Durante años, la narrativa dominante en agricultura sostenible ha sido clara: si queremos alimentar a una población mundial creciente sin destruir más bosques y ecosistemas, la solución pasa por intensificar la producción en las tierras agrícolas ya existentes.
En otras palabras, más fertilizantes, más pesticidas, más maquinaria, más rendimiento por hectárea. Pero ¿qué pasa si esa receta también está erosionando la biodiversidad que nos queda?
Un estudio publicado recientemente en la revista Nature Ecology & Evolution y liderado por investigadores del University College London (UCL) pone en entredicho esta idea.
Según sus hallazgos, intensificar el uso de las tierras agrícolas puede, en algunos casos, dañar la biodiversidad local, incluso más que expandir los terrenos cultivados a nuevas áreas.
"La sabiduría convencional sostiene que intensificar es mejor que expandir, porque así evitamos talar bosques o eliminar hábitats naturales", explicó la autora principal, Silvia Ceaușu, del Centro de Investigación sobre Biodiversidad y Medio Ambiente de la UCL.
"Pero nuestra investigación demuestra que esta visión es demasiado simplista. La intensificación también conlleva un alto coste ecológico, y en algunos contextos puede ser incluso más perjudicial para la biodiversidad que la expansión", añade.
Intensificación vs. expansión
El equipo de científicos evaluó el impacto global de dos caminos posibles para aumentar la producción agrícola: la expansión (convertir nuevas tierras, a menudo naturales, en campos de cultivo) y la intensificación (aumentar el rendimiento de las tierras ya cultivadas).
Para ello, analizaron zonas agrícolas que producen maíz, soja, trigo y arroz —cuatro cultivos que representan más de la mitad de las calorías consumidas en el mundo— en diversas regiones del planeta.
Utilizando una base de datos global de biodiversidad, estimaciones de rendimiento agrícola y mapas de vegetación natural, midieron indicadores como la riqueza de especies, la abundancia total de individuos y la distribución geográfica de las especies presentes, con el objetivo de entender cómo responden los ecosistemas ante diferentes formas de producción agrícola.
El resultado es que no existe una solución única. Ambos métodos pueden ser perjudiciales, y cuál de ellos lo es más depende del tipo de cultivo, la región, la vegetación circundante y otros factores ecológicos locales.
Y así lo explica el coautor del estudio y profesor Tim Newbold: "Encontrar la forma más sostenible de aumentar el rendimiento de los cultivos es muy complicado y depende de numerosos factores, por lo que sugerencias simples como favorecer la intensificación sobre la expansión no siempre son eficaces".
La agricultura sostenible
Los resultados del estudio llegan en un momento clave para las políticas agrícolas globales.
En los últimos años, múltiples iniciativas —tanto gubernamentales como del sector privado— han apostado por exigir que los cultivos provengan únicamente de tierras agrícolas ya establecidas, como estrategia para frenar la deforestación.
Pero los investigadores advierten que esa lógica puede ser insuficiente, o incluso contraproducente.
"Eliminar vegetación natural para crear tierras agrícolas es devastador", reconoció Ceaușu. "Pero intensificar cultivos ya establecidos —por ejemplo, mediante un uso intensivo de pesticidas o fertilizantes— también puede acabar con especies locales, degradar suelos y contaminar ecosistemas cercanos".
Por eso, los autores del estudio proponen un enfoque más matizado basado en analizar caso por caso cuál es la mejor estrategia y fomentar formas de intensificación más sostenibles.
Entre ellas se incluyen el control biológico de plagas (usar enemigos naturales en lugar de pesticidas), mantener franjas de vegetación natural entre los campos o preservar los corredores ecológicos que permiten a las especies desplazarse.
El papel del consumidor
Dado que la sostenibilidad de un producto agrícola depende de múltiples variables —desde el país de origen hasta la técnica agrícola utilizada—, los investigadores admiten que no siempre es fácil para los consumidores tomar decisiones informadas.
Sin embargo, ofrecen dos recomendaciones claras. Por un lado, reducir el desperdicio de alimentos y, por otro, disminuir el consumo de carne, especialmente la producida con granos cultivados en intensivo.
"La presión sobre la biodiversidad no se limita a los agricultores", señaló el coautor David Leclère del Instituto Internacional de Análisis de Sistemas Aplicados (IIASA), en Austria. "La manera en que consumimos alimentos en las ciudades también influye directamente en cómo se usan las tierras agrícolas en el campo".
Los científicos insisten en que su estudio no justifica de ninguna manera la expansión de la agricultura hacia áreas naturales vírgenes.
"Es vital para el planeta que se preserven esos paisajes no modificados", subrayó Newbold. La clave, dicen, está en buscar un equilibrio adaptado al contexto local, que combine expansión, intensificación y conservación de la biodiversidad.