Una tarde de julio, el sol se puso en Cerdeña. Esa luz cegadora que no dejó de calentarnos en todo el día, de pronto desapareció. Pero con su ausencia llegó una certeza: si algo le sobra a la isla mediterránea son los rayos sol. Sin embargo, ahora, y pese al compromiso de la provincia independiente italiana de emitir cero emisiones netas en 2030, un nuevo proyecto para gasificarla parece hacer temblar los cimientos de la revolución verde.

Hace poco más de un año, el ministro italiano para la Transición Ecológica, Roberto Cingolani, anunciaba a bombo y platillo que la segunda isla más grande del Mediterráneo –sólo por detrás de Sicilia– se convertiría “en el territorio más ‘verde’ de Europa” en poco más de ocho años.

Sin embargo, ese mismo año, el Gobierno regional revivía un sueño histórico de la isla que había caído en el olvido a principios de los 2000 por sus costes desmesurados: un nuevo proyecto para construir un gasoducto en tres tramos que atravesase Cerdeña de norte a sur.

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“La relación entre costes y beneficios de la gasificación de la isla no sale rentable”, asegura Elena Gerebizza, responsable de Energía e Infraestructura en ReCommon. Esta oenegé italiana, que promueve la justicia ecológica y económica y lucha contra proyectos que perjudican al medioambiente en el sur global y europeo, son uno de los principales defensores de la “electrificación total” de Cerdeña. “Es una mejor alternativa y más viable para toda la isla”, afirma Gerebizza.

El proyecto, auspiciado por Enura, una empresa mixta que nace de la unión de Snam –líder en el transporte de gas en Italia– y Società Gasdotti Italia, ya está dando sus primeros pasos. “A finales de 2023 se supone que estará ya instalado y funcionando el almacenaje flotante”, asegura Gerebizza.

En esta isla, tradicionalmente rica en carbón, la minería parece que se transformará en los próximos años. Pero no hacia las renovables, como muchos pensaban, sino hacia el gas, ese recurso escaso que, mientras se escriben estas líneas, amenaza con sumir al Europa en una de las peores crisis de las últimas décadas.

“Es ridículo que, en 2022, con las amenazas rusas de cortar el gas y en plena ola de calor agravada por la emergencia climática, estemos discutiendo cómo crear más dependencia energética”, lamenta Gerebizza desde Bauladu, el pueblo sardo donde ReCommon organiza su escuela de verano Sendero a la transición para jóvenes que quieran tomar las riendas del nuevo modelo energético y económico que el planeta reclama.

590 millones de euros

El proyecto de gasificación de Cerdeña, apoyado por el Gobierno regional, de finalmente ejecutarse en su conjunto, vendría a construir cerca de 600 kilómetros de gasoductos en la isla. Según asegura la oenegé Global Witness, una compleja red de plantas de regasificación, depósitos costeros y redes urbanas otorgarían a este proyecto la capacidad de transportar 1.800 millones de metros cúbicos de gas por toda la región.

Como cuentan desde Global Witness, su construcción empezó en noviembre de 2019, cuando la francesa Technip ganó el contrato de 5,5 millones de euros ofertado por Snam. Sin embargo, esto no quiere decir que todo marche sobre ruedas. “Los costes del proyecto son uno de los detalles más controvertidos del mismo”, aseguran desde la ONG.

Enura estima que ascenderá a los 590 millones de euros, pero Arera, el regulador estatal del sector energético, recuerda que los costes recaerán en los bolsillos de la ciudadanía sarda a no ser que el Gobierno italiano –ahora disuelto- pase una ley especial para asumirlos a nivel nacional.

Con todo, Gerebizza recuerda que el principal problema de revivir el sueño del gas pondrá en jaque a las futuras generaciones. “Perpetuará el modelo energético y productivo enraizado en los combustibles fósiles”, asegura. Y sentencia: “Es pan para hoy y hambre para mañana”.

La alternativa ‘verde’

De seguir por el camino actual y no apostar por las energías renovables ya, “Cerdeña se convertirá en la oportunidad perdida para la transición justa en Italia, y en Europa”. Así, al menos, lo manifiesta Daniela Finamore, responsable de Financiación y Clima de ReCommon.

Álvaro Campos Celador, profesor de Ingeniería Energética en la Escuela de Ingeniería de Gipuzkoa de la Universidad del País Vasco, está de acuerdo con ella. El profesor, que participa como ponente en la escuela de verano de la oenegé italiana, recuerda que nos encontramos, no sólo en Italia o en Europa, sino en todo el planeta, ante “la última oportunidad para poner en marcha las soluciones que construyan un futuro más justo y habitable”. Porque, insiste, “si no hacemos nada, estaremos cavando nuestra propia tumba” como civilización.

Campos Celador asegura que, en lugares como Cerdeña o España, ese “hacer algo” para la transición ecológica tiene mucho que ver con esos recursos de los que disponemos todo el año, pero a los que no siempre prestamos atención: el sol y el viento.

Aunque Gerebizza hace una advertencia: “No todos los proyectos renovables impulsan una transición justa”. Y es que, lamenta, el objetivo de los grandes proyectos ‘verdes’ que se están llevando en Cerdeña, por ejemplo, responden a “una nueva colonización energética”.

Y lo explica: “Se crea mucha capacidad y se genera mucho en la isla para, luego, vender la energía al resto de Europa”. Campos Celador indica que esto puede resultar contraproducente, pues favorece que una isla en peligro de despoblación, muy rural, acabe vaciada. “Lo mismo sucede en España”, recuerda.

Ussaramanna y Villanovaforru

Mural en la plaza del pueblo italiano de Usaramanna en Cerdeña con la inscripción "en tus manos, nuestro futuro". ©Schirra/Giraldi Patagonia

Para evitar que esto ocurra y fagocitar una transición ecológica justa, cada vez son más las voces en toda Europa que impulsan las comunidades energéticas. Entendidas como sistemas en los que grupos ciudadanos producen y consumen su propia energía renovables (solar o eólica) y revierten los beneficios económicos en la propia comunidad local.

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Una de esas voces que impulsa este nuevo modelo cooperativista, auspiciado por los planes de descarbonización de la UE, es Patagonia. La empresa californiana de equipación deportiva, fundada en 1973, lleva décadas intentando impulsar, a través de becas y colaboraciones, formas más sostenibles de vivir.

En abril de 2021, la marca lanzó su campaña We the Power (nosotros, la energía) como punto de encuentro de los proyectos que diferentes cooperativas están llevando a cabo en Europa en el marco de las comunidades energéticas. Uno de sus socios en este viaje renovable es Som Energía en España, o Énostra coop en Italia.

Vista aérea de los paneles fotovoltaicos de la comunidad energética de Villanovaforru en Cerdeña. ©Schirra/Giraldi Patagonia Villanovaforru/Italia

Esta última es la encargada de dos proyectos que podrían revolucionar Cerdeña: las comunidades energéticas de Ussaramanna y Villanovaforru. Dos pequeñas localidades sardas (611 y 700 habitantes, respectivamente) que en menos de un año se han movilizado para producir y consumir su propia energía para, como explica Giacomo Prennushi, responsable de Marketing de Énostra, ser capaces de “combatir la pobreza energética”.

Ambas localidades tienen ya instalados sus paneles solares en colegios para proveer, en principio, a varias decenas de familias, con la intención de poder ampliar en un futuro cercano la cobertura –con nuestras instalaciones renovables–. Sin embargo, explica Marco Sideri, alcalde de Ussaramanna, ambas están pendientes de que la empresa responsable de la distribución de la energía, E-Distribuzione –del grupo Enel–, les dé permiso para engancharse a la red.

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“Llevamos más de 9 meses perdiendo el tiempo, sin poder producir energía, por la burocracia”, lamenta Maurizio Onnis, alcalde de Villanovaforru, cuya comunidad energética se encuentra en la misma situación que la de la localidad vecina. El problema, reconoce Sideri, está “en el sistema”, que no facilita la autonomía energética, ni siquiera en pequeños municipios.

Vista parcial de los paneles fotovoltaicos de la comunidad energética de Ussaramanna, en Cerdeña. ©Schirra/Giraldi Ussaramanna

Eso sí, una vez entre en funcionamiento, asegura Sideri, los 60 Kw que se producirán en Ussaramanna ayudarán no sólo a que 60 hogares se abastezcan de energía limpia, sino a que el pueblo emita 26 toneladas menos de CO₂ al año.

La idea de estas dos comunidades energéticas, junto a los 86 proyectos similares que se están poniendo en marcha en la isla italiana, es precipitar “un cambio de mentalidad”, indica Prennushi. Algo que, espera, consiga que el Gobierno sardo finalmente decida a impulsar las comunidades energéticas, algo que, por el momento, no está haciendo.