Si hay algo inherente a los veranos manchegos es salir a tomar la fresca cuando el sol baja y comienza a dar tregua. La vida social comienza. Los vecinos sacan las ganas a la calle. Unos salen a tomar vinos, otros aprovechan para pasear y otros recuerdan tiempos pasados sentados ante la puerta de casa. Se arma el cónclave.



Hacer la Ruta del Vino de La Mancha y participar de esta tradición te dará mucho más de la vida de lo que te llevarás del verano en cualquier otro lugar. ‘Tomar la fresca’ es patrimonio de La Mancha. Pero si eres de los que le pide un poco más a las vacaciones, no te alejes, aquí tienes planes muy refrescantes para disfrutar del vino, la naturaleza y la cultura. Todo está pensado para que el calor no te impida exprimir el verano al máximo.

1. Visitar las bodegas

Hacer la Ruta del Vino de La Mancha es atravesar el mayor viñedo del mundo. Venir y no entrar a conocer los vinos es como no venir. Dieciséis bodegas son las que forman parte de esta ruta y todas ellas ofrecen planes exclusivos para que tu experiencia en la llamada ‘bodega de Europa’ sea inolvidable. Desde catas horizontales a degustaciones de vino y gastronomía manchega, paseos por los viñedos, catas adaptadas para los más pequeños o minicursos para que te conviertas en todo un experto catador. Cualquier excusa es perfecta para venir: los molinos de viento, las fiestas, la comida, Don Quijote… Pero los vinos de referencia mundial serán los que te animen a quedarte un poco más. Un verano entre viñedos, un atardecer con una copa de vino… las verdaderas vacaciones están aquí.

2. Bañarse en aguas cristalinas

Declarado Parque Natural desde 1979, las Lagunas de Ruidera son el paraíso de aguas cristalinas de la Ruta del Vino de La Mancha. ¡Un auténtico baño de verano! Está formado por quince lagunas conectadas entre sí por cascadas de extremada belleza. El embalse de Peñarroya sirve de entrada al parque. Allí se erige un castillo del siglo XII en perfecto estado de conservación (tiene foso, aljibe, ermita…). Esta fortaleza, asomada sobre el río Guadiana a su paso por Argamasilla de Alba, se puede visitar de forma gratuita. Hacer la ruta de senderismo que comienza en este punto para terminar dándose un chapuzón es un ‘must’ para este verano.

3. ‘Bailar el agua’ en los patios manchegos

Visitar los patios manchegos es viajar al origen de las tradiciones y, una vez allí, aprender su baile. ‘Bailar el agua’ es una expresión que nace del calor. Surge con la costumbre de regar las paredes y suelo para refrescar el patio cuando se recibía una visita para que al entrar no sintiesen tanto calor. Así son los patios manchegos: hospitalidad, historia, belleza y refugio. En ellos el agua parece bailar en el suelo. La Ruta del Vino de La Mancha los tiene por todas partes y visitarlos es conocer las costumbres, la artesanía y la vida manchega. Sus casas se levantan en torno a ellos; el baile del agua se perpetúa. Los más pintorescos están en la Casa de Andrés López-Muñoz (siglo XIII), en Villarrobledo, la Casa de los Mendoza o de la Encomienda (siglo XV), en Socuéllamos, la Casa de la Paca (siglo XVIII), en Pedro Muñoz, la Casa de la Encomienda, en La Solana, la Posada de los Portales (siglo XVIII), en Tomelloso, el Museo Municipal (siglo XVII) o la Casa del Hidalgo, en Alcázar de San Juan o a cada paso que des, en El Toboso. ¡Todos merecen una parada! Especialmente la Casa de Dulcinea.

4. Entrar en las cuevas: casa, cárcel o bodega

Las cuevas son el refugio de la vida a lo largo y ancho de la Ruta del Vino de La Mancha. El calor del hogar en invierno. El fresco en el verano. Embadurnadas en cal proyectan la luz del sol mientras se esconden bajo la sierra de los molinos en Campo de Criptana, sirviendo de vivienda a muchos, en pleno corazón de la Ruta del Vino de La Mancha. Es el barrio del Albaicín y visitarlo es dar vida a la obra más universal de nuestra literatura: el episodio VIII de El Quijote, el de la lucha contra los gigantes. Gigantes que hoy se iluminan al caer el sol, guiando los pasos de locales y turistas que suben por las callejuelas de este barrio atraídos por el fresco del Cerro de la Paz. Allí los molinos alumbran la noche y dibujan uno de los mejores paisajes en los que disfrutar de la gastronomía y vinos manchegos. ¡La noche de verano aquí es magia!



En Argamasilla de Alba, la casa-cueva de Medrano (siglo XVII) es El Lugar. El lugar de cuyo nombre no quiere acordarse Miguel de Cervantes. La historia cuenta que el escritor del Siglo de Oro estuvo preso en esta cueva y fue aquí que se inspiró para comenzar a escribir las andaduras del ingenioso hidalgo. Una manera perfecta de sortear el calor y conocer la historia de la Ruta del Vino de La Mancha, siempre tan vinculada a lo cervantino. En el caserón manchego puedes disfrutar además de la Galería Gregorio Prieto, de exposiciones itinerantes y de conciertos y otras actividades que se celebran en el patio, concebido en su reforma como un corral de comedias que a mediados de agosto acoge unas magníficas ‘Jornadas de Teatro’.



Tomelloso, sin embargo, esconde su mayor refugio bajo sus pies, pues en los cimientos de la ciudad se excavaron miles de cuevas, desde el siglo XIX, a fin de poder almacenar el vino y garantizar que éste mantenía su calidad a pesar del calor del verano. ¡Secretos de la Ruta del Vino de La Mancha! Miles de metros de túneles que se extienden bajo parques y alamedas; infinitos pasillos enmarcados por hileras de tinajas de hasta 6.000 litros de capacidad. Es ‘el otro Tomelloso’, el subterráneo. Puedes explorarlo de forma gratuita, entrando por cualquiera de los accesos que hay por la ciudad. Sin duda, te dará un respiro. Hasta 20 grados menos que en superficie se registra en las cuevas de Tomelloso. ¡Lo que es bueno para el vino es bueno para todos!