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Antroxuentroidoiñauteriak, ihoteak, inoteak, carnestoltes… El carnaval recibe muchos nombres a lo largo y ancho de la geografía nacional. Las tradiciones cambian dependiendo de la comunidad autónoma; unas son más famosas fuera de sus fronteras que otras.

Pero esta fiesta que llena de colores las calles tiene algo en común en todo el territorio: el confeti, la purpurina y… ¡oh, no!, la ecoansiedad que le (nos) puede producir a las personas que cuya conciencia sostenible les impide disfrutar de los carnavales del usar y tirar. Porque, seamos sinceros, ni el plástico de los disfraces comprados en plataformas de fast fashion ni el humillo negro que suelta la sardina cuando se la quema durante el entierro pueden ser muy sostenibles, ¿verdad?

Si usted es ecoansioso como, sin duda, lo es quien escribe estas líneas, probablemente lleve regulinchi estas fechas. Y es que, según la Federación Española de Recuperación y Reciclaje, en nuestro país se tiran, al año, 781.990 toneladas de residuos textiles.

Buena parte son producto directo de la sobrecompra durante las rebajas, pero los carnavales son carne de cañón para que disfraces y prendas que forman parte de ellos acaben, tarde o temprano, en la basura. Además, seamos sinceros, ¿conoce a alguien —o a muchos, mejor dicho— que guarde la peluca de colores, fabricada con fibras plástica, que compra a última hora para disfrazarse?

Dicho eso, una ecoansiosa que ama el carnaval —la que escribe— lleva años dándole vueltas a cómo hacer de estas fiestas tan señaladas y divertidas una oda al planeta. Y calmar, de paso, esa desesperación que la invade cada vez que llegan esos días señalados en el que el usar y tirar gana la partida a la conciencia sostenible. 

Hoy, ha llegado el momento de compartir con usted esta reflexión convertida en tres sencillos pasos que transformarán el carnaval en un juego eco. No es complicado, no es caro, pero requiere, como dicen los anglosajones, pensar fuera de la caja y echarle imaginación.

Paso 1: adaptación

La palabra mágica de la acción climática es la que titula estas líneas. Adaptarse o morir es una expresión que se viene repitiendo con cierta frecuencia en los últimos años. La ha mencionado en alguna que otra ocasión el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, y aunque no se refería al carnaval, bien podría aplicarse al tema que nos atañe.

Piense, por un instante, en todo el plástico de un solo uso y residuos que genera esta fiesta —cualquier celebración, en realidad—. Según el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO), en España se consumen 13,6 millones de toneladas de plástico al año. De ellas, 1,1 millones de toneladas son de usar y tirar.

Traducido al día a día, cada español consume de media 22,7 kg de plástico de un solo uso al año. Eriza la piel cuando se recuerda que el Parlamento Europeo estima que los océanos contienen más de 150 millones de toneladas de plásticos en la actualidad. Y seguro que más de un kilo de esos que usamos y tiramos en España cada uno de nosotros ha acabado en el mar.

Una ecoansiosa se para un instante a coger aire y respirar. Lo hecho, hecho está. Pero ¿y si nos adaptamos? Hay ayuntamientos y centros educativos en España que ya empiezan a hacerlo: cada vez más colegios que, por ejemplo, apuestan por repensar, reutilizar y rediseñar en carnaval para que el alumnado reaproveche lo que tiene en casa y en el aula y lo convierta en disfraces. 

Por su parte, el Observatorio de Cambio Climático del Ayuntamiento de Valencia ofrece actividades que se enmarcan dentro de su proyecto de carnaval sostenible. El de Santa Cruz de Tenerife, por ejemplo, se ha propuesto concienciar a locales y visitantes sobre la importancia de reutilizar y reciclar durante los festejos.