“Estamos viviendo unos tiempos realmente inquietantes, caracterizados por una profunda confusión y desorientación”. Con estas palabras, el psicólogo clínico especialista en prevención de la conducta suicida en la infancia y adolescencia, Francisco Villar Cabeza, da comienzo a su libro Cómo las pantallas devoran a nuestros hijos (Herder, 2023). En él, habla de que vivimos tiempos de “cansancio, de empacho, de náusea, fatiga, hastío, tristeza, insatisfacción y deseos de muerte”.
La culpa, reflexiona el también doctor en Psicología, parece que la tiene ese “exceso de positividad” que reina desde hace años y que conduce a una inmensa mayoría de la gente a lo contrario, la desazón. Para luchar contra esta sensación, escribe Villar, “solo tenemos que recuperar la autoestima social y recordar […] nuestra capacidad de movilización, de impulso y realización de cambios sociales reales a través de pequeños cambios cotidianos”.
En su libro, el médico profundiza en cómo la tecnología afecta a los procesos de desarrollo del ser humano. Especialmente de los bebés, los niños y los adolescentes. Una estadística reciente arrojada por el Instituto Nacional de Estadística (INE) daba cuenta de que, por primera vez en España, la proporción de niños de entre los 10 a los 15 años que tienen móvil ha superado a los 7 de cada 10.
En su libro, Villar profundiza en cómo conseguir que esos “espacios artificialmente creados”, como denomina a las redes sociales e internet en general, sean “respetuosos con las necesidades de cada uno de los procesos inmanentes a un neurodesarrollo saludable, la salud física, la inteligencia, el aprendizaje, la comunicación, la afectividad, las relaciones, el bienestar”.
En Cómo las pantallas devoran a nuestros hijos, Villar explora el impacto de la digitalización en el desarrollo “por el efecto directo de las pantallas en la salud; por su especial capacidad de interferir y competir con todas las actividades que sí están relacionadas con un sano desarrollo; y, por los efectos perjudiciales en el desarrollo provocados por los contenidos (de violencia directa o indirecta) que se vierten […] en las redes sociales”.
Pantallas y malestar
Después de años observando a niños y adolescentes, Villar ha llegado a la conclusión de que “la exposición a las pantallas es una variable clave en el incremento del malestar” de los jóvenes. Eso sí, matiza que “no son la causa única”, como tampoco lo son de otras dolencias como la obesidad infantil, las pérdidas visuales, el insomnio, los problemas de aprendizaje, el suicidio o un largo etcétera.
Las pantallas, escribe el psicólogo, actúan en tres niveles diferentes. Por un lado, “deteriorando el desarrollo de las habilidades personales de afrontamiento”. Por otro, “interfiriendo en los hábitos saludables y en las actividades relacionadas con el bienestar”.
Y por último, “incrementando escenarios adicionales de exposición a situaciones inadecuadas, como la presión generada por una impracticable y poco realista positividad, los ideales de vida inalcanzables, la promoción de valores como la excesiva delgadez o la violencia”.
El problema radica, asegura Villar, en que las pantallas “parecen contribuir negativamente en todos y cada uno” de los trastornos que sufren los jóvenes. Tanto “agravando cuadros” como “incrementando” su prevalencia.
¿Qué hacemos?
Por eso, precisamente, el psicólogo asegura que “si fuesen protegidos del acceso indiscriminado al mundo digital, muchos niños y adolescentes no los padecerían”. Y si lo hiciesen, argumenta, los cuadros serían “de menor intensidad”.
Porque, recuerda, “la exposición a las pantallas desborda los recursos cognitivos y emocionales de nuestros niños y adolescentes”. Además, añade, los servicios sanitarios que les ofrecen cobertura también se ven saturados.
La solución a este problema, sin embargo, es compleja. Y para Villar pasa, sin lugar a dudas, por prohibir a los niños y adolescentes acceder a “un mundo contaminado”. Al menos, dice el psicólogo, “hasta que se hayan desarrollado suficientemente para enfrentar esos peligros por sí mismos”.
Los consejos de Francisco Villar
El libro del doctor Villar termina su libro apuntando una serie de consejos para familias, profesores y educadores en general. Con ellas, dice, se podrían disminuir “los riesgos y el malestar de niños y adolescentes”.
El peligro de los smartphones. Villa recomienda retrasar su uso hasta la mayoría de edad y, en todo caso, “nunca antes de los 16 años”. Además, expone que entre los 16 y los 18 años, “si no es evitable”, habría que ofrecerles “estrictas medidas de control parental” y “no más de una hora al día de navegación libre”.
Para Villar, “antes de los 16 años no se deberían usar smartphones”. El psicólogo insiste en que “esta prohibición tendría que estar acompañada de una acción legislativa que ofreciera apoyo a los padres para levar a cabo medidas de protección”.
Además, el psicólogo aconseja que antes de los 16 años se usen dispositivos que solo permitan hacer llamadas y que los grupos de WhatsApp sobre actividades escolares “siempre” se tengan en los dispositivos de los padres.
Otras pantallas. El doctor Villar refiere al uso de pantallas en general a la obra del neurocientífico Michel Desmurget:
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Hasta los 6 años nada de pantallas.
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A partir de los 6, un máximo de 30 minutos al día.
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Nunca tener pantallas en la habitación.
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Nada de contenidos inapropiados (violencia, sexo, consumo de sustancias, etc.).
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Nunca usar pantallas por la mañana antes de ir al colegio.
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Nunca usar pantallas por las noches antes de acostarse, como máximo dos horas antes de ir a dormir.
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Nunca hacer multitareas. Esto es: no cenar, ni hacer deberes, ni conversar con pantallas. Ni tampoco “acceder a contenidos en una pantalla mientras se usa también otra pantalla”.
Las pantallas de los padres. El psicólogo recuerda que la mejor manera de enseñar a los niños es predicar con el ejemplo. Por eso indica que durante el tiempo libre de juego compartido o a la hora de comer las pantallas deben desaparecer.
Villar insiste en su libro en que “el mundo digital es el futuro, no el problema, igual que lo fue el automóvil en su día”. Por eso, asegura, la clave es eliminar el “potencial dañino que supera con mucho sus beneficios” en los más jóvenes. Y de ahí su conclusión: “En la infancia y en la adolescencia, la desconexión es la única forma de estar realmente conectado”.