Sabemos muy bien que la atracción comienza por lo físico. En ocasiones, cuando aún no conoces a alguien personalmente —como ocurre en las aplicaciones para conocer gente u otras circunstancias aisladas—, puede que algo te guste al principio y te enganche, pero luego, al ver a esa persona en directo, la magia desaparece.
Está muy extendido el culto al aspecto físico: gimnasio, cremas, cirugías… un cuerpo que deslumbre. Pero la apariencia física es solo una primera impresión, una "chispa" inicial que pronto se apaga si no la acompañan otros ingredientes emocionales y cognitivos: la forma de ser.
Lo que mantiene vivo el interés por alguien no es lo físico, a menos que busques compañía solo para divertirte un tiempo en la cama. La psicología contemporánea ha demostrado —y yo también lo siento así en mi propia experiencia— que lo que realmente atrae es la admiración.
Es ese sentimiento profundo de valorar a alguien por lo que es, por cómo lucha, por lo que logra, por cómo piensa y resuelve problemas, y por lo bien que te sientes a su lado. Es algo magnético que anula lo meramente estético. Abarca virtudes, sensibilidad, inteligencia, sentido del humor y coherencia entre lo que dice y hace. Admirar a tu pareja es maravilloso: crea una atracción intensa y duradera.
Si además de la admiración hay atractivo físico, ya hablamos de la crème de la crème. Sin embargo, los vínculos duraderos dependen de algo más profundo que un cuerpo de escándalo. La psicología y la experiencia muestran que las relaciones basadas solo en lo físico agotan el estímulo de la atracción con el tiempo. La persona deja de ser un descubrimiento y pasa a preocuparse constantemente por mantener su aspecto, porque otra cosa no aporta. Aparece la rutina y, sin admiración, no queda mucho más que esperar.
La verdadera atracción surge cuando respetamos y admiramos al otro. Valorar profundamente a alguien es emocionalmente nutritivo: estar con esa persona te llena y no te cansas. Admirar significa: "Me inspiras, me enseñas, me gustas no solo por cómo te ves, sino por cómo eres y quién eres".
Hay algo importante a tener en cuenta: si las cualidades de tu pareja se perciben como competencia, en lugar de admiración se genera envidia. Surgen comparaciones constantes y luchas por la superioridad, lo que indica baja autoestima. La admiras en tu interior, pero no se lo reconoces, e incluso la menosprecias para sentirte superior. Aquí empieza una relación tóxica que traerá muchos problemas.
Cuando sentimos auténtica admiración por alguien:
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No nos sentimos amenazados.
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No entramos en comparaciones constantes.
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No luchamos por “ser suficientes” ni nos sentimos juzgados.
Admirar a alguien no es sentir que es más que tú. La admiración sana:
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Disminuye la ansiedad: esa persona nos hace sentir más seguros gracias a su criterio y coherencia.
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Aumenta el deseo: sentir amor y admiración hacia alguien intensifica el deseo sexual.
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Genera vínculos sin envidia ni competencia: no hay celos crónicos, inseguridades ni comparaciones.
La psicología especializada en relaciones explica que cuando el vínculo se basa solo en lo visual, el intento de mantenerse a la altura y compararse es muy alto. Esto genera celos obsesivos, inseguridad, desgaste emocional, búsqueda constante de validación y miedo al rechazo. Por tanto, la admiración es un antídoto contra la inseguridad.
Si la atracción y el vínculo surgen de la admiración, no hay competencia con otros cuerpos ni apariencias. La atracción permanece. Eso sí, esto solo ocurre en personas con madurez emocional que no se sienten desplazadas por alguien genial, pues la falta de autoestima generaría problemas.
Intentar describirlo ya es bonito, pero sentirlo es aún más excepcional, gratificante y estimulante. No estés con nadie si no lo admiras: la relación será a medias y traerá problemas futuros, que siempre son más fáciles de resolver si no sientes competencia con el otro.
¡Mejor disfrútale!
Ana M. Ángel Esteban es psicóloga y sexóloga con consulta en Toledo.
