Carmen vive en un precioso pueblo de Aragón de no más de 200 habitantes, cerca de la falda de los Pirineos, con casitas empedradas y tejados de pizarra que se tiñen de blanco en invierno y reflejan la luz del sol con un amarillo intenso en verano. Tiene 82 años y vive sola en una de estas bucólicas villas desde hace cinco, cuando murió su marido.

Su único hijo tuvo que emigrar con su familia al extranjero después de más de dos años en paro. “No puede venir a verme más de una o dos veces al año; es lo que hay”, dice Carmen al teléfono, que no da su apellido a petición propia y de su familia.

Desde hace tres años apenas puede caminar por los 20 metros cuadrados de su salón sin que la artritis la obligue a sentarse, y bajar a la calle a pasear es una mera desiderata.

“Sí, vivo en un pueblo precioso muy turístico, esto es como una postal, pero no me siento afortunada: ¿te imaginas ver día tras día, año tras año, la misma maldita postal por tu ventana, y nada más?” Eso es lo que me pasa a mí”, cuenta Carmen a ENCLAVE ODS por teléfono, con una lucidez desarmante.

La soledad de la tercera edad no es exclusiva de pueblos apartados de todo. María Fernández, coordinadora en el programa Ilumina una Vida de la Fundación Alares, dedicado a combatir el aislamiento de personas de edad que se quedan sin una red social estable, señala que, en ocasiones, en las grandes urbes se agudizan las dificultades de las personas mayores para interactuar porque las distancias son más grandes.

También lo es el ritmo de vida. Y a esto se suman las dificultades para moverse por calles que parecen carreras de obstáculos para personas con movilidad reducida.

En las grandes ciudades el ritmo de vida agudiza las dificultades de las personas mayores para interactuar

“En Madrid visitaba a menudo a una mujer de más de 70 años que había enviudado y empezó a tener deterioro cognitivo, su hija vive fuera de la ciudad y su hijo tiene otras cargas familiares que le impiden dedicarle a su madre el tiempo que requiere”, cuenta Sanz.

“Entonces llegó el confinamiento y, aunque manteníamos contacto por teléfono, la sensación de soledad hizo estragos en sus capacidades, aceleró todo su proceso degenerativo. Pasó de ser una persona muy activa, con mucha vida social que traía de décadas en una profesión de prestigio, a apagarse casi por completo, a encerrarse en sí misma”.

La soledad no es solo una de las muchas caras de la tristeza; es un problema de salud pública que merma las capacidades físicas y psicológicas de quienes la padecen, especialmente si son personas mayores.

Y puede considerarse, hoy, una enfermedad endémica: en España, una de cada 10 personas vivía sola en 2020, según datos del INE. Un 43,6% tenían 65 años o más, y casi una de cada dos mujeres mayores de 85 años vivían solas, frente al 24,2% de los hombres.

Cuando llegó el confinamiento, aunque mantenía contacto por teléfono, la soledad hizo estragos en sus capacidades. Emilio J. Martínez Salazar

El número de personas mayores que viven solas creció el año pasado un 6% respecto a 2019.

“Cuando las personas mayores están en casa y no tienen una relación social –y no es necesario ser especialmente anciano ni estar enfermo–, se produce un aislamiento y soledad, y eso produce un rápido deterioro físico y mental”, advierte Mar Aguilera, directora general de Fundación Alares.

“Las neuronas van dejando de prestar su función, igual que la masa muscular se pierde al dejar de moverse, sencillamente, porque nada les motiva a moverse a ningún sitio”, añade.

Soledades urbanas y rurales

Según Aguilera, la soledad se vive de forma diferente en las ciudades y en los pueblos. “En las grandes urbes nos hemos deshumanizado y muchas veces no sabemos ni el nombre de quien vive en la puerta de enfrente en nuestro descansillo; en el entorno rural, que ahora está compuesto principalmente por personas mayores, muchas octogenarias, entre ellas se apoyan muchas veces", recuerda.

La experta reconoce que en los pueblos han visto casos de mujeres de más de 80 años que cuidan de sus parejas. Pero además, "las relaciones sociales son más accesibles, muchas veces les basta salir a la calle con una silla, sentarse y hablar con sus vecinos".

La soledad es un problema de salud pública que merma las capacidades físicas y psicológicas de quienes la padecen

Una escena cada vez menos habitual en esa España que cada vez se vacía más, como alerta Borja Rivero Jiménez, investigador de la Universidad de Extremadura dentro del Instituto Internacional de Investigación e Innovación del Envejecimiento. Una de sus líneas de investigación versa sobre la soledad en las personas mayores en contextos rurales que sufren la amenaza de la despoblación.

Rivero Jiménez alerta de que “esto provoca que se pierdan los espacios clásicos de ritualidad como las fiestas municipales, encuentros de cumpleaños, el bar del pueblo… y eso acrecienta el sentimiento de soledad".

La soledad no se vive igual en las zonas rurales que en las urbanas

El problema de la despoblación radica en que ya no hay una generación que siga con esas costumbres, esas rutinas, la vida diaria en un pueblo. "Las maneras de relacionarse que habían tenido sus habitantes durante generaciones ahora se esfuman porque los jóvenes se van a las ciudades huyendo del desempleo que asola las zonas rurales. Y las personas mayores que se quedan ya no tienen esos lugares de encuentro para relacionarse entre ellos, y con personas de otras edades", explica.

Las relaciones intergeneracionales son una de las grandes pérdidas de la tercera edad, para quien la brecha con el resto de la sociedad no hace sino aumentar a pasos agigantados.

“Vivimos en una sociedad más acelerada e individualista que nunca, obsesionada con la meritocracia donde los más vulnerables son los que salen peor parados, y eso incluye a muchas personas mayores”, opina Javier Yanguas, director científico del Programa de Mayores de Fundación 'La Caixa' y autor de Pasos para una nueva vejez (Destino, 2021).

"En las grandes urbes muchas veces no sabemos ni el nombre de quien vive enfrente", explica Aguilera

“Parece que hemos olvidado que nuestra sociedad se rige por un pacto no escrito entre generaciones, los adultos cuidamos de nuestros hijos pensando en una reciprocidad en el tiempo: que cuando seamos mayores la sociedad cuidará de nosotros”, prosigue este doctor en Psicología. “Pero el ascensor social se ha parado y la gente joven lo tiene mucho peor que generaciones anteriores. Esa cooperación intergeneracional se está rompiendo y eso empieza a ser preocupante”, añade.

Según Yanguas, para solucionar los problemas de soledad y aislamiento hay que apuntar a potenciar las relaciones, un bien cada vez más escaso, a su parecer. “Cada vez tenemos menos hijos y habrá menos apoyo y ayuda en el futuro, nos enfrentamos a una situación que va a conllevar un cambio drástico en los modos de convivencia donde la soledad va a ser cada vez más habitual, si no ponemos remedio vamos a una sociedad cada vez más individualista y menos comunitaria e interdependiente”.

La reciprocidad en el tiempo dice que cuando seamos mayores la sociedad cuidará de nosotros

En este sentido, un estudio de Fundación 'La Caixa' alumbró en 2018 que el 20% de las personas entre 20 y 49 años están en riesgo de aislamiento social por la falta de red de apoyo. Un porcentaje que sube a un 30% en la gente de hasta 65 años, y a partir de ahí se dispara hasta casi hasta el 50%, uno de cada dos.

“Hay que sensibilizar a la ciudadanía, lo hemos conseguido con el reciclaje, por lo tanto no es imposible”, considera Yanguas. “Y hay que construir proyectos comunitarios que creen redes, como el asociacionismo, la contribución al bien común… Ya hay muchos en esta línea que están funcionando, solo tienen que contar con más apoyo de las instituciones públicas locales, que son quienes deben potenciar y financiar estas iniciativas”, concluye.

Una opinión que coincide con la de Miguel Pérez-Lozao, coordinador de Innovación de Médicos del Mundo: “Hay que cambiar el modelo de cuidados, porque las personas mayores tienen derecho a elegir si quieren vivir solos o acompañados, en una casa o en una residencia y, en este segundo caso, no deberían tener la obligación de someterse a horarios tan estrictos”.

Y añade: “Pero para poder atender a las personas mayores como seres individuales con necesidades individuales, y no como un colectivo, hace falta muchos más recursos públicos”.

"El ascensor social se ha parado y la gente joven lo tiene mucho peor que generaciones anteriores", apunta Yanguas

Pérez-Lozao recuerda que la Organización Mundial de la Salud (OMS) tiene una visión holística de la soledad y su relación con la salud psicológica. Lo que conforma no uno, sino tres peces que se muerden la cola.

“La gente aislada vive menos años, ya hay evidencias científicas”, explica. Y continúa: “Lo que no se sabe es si el aislamiento lleva a las enfermedades o es al revés. Esto es, que una mala salud te lleve a aislarte, como por ejemplo una depresión. Ni si el aislamiento social –falta de red de apoyo– lleva a la soledad –forma de vivir– o es justamente al contrario”.

El experto concluye: “Afrontar esta problemática requiere, para empezar, un cambio de actitud por parte de la sociedad; cada vez seremos más las personas ancianas, cada vez más personas llegaremos a esa fase de la vida". Al fin y al cabo, cuando hablamos de la soledad de las personas de edad, no hablamos de nuestros mayores: "hablamos de nosotros y de nosotras”.