Las represas de los castores no son simples acumulaciones de ramas, sino infraestructuras naturales capaces de almacenar agua dulce, mejorar la calidad de los ríos, crear refugios de biodiversidad y hasta frenar la propagación de incendios.
Esa ha sido la principal conclusión de un estudio publicado en Communications Earth & Environment por investigadores de la Universidad de Stanford y la Universidad de Minnesota.
O, por lo menos, así fue la deducción que obtuvieron tras analizar imágenes aéreas para cartografiar el alcance real del impacto de estos animales en las cuencas hidrográficas del oeste de Estados Unidos.
Ahora, el hallazgo refuerza la idea de que la reintroducción estratégica de castores podría convertirse en una herramienta esencial de adaptación frente al cambio climático. Eso sí, debe hacerse con criterios de gestión que maximicen beneficios y minimicen riesgos.
Un ingeniero natural
El equipo analizó más de 80 complejos de estanques de castores en Colorado, Wyoming, Montana y Oregón, empleando imágenes del Programa Nacional de Imágenes Agrícolas del Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA).
Y es que, a diferencia de las imágenes satelitales, estas capturas permiten observar con detalle presas y estanques demasiado pequeños para ser visibles desde el espacio.
Con este material, los investigadores relacionaron el tamaño de las construcciones de los castores con factores paisajísticos como la topografía, la vegetación, el suelo, el clima y la hidrología fluvial.
Descubrieron, por ejemplo, que las presas más largas tienden a generar estanques mayores, lo que amplifica los efectos positivos sobre el ecosistema. Es decir, se traduce en temperaturas locales más bajas, hábitats acuáticos más extensos y mayor capacidad de almacenamiento de agua.
Un castor fuera del agua.
"Nuestros hallazgos pueden ayudar a los administradores de tierras a determinar dónde la actividad de los castores tendrá el mayor impacto", señaló Luwen Wan, investigador postdoctoral en Stanford y autor principal del trabajo. "Les proporciona una herramienta práctica para usar la naturaleza en la solución de problemas hídricos y climáticos".
Sin embargo, la importancia de este estudio radica también en el contexto histórico. Antes de la colonización europea, Norteamérica albergaba entre 60 y 400 millones de castores. Hoy la población se estima en apenas 10 a 15 millones, tras siglos de caza intensiva, captura de animales y pérdida de hábitat.
A pesar de ese declive, la especie está regresando a ciertos territorios y, con ella, la posibilidad de aprovechar sus capacidades como agentes de restauración.
Oportunidad o conflicto
"Los humanos construyen una estructura y esperan que dure décadas. Los castores, en cambio, levantan pequeñas presas donde se necesitan y gestionan con flexibilidad el agua de su entorno", explicó Kate Maher, profesora en la Escuela de Sostenibilidad Doerr de Stanford y coautora del estudio.
Pese a ello, el regreso de los castores no está exento de tensiones. Sus presas pueden inundar viviendas, carreteras o campos de cultivo. Y en regiones afectadas por sequías prolongadas, por ejemplo, los nuevos estanques pueden reducir temporalmente el caudal aguas abajo.
Por ello, los investigadores insisten en que no todos los proyectos de reintroducción son adecuados y deben evaluarse cuidadosamente las ventajas y desventajas en cada caso.
"Es importante comprender los riesgos y los beneficios, tanto de la reintroducción intencionada de castores como de su regreso natural a las cuencas hidrográficas", advirtió Maher.
Por ese motivo, el estudio plantea una alternativa de gestión basada en trasladar los llamados "castores molestos" —aquellos cuya actividad genera problemas en zonas habitadas— hacia cuencas con capacidad de albergarlos, convirtiendo un conflicto en una solución ambiental.
Ciencia de precisión
La colaboración con Emily Fairfax, experta en castores de la Universidad de Minnesota, permitió aplicar técnicas de teledetección para superar las limitaciones de los estudios tradicionales en áreas remotas.
De cara al futuro, el equipo busca ir más allá. Su objetivo es aplicar métodos de aprendizaje automático en conjunto con la investigadora de Stanford Jeannette Bohg para crear mapas de riesgo dinámicos.
La intención es que administradores de cuencas, responsables políticos y ecologistas dispongan de herramientas cuantitativas que les indiquen dónde, cuándo y cómo recuperar a los castores de forma efectiva.
