La Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) dice de este lugar que es el más peligroso del mundo. Las cifras oficiales aseguran que en esta favela viven 720.261 personas, pero se estima que podría superar el millón.
Lo que pueda resultar más sorprendente para el lector es que no se encuentra en Brasil, el país con más favelas. Y eso que el Estado sudamericano cuenta, según datos de EFE, con 12.348 favelas en las que viven al menos 16,4 millones de personas.
Pero la que atañe a este artículo no está en suelo brasileño, sino venezolano. Se trata de Petare, un barrio de Caracas que, como aseguran desde ACNUR, está "marcado por la droga, la violencia y la pobreza". Situada al este de la capital de Venezuela y a orillas del río Guaire, entre sus habitantes hay población local, pero también mucho refugiado y apátrida.
En realidad, por tamaño, Petare podría considerarse todo un municipio por su extensión. Este barrio presenta, según la propia web de la favela, una densidad de población de aproximadamente 11.222 habitantes por kilómetro cuadrado.
Hacinamiento e infravivienda
Este dato, explican desde la página de Petare, es "un reflejo de los desafíos urbanos y sociales que enfrenta el barrio, como el hacinamiento y la presión sobre los servicios públicos".
Esta favela, además, está repleta de infraviviendas. A pesar de la pobreza que sufren sus habitantes, se pueden observar las desigualdades en sus construcciones: nada tienen que ver las chabolas de suelo de tierra con los edificios sin revestimiento. Eso sí, todas las infraestructuras están levantadas sobre terreno inestable.
Todo erigido a lo ancho de callejuelas laberínticas que, dicen los expertos, se convierten en lugares perfectos para la violencia y la delincuencia. No por nada se estima que se producen entre 30 y 60 asesinatos semanales en sus calles.
La infancia de Petare
Con estas condiciones de vida, este barrio caraqueño no es el lugar ideal para crecer. Y es que, como dicen desde ACNUR, "la vida no es tan fácil como quisieran para los niños locales, refugiados y apátridas que viven allí".
El alto comisionado asegura que "aunque a muchos les gustaría estudiar hasta los 18, la falta de medios les obliga a menudo a abandonar la enseñanza para empezar a trabajar o por no poder pagar uniformes, mochilas y libros". Y eso, precisamente, intenta evitar ACNUR con su apoyo al centro comunitario El Colibrí.