducir medidas para garantizar que el uso de sistemas de calefacción que utilizan combustibles fósiles en edificios nuevos y que sean objeto de reformas importantes, renovaciones en profundidad o del sistema de calefacción no esté autorizado a partir de la fecha de transposición de la presente Directiva”.

En este sentido, ve imperioso “eliminar gradualmente el uso de sistemas de calefacción que utilizan combustibles fósiles en todos los edificios a más tardar en 2035 y, si no es viable, como demuestra la Comisión, a más tardar en 2040". Es el texto de la Comisión el que establece que para los inmuebles ocupados o gestionados por autoridades públicas el fin sea en 2026. Además, asume que el resto de edificios que se construyan sean cero neto ya en 2028 y que las subvenciones a estos calentadores –que utilicen energías sucias– terminen ya en 2024.

Imagen de archivo de una caldera de gas.

En Alemania han ido un paso más allá. Como ya contamos en EL ESPAÑOL, el año que viene cada sistema de calefacción recién instalado deberá funcionar con un 65% de energías renovables. Aunque hay excepciones. 

En principio, se dispensará la obligación de sustitución prevista originalmente para los sistemas de calefacción de gas en funcionamiento; o, por ejemplo, si una caldera antigua se estropea, podrá instalarse una igual siempre y cuando, en un período de tres años, se cumpla el requisito porcentual de renovables.

El objetivo, apuntan, es alejarse de un recurso tan costoso como el gas y sustituirlo por una calefacción renovable que, como recoge el diario Welt, “brinda protección climática, más independencia de los dictadores, seguridad en invierno y también es significativamente más barata”.

A pesar de ello, se está consiguiendo el efecto contrario al deseado. Como apuntan medios alemanes, los propietarios de viviendas están comprando nuevos sistemas de calderas antes de que se prohíban. Se está produciendo una auténtica carrera por hacerse con estos sistemas de calefacción que, además, suelen durar unos 20 años.

Qué alternativas hay

El fin inminente de estos calentadores utilizados con gas natural obligará o bien a utilizar estos aparatos con energías 100% renovables, como el hidrógeno verde. O bien, como indica el documento, “mediante bombas de calor y tecnologías solares, por medio del autoconsumo de energía renovable, el autoconsumo conjunto, el uso compartido de energía o el suministro de energía renovable procedente de una comunidad de energía, la energía renovable y la energía residual procedente de un sistema urbano eficiente de calefacción y refrigeración”.

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La bomba de calor consume menos energía que la caldera de gas y, por tanto, también contamina menos. Además, es mucho más eficiente, porque puede llegar a suministrar 4kWh térmicos por cada kWh eléctrico consumido y hace que la eficiencia sea del 400%. Casi el triple que los calentadores con gas natural.

Lo que hace este sistema, en definitiva, es captar la energía del exterior y transmitirla al sistema de calefacción. Eso sí, dependiendo del tipo que se escoja (aire-agua, aire-aire o geotérmico), los precios oscilan entre los 2.000 y los 20.000 euros.

Por otro lado, también se contempla la idea de utilizar calderas de biomasa, mediante la combustión de leña o pellets, con un coste de hasta 4.000 euros; o calderas eléctricas con apoyo de placas solares. Eso sí, el coste puede llegar a ascender hasta los 20.000 euros.

Para todo ello, la UE pondrá a disposición de los estados miembro “subvenciones y una financiación suficientes” para cumplir los objetivos de eficiencia energética para 2030 y 2050, así como para reducir el número de personas que viven en situación de pobreza energética.

Las iniciativas más recientes para aumentar la disponibilidad de financiación a escala de la Unión incluyen, entre otras, el componente emblemático del Mecanismo de Recuperación y Resiliencia y el Fondo Social para el Clima, así como el plan REPowerEU. A través de programas marco de investigación e innovación, la Unión invierte en subvenciones o préstamos para impulsar las mejores tecnologías y mejorar la eficiencia energética de los edificios, en particular a través de asociaciones con la industria y los Estados miembros.

Como reconoce el texto, para lograr esta descarbonización, “la financiación desempeña un papel clave en la consecución de los objetivos energéticos y climáticos de la Unión para 2030”.

Para reducir el déficit de inversión, mejorar la financiación y aumentar la eficiencia energética y el despliegue de fuentes de energía renovables en los edificios es necesario un uso más rentable de las opciones de financiación existentes, así como el desarrollo y la introducción de mecanismos de financiación innovadores para apoyar las inversiones en la renovación de edificios y ayudar a los propietarios de viviendas como parte de las iniciativas nacionales.