El calor ha llegado a las aguas superficiales de nuestros océanos. El Mar Mediterráneo ha registrado hasta 30 grados el pasado mes de julio. Esto son en torno a siete grados por encima de lo habitual. Unas temperaturas anómalas que también están asfixiando a mayores extensiones de agua, porque el Atlántico Norte ya está alcanzando sus mayores récords desde, al menos, 1981. 

Si a estos episodios extremos se une la sobreexplotación humana de los recursos marinos, el cóctel está servido. Por este motivo, la sede de Naciones Unidas acoge entre los días 15 y 26 de agosto las últimas reuniones para tratar de sacar adelante un acuerdo mundial para proteger los océanos.

Estas conversaciones no parten de cero, pero sí de una situación que ha despertado debate en las mesas de negociación. Hace tan solo un mes arrancaba la II Conferencia sobre los Océanos de Naciones Unidas en Lisboa (Portugal) bajo el lema Salvar el océano, proteger el futuro. En esta cita intergubernamental, que tuvo lugar del 27 de junio al 1 de julio, se trató de desenquistar algunos de los problemas que amenazan los mares.

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Esta reunión, que ya había sido aplazada en 2020 por la pandemia del coronavirus, finalizó sin mucho éxito, y es que no se avanzó sobre los temas que más preocupan ni hubo, como se esperaba, un acuerdo global para proteger los océanos del mundo

Es más, acabó como empezó: con una declaración política sin vinculación alguna, en la que las naciones se comprometen a cumplir con el ODS 14, que es el de conservar y utilizar sosteniblemente los océanos, los mares y los recursos marinos. Con esta postura reiteraban su compromiso para poner fin a la sobreexplotación pesquera, regular la pesca y proteger al menos 10% de las zonas costeras y marinas.

Sin embargo, la puesta en marcha de un Tratado Global de los Océanos, la decisión de mayor peso en esta cumbre mundial, se relegó a un segundo plano. Esta segunda conferencia de Naciones Unidas quedó como una suerte de preparatorio de cara a las reuniones que se celebran ahora en agosto en su sede de Nueva York.

Algunos líderes como Virginijus Sinkevicius, comisario de medioambiente en la Unión Europea, están seguros de poder entregar un acuerdo ambicioso al finalizar estas nuevas conversaciones. Entre los objetivos que están sobre la mesa, se encuentra la de proteger el 30% de los océanos para 2030.

En estas últimas reuniones sobre el futuro de los océanos, la organización se plantea llegar a un acuerdo sobre la jurisdicción de las aguas que estén a más de 200 millas náuticas, las que figuran en la Convención sobre el Derecho del Mar. La razón detrás de esta decisión a debatir es la de proteger una biodiversidad que está deteriorada y que vive bajo unas leyes desfasadas.

Redes de pesca en el muelle del paseo marítimo de Lorient, en Francia. iStock

Los intereses pesqueros son los que más están obstaculizando las conversaciones para delinear el acuerdo final sobre los océanos. No obstante, hay suficiente literatura científica como para concretar que las medidas en defensa de la biodiversidad en aguas internacionales –ahora mismo bajo un limbo legal– no solo no perjudican sino que pueden llegar a beneficiar a las regiones costeras.

Es precisamente lo que deslizaba un estudio publicado en Nature por el que se demostraba que prohibir la pesca en estas aguas favorecería a una mejor supervivencia de las especies marinas. En este sentido, los que no fueran capturados, podrían acudir a las costas nacionales. Se crearía así un ciclo económico más sostenible entre recursos y comunidades costeras. Sobre todo para países en vías de desarrollo.

Ante “una emergencia oceánica”

Durante la apertura de la última cumbre de la ONU, Antonio Guterres, su secretario general, advirtió que “nos enfrentamos a una emergencia oceánica”. Cubren el 70% de la superficie terrestre y reducen el impacto del cambio climático al absorber en torno al 90% del exceso de calor provocado por el calentamiento global.

Ahora, con olas de calor marinas por tierra y mar, los fenómenos meteorológicos extremos tales como DANA’s o inundaciones pueden volverse más virulentos. Y no sólo eso, sino que el calentamiento de las aguas y la sobreexplotación continua de sus recursos puede llevarnos a un escenario más preocupante que el actual, en el que vivimos una de las mayores crisis de biodiversidad marina.

Otro estudio publicado este año por Science modeló cómo será el futuro de los océanos si tan solo sigue aumentando la temperatura de las aguas. Los investigadores de la Universidad de Princeton advirtieron en sus conclusiones que a medida que aumenta la temperatura del océano y disminuye la disponibilidad de oxígeno, hay una disminución importante en la abundancia de vida marina.

De esta manera, el agua más cálida es en sí misma un factor de riesgo para las especies que están adaptadas a climas más fríos. Además, contiene menos O₂ que el agua con menos temperatura, lo que conduce a una circulación oceánica más lenta que reduce el suministro de oxígeno en profundidad. 

Por el momento, habrá que esperar para ver qué deciden los líderes mundiales ahora reunidos en la capital estadounidense. Los principales objetivos, más allá del ambicioso 30-30 (30% de protección para 2030), es el establecimiento de santuarios marinos que queden fuera de las actividades como la pesca o la minería.

De momento, al menos 40 países –entre los que se encuentra España– han pedido una moratoria a la minería submarina, porque se desconoce el impacto medioambiental que puedan tener estas actividades en un momento crítico para la biodiversidad marina.