“…vuelvo a mi hogar, entre mi gente encontraré la felicidad”. Recurro a Miguel Ríos para iniciar esta columna, que el cantante granadino escribió para homenajear a su ciudad natal. Y lo hago tras alguna semana sin acudir a mis citas semanales con los lectores de EL DIGITAL, ocupado en recorrer el Camino de Santiago desde Oporto donde igualmente hallé ventura. Un Xacobeo que se prolongará por las especiales circunstancias de la pandemia hasta 2022, para así facilitar el peregrinaje de miles de personas de todo el mundo. Pertrechado adecuadamente para la ocasión, aunque del transporte de la pesada mochila –uno ya no está para esos trotes- se ocupaba una empresa especializada, inicié el recorrido por la costa atlántica de una manera bien animada. Por esos días, la localidad portuguesa se llenó de miles de hooligans que acudieron hasta allí para presenciar la final de la Champions entre el Chelsea y el Manchester City. Una contienda que se saldó con la victoria de los londinenses, mucho alboroto callejero, litros de cerveza vertidos, pero con las alforjas llenas de los hosteleros portuenses que hicieron en esos días más caja que en los tres últimos meses, según manifestaciones del sector.

Labugre, Póvoa de Varzim, Viana do Castelo… en Portugal, y Baiona, Vigo, y Pontevedra en tierras españolas hasta llegar a Santiago de Compostela. Un recorrido con escasos peregrinos como me reconoció con pesar don Manuel, párroco de Santa María La Real de Oya, que al sellar la credencial del peregrino me numeró como el 50 que este año había accedido al templo para acreditar mi paso por la localidad pontevedresa. Una cifra ínfima a juicio del sacerdote en comparación con los años anteriores a la pandemia, incluso a pesar del jubileo otorgado y otras gracias concedidas para la ocasión. Mas sostuve ante el cura que no todos los peregrinos acuden a templos y catedrales a sellar su credencial pues la mayoría, según pude comprobar, asisten a tabernas, posadas o albergues para estampar su acreditación y, de paso, aliviar el espíritu y aminorar el cansancio.

Los años previos a la pandemia llegaron hasta Santiago por todos los caminos ciudadanos de más de 150 países y este año, aún sin recuperar el tono habitual de peregrinos, espera recibir más de 200.000. Romeros que pagan gustosos sus buenos diezmos a restaurantes, albergues, hoteles, comercios, guías… por realizar el Camino. No lamente por tanto Don Manuel el escaso bagaje de peregrinos que acuden hasta su parroquia para sellar su credencial y, de paso, poner una vela al santo o depositar su óbolo en cualquier de los numerosos cepillos instalados. La mayoría de los romeros prefieren hacerlo en otros santuarios más animados y rentables para la causa. En efecto, el Camino se ha convertido hoy en un fenómeno que, a su pesar y respetando también a los que pretenden salvaguardar sus esencias religiosas, va más allá de lo meramente espiritual. Un acontecimiento de extraordinario calado económico para los territorios donde transcurre, incluso sin necesidad de pisar iglesias, templos o catedrales.