José Manuel Peláez Ropero
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La pandemia del coronavirus fue, más allá de la crisis sanitaria, un tiempo de inflexión social. Forzadas a permanecer en casa, como meras espectadoras de un instante en el que la vida parecía más efímera que nunca, fueron muchas las personas, especialmente jóvenes, que decidieron aprovechar el confinamiento para dar un giro a sus vidas e iniciar un proyecto de vida en el que materializar sus propuestas e ilusiones.

Isa y Laura, dos aguerridas hermanas de Daimiel, fueron dos de aquellas personas. Licenciada y Máster en Psicología por la Universidad de Granada, la primera y Graduada en Ingeniería de Edificación por la Universidad de Castilla-La Mancha la segunda, ambas vivían en aquellos momentos sendas trayectorias vitales y laborales que recuerdan mucho a la que describe la escritora y poetisa cordobesa Azahara Palomeque en su libro Vivir peor que nuestros padres (Anagrama): sobradamente preparadas desde el punto de vista académico, pero ejerciendo trabajos precarios que, para colmo de males, poco o nada tenían que ver con los estudios que habían cursado, presas del vacío de identidades generado por el declive de la estabilidad laboral y azuzadas por la ausencia de proyección de futuros.

La eclosión del virus global, en marzo de 2020, las empujó a dar el paso que venían meditando desde dos años atrás. "En aquellos momentos, ninguna de las dos nos dedicábamos a lo que habíamos estudiado. Llegó la pandemia y una situación así mueve la conciencia. Tienes mucho tiempo muerto y te haces muchas preguntas: ¿Por qué no cambiamos de vida? ¿Por qué no regresamos a nuestra tierra? Pero, claro, para volver teníamos que tener un plan. Regresar implicaba muchas cosas. Vuelves con tu familia natal, sí, pero acompañada de tu propia familia, y con una problemática distinta a la que tenías cuando te marchaste".

Café de especialidad de la cafetería Onza. José Manuel Peláez Ropero

"Entonces retomamos un proyecto que venía dando vueltas en nuestras cabezas desde 2018. Ese año, durante un viaje a Praga, descubrimos un café que nos encantó y que no sabíamos exactamente qué era. A nuestro regreso a España, pasábamos los días pensando en el café de Praga. Y decidimos investigar. Fue así como descubrimos que se trataba de café de especialidad, un producto que en aquellos momentos apenas era conocido en nuestro país y que ya se hallaba muy extendido por el centro de Europa".

Un camino plagado de dificultades

Ambas aprovecharon los meses de encierro para diseñar el embrión de su proyecto, una cafetería de especialidad, diferente al resto de las existentes en la ciudad y caracterizada por su cercanía al público, con la estética propia de las construcciones de la Mancha rural.

Una propuesta que, en aquellos instantes de contracción económica, requería de mucha determinación y coraje para salir adelante. "Era un producto muy nuevo y en manos de hombres casi exclusivamente. Hoy, sin embargo, es todo lo contrario, ya que la mayor parte de las cafeterías de especialidad que abren están gestionadas por mujeres". Intentar montar un negocio es siempre complicado, más aún en una ciudad pequeña, de provincias, y todavía algo más si eres mujer. Y joven.

Interior de la cafetería Onza, ubicada en Daimiel. José Manuel Peláez Ropero

"Nos sentimos ignoradas. Aquí nos enfrentamos con todo el mundo, daba igual a quién fuera, desde el fontanero hasta el Ayuntamiento. La gente que venía a trabajar, albañiles, fontaneros, pintores, se quedaban mirando con una sonrisilla irónica y nos decía: ¿pero cómo vais a hacer eso? Seguid mi consejo, que yo sé de lo que hablo, hacedme caso y ya veréis como queda mucho mejor de esta otra manera".

Además, "menospreciaban nuestro proyecto, y el hecho de que una de nosotras tuviera conocimientos de edificación. Y así un día y otro hasta que conseguimos verlo tal y como nosotras habíamos planeado. Pero, si todo el mundo te cuestiona, empiezas a pensar: a lo mejor nos hemos equivocado, quizás tendríamos que haberlo planteado de otra forma. Llegamos al día de la inauguración, en 2023, plagadas de dudas, y era mucho dinero que habíamos invertido en esto".

Comienza la aventura

La acogida por parte de la ciudad fue magnífica. Y ello a pesar de no haber hecho ninguna publicidad, "nuestra publicidad ha sido siempre el boca a boca". A los quince días, la afluencia de gente las obligó a contratar una empleada mientras ellas intentaban gestionar esa respuesta.

"Era una avalancha. Es que no daba tiempo ni a reaccionar. Era tal el agotamiento al finalizar la jornada que no podíamos pensar en otra cosa que no fuera: ya hemos terminado, a ver qué necesitamos para mañana. Y así todos los días".

Interior de la cafetería. José Manuel Peláez Ropero

Poco a poco, la situación fue normalizándose e Isa y Laura fueron efectuando pequeñas modificaciones en su proyecto original. Han organizado catas e introducido una oferta de catering para pequeños eventos privados, de forma puntual.

Pero su filosofía inicial sigue manteniéndose prácticamente intacta. "Desde el principio buscamos ofrecer un ambiente en el que todas las personas, independientemente de su edad, sexo o condición, se sientan cómodas, apreciadas, mimadas, en el que nadie se sintiera excluido, ofreciéndole un producto diferente y de calidad. Y eso pensamos que lo hemos conseguido. A base de trabajo y esfuerzo, pero también de cuidar mucho los detalles. Tenemos una clientela fiel, y muy agradecida, sin la cual sería imposible nuestro concepto de negocio".

Una filosofía de vida

Más allá del proceso de aprendizaje personal, estos dos años han afianzado el concepto que ambas tienen del barismo como "una filosofía de vida, tu propia filosofía de vida". Son conscientes de que en estos momentos el sector vive una etapa de apogeo, que algunos expertos no dan en calificar de burbuja. Pero también intuyen las oportunidades que abre este proceso.

"Para mí, con el café de especialidad sucede algo parecido a lo que acontece con el té matcha, todas las personas te hablan maravillas de él cuando hace apenas dos años prácticamente nadie lo conocía. El barismo ha ayudado a democratizar el consumo del café de calidad, y esto es algo de agradecer. Y pensamos que aún se puede avanzar en esta línea, como ya empieza a apreciarse con la expansión del negocio".

Productos que se sirven en la cafetería Onza. José Manuel Peláez Ropero

Cafetera para la elaboración del café de especialidad que sirve la cafetería Onza. José Manuel Peláez Ropero

Aun así, ellas saben que este es "un oficio artesano, en el que aprendes algo nuevo todos los días. Por eso, siempre están abiertas a nuevas iniciativas que favorezcan la participación del público, a las que aún confiesan estar "dándoles forma".

Todavía hoy, nos siguen preguntando por el "jefe"

Han pasado dos años desde la inauguración de Onza, tal y como ellas la concedieron y, en líneas generales, el balance es francamente positivo. "Estamos muy satisfechas con los resultados obtenidos, aunque sigamos pidiéndonos cada día un poquito más".

Cara al futuro, siguen apostando por la evolución, personal y del negocio, con especial atención al trato ofrecido a todas las personas que pasan por su local. Aunque de vez en cuando afloren ciertos tics que creían superados. "Han pasado dos años y, todavía hoy, hay personas que aparecen por la cafetería, repartidores, trabajadores que vienen a reparar alguna avería, se te quedan mirando y te preguntan: ¿el jefe? ¿el responsable? ¿el encargado? Y cuando les respondes te devuelven una mirada extraña, como si fueran incapaces de imaginar que este local pudieran gestionarlo dos mujeres".

Viejos fantasmas, de honda raigambre en el imaginario colectivo que contrarrestan con la reacción de la mayor parte del público, especialmente de ese setenta y cinco por ciento, aproximadamente, de mujeres, que integran su clientela, muchas de las cuales acuden a tomar café después de hacer la compra en el mercado, "y que nos animan a diario en nuestro trabajo. Porque la mayor parte de los que vienen preguntando por el responsable no suelen regresar. Pero esas mujeres que nos regalan cada día una sonrisa, esas sí que vuelven".