Se alzan voces últimamente para elevar a los altares ministeriales al consejero de Agricultura, Agua y Desarrollo Rural de Castilla-La Mancha, Francisco Martínez Arroyo, si bien sospecho que el “beato” no está por los oropeles institucionales. Miembros destacados del partido, del Gobierno regional, incluso del presidente de la Comunidad, y hasta EL DIGITAL CLM, destacan las cualidades políticas y de gestión desarrolladas hasta ahora por el señalado para poder desempeñar el cargo de ministro de Agricultura del Gobierno de la nación. Mas como suelen decir los entrenadores cuando su nombre suena en las quinielas como objetivo de los grandes de LaLiga Santander, se agradece el interés, “pero yo ahora me debo a mi club”.

No le faltan, en efecto, cualidades al consejero castellano-manchego para desempeñar con garantías la cartera de Agricultura de este país, mas corren tiempos convulsos para postularse al cargo, incluso a pesar de semejantes padrinos y elogiosas referencias. Un Gobierno de la nación que se antoja todavía incierto, incluso irrealizable, y donde las carteras ministeriales más que por méritos profesionales se adjudican en función de los diferentes pactos que puedan alcanzarse entre partidos, incluso con candidatos sin experiencia ni preparación alguna.

Como buen conocedor de la trastienda política, el presidente de esta Comunidad, Emiliano García-Page, bromeaba también sobre esta posibilidad, consciente en su interior de no dejar escapar a pieza tan valiosa de su Gobierno, menos aún para un hipotético gobierno presidido por Pedro Sánchez.

Hiberne por ahora Martínez en el Gobierno de Castilla-La Mancha donde tan bien se reconoce su capacidad para administrar las subvenciones comunitarias, desarrollar la industria agroalimentaria regional, con mucho camino aún por recorrer, lidiar con un trasvase que ahora, como las series de televisión, se anuncia el último capítulo de una secuencia interminable, y también con los operarios de Geacam y algún que otro colectivo incordiante. Materias, todas ellas, en las que el consejero ha demostrado sobrada solvencia y eficacia para solventarlas. Una trayectoria bien distinta a la de una futura Administración del Estado donde se antoja que la incertidumbre y falta de solidez serán constantes y efímeros sus componentes.