El cambio climático supone un verdadero peligro para países como España, uno de los que Naciones Unidas ha definido como vulnerable en sus informes sobre el clima. Al menos el 74% de nuestro territorio está en riesgo de convertirse en un desierto, pero esto no es algo propio únicamente de España.

La Convención de la ONU de lucha contra la desertificación (UNCCD), en su informe más completo hasta la fecha sobre el tema, va más allá y avisa de un riesgo mundial de degradación de la tierra. Esto es una pérdida persistente a largo plazo del capital natural basado en la tierra.

La segunda edición del informe Global Land Outlook, publicado poco antes de la celebración de la 15ª sesión de la Conferencia de las Partes de la UNCCD prevista en mayo en Abidjan (Costa de Marfil), advierte que la forma errónea en la que se utilizan los recursos de la tierra (suelo, agua y biodiversidad) encierra multitud de amenazas.

Si continúan las tendencias actuales, aumentarán las interrupciones del suministro de alimentos, la migración forzada, la rápida pérdida de biodiversidad y la extinción de especies. Esto, sin duda, irá  acompañado de un mayor riesgo de enfermedades zoonóticas como la Covid-19, un deterioro en la salud humana y conflictos por los recursos de la tierra.

Y es que las prácticas en cuanto a su gestión en un contexto de cambio climático continúan provocando una erosión generalizada del suelo y una disminución de la fertilidad, así como una mayor pérdida de áreas naturales debido a la expansión agrícola.

En cuanto a esto último, la superficie terrestre mundial ocupada por la agricultura ha aumentado un 40%. Para Ibrahim Thiaw, Secretario Ejecutivo de la UNCCD, esto supone un problema, porque tiene un impacto directo muy negativo sobre el resto de ecosistemas y recursos. 

“Necesitamos repensar urgentemente nuestros sistemas alimentarios globales, que son responsables del 80% de la deforestación, el 70% del uso de agua dulce y la principal causa de la pérdida de biodiversidad terrestre”, apunta el experto.

Este informe de Naciones Unidas ofrece una visión sin precedentes del estado de la tierra y asegura que en ningún otro momento de la historia moderna la humanidad ha enfrentado tal variedad de riesgos y peligros. Advierte de que no podemos darnos el lujo de subestimar el impacto de estas amenazas existenciales. 

Por este motivo, han establecido tres escenarios posibles para 2050 en función de la regeneración que se aplique sobre el suelo. De esta manera, si se siguen las tendencias actuales de sobreexplotación de recursos naturales, demanda de alimentos, bioenergías y gestión abusiva de la tierra, se prevé que se sequen 16 millones de kilómetros cuadrados, un área equivalente a toda América del Sur. 

Además, se observa una disminución persistente y a largo plazo de la productividad vegetativa en el 12-14 % de las tierras agrícolas y en las áreas naturales, siendo África subsahariana la más afectada. 

Campos de cultivo agrícola. iStock

Todo esto tendría también un impacto en la generación de carbono. Entre 2015 y 2050, se emitirían 69 gigatoneladas adicionales, lo que representa el 17% de las emisiones anuales actuales de gases de efecto invernadero: carbono orgánico del suelo (32 gigatoneladas), vegetación (27 gigatoneladas), degradación o conversión de turberas (10 gigatoneladas).

En cambio, si se lleva a cabo una restauración  -bajo medidas como agrosilvicultura, la gestión del pastoreo y la regeneración natural asistida– acompañada de medidas de protección de áreas importantes a nivel ecosistémico, el panorama cambia. En primer lugar,  para 2050, el rendimiento de los cultivos aumentaría entre un 5% y un 10%. Esto a su vez repercutiría positivamente en los precios de los alimentos.

La capacidad de retención del agua del suelo aumentaría en un 4% en las tierras de cultivo de secano. En ese mismo escenario, además, las reservas de carbono aumentan en 17 gigatoneladas netas entre 2015 y 2050 debido a las ganancias en el carbono del suelo y la reducción de emisiones. Y la biodiversidad también continúa disminuyendo, pero no tan rápido, con lo que se evitaría tan sólo el 11%.

El último escenario que podría mejorar nuestro actual sistema alimentario y la inseguridad creciente en este aspecto se centra en prácticas de agricultura regenerativa. Tienen el potencial de aumentar el rendimiento de los cultivos y mejorar su calidad nutricional al tiempo que reducen las emisiones de gases de efecto invernadero y extraen carbono de la atmósfera.

En la medida en que se apliquen, podría evitarse para 2050 la pérdida de hasta un tercio de la biodiversidad proyectada. A su vez, las emisiones evitadas supondrían las de siete años del total de las generadas en la actualidad.

Afecta a un 50% de la riqueza mundial

Entre los puntos claves del informe está en cómo afecta a la economía mundial. De acuerdo a las previsiones, en torno a la mitad de la producción económica anual mundial está en riesgo por la pérdida de capital natural finito y los servicios de la naturaleza. Al final, sustentan la salud humana y ambiental al regular el clima, el agua, las enfermedades, las plagas, los desechos y la contaminación del aire.

Los beneficios económicos de la restauración de la tierra y la reducción de la degradación, las emisiones de gases de efecto invernadero y la pérdida de biodiversidad podrían ascender a entre 125 y 140 billones de dólares cada año. Esto es hasta un 50 % más que los 93 billones de dólares del PIB mundial en 2021.

Por este motivo, reutilizar en la próxima década solo 1,6 billones de dólares de los 700 mil millones de dólares anuales en subsidios otorgados a las industrias agrícolas y de combustibles fósiles permitiría a los gobiernos cumplir con las promesas actuales. El objetivo marcado es el de restaurar para 2030 alrededor de 1.000 millones de hectáreas degradadas, un área del tamaño de los Estados Unidos o China, incluyendo 250 millones de hectáreas de tierras de cultivo.

La restauración de la tierra, los suelos, los bosques y otros ecosistemas contribuiría con más de un tercio de la mitigación del cambio climático que se necesita para limitar el calentamiento global a 1,5 °C. Al mismo tiempo, permitiría respaldar la conservación de la biodiversidad, la reducción de la pobreza, la salud humana y otros objetivos clave de desarrollo sostenible.

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