Aquella crisis inmobiliaria ya queda lejos. Hay que echar la vista atrás 17 años para hacer un esfuerzo y recordar aquellas noticias en las que se nos informaba de que la venta de viviendas había frenado en seco, que se empezaban a acumular impagos de recibos hipotecarios, que llegaban los despidos de los profesionales de la construcción y de otros sectores, y que grandes y pequeñas constructoras, así como cajas de ahorros y bancos, entraban en quiebra.

Si nos retrotraemos a aquella época, recordaremos cómo muchos promotores que habían formalizado préstamos hipotecarios para construir promociones de 25, 80, 100 o más viviendas se quedaban sin compradores y, en consecuencia, sin consumidores que pidieran dinero al banco para adquirirlas. De esta manera, las promociones de chalés o pisos quedaban sin piedad a medio construir, ya fuera al 30 %, al 60 % o incluso finalizadas al 100 %, pero sin nadie que quisiera —y pudiera— pagarlas.

Lo que vino después ya lo sabemos: las que fueron terminadas se ocuparon ilegalmente y las que quedaron a medio construir sencillamente se convirtieron en un recuerdo —estéticamente feo— de un proyecto truncado, como de otro tiempo en el que “sobraban viviendas”.

Como sabemos, muchos de esos activos tóxicos —esto es, préstamos bancarios que los promotores y constructores dejaron de pagar— fueron adquiridos por la Sareb en el año 2012, una sociedad creada por decreto del Gobierno con fecha de fin en 2027. Otros edificios inacabados fueron colocados por los bancos a fondos de inversión o, directamente, los propios bancos crearon empresas vehículo para la gestión de esos activos y excluirlos de su cartera.

Durante los años posteriores a aquella crisis inmobiliaria y financiera, esos edificios sin terminar permanecieron inmóviles hasta que los inversores decidieron empezar a comprarlos a partir de 2021, con el aumento de la demanda de vivienda espoleada por los efectos de la pandemia. Este producto empezó a ser rentable por cuestiones de tiempo: en la mayoría de los casos, los edificios contaban con su expediente administrativo y urbanístico y con su licencia en el ayuntamiento, lo cual ahorraba tiempo en burocracia y, a su vez, en los plazos de construcción y fin de obra, de tal manera que la inversión realizada retornaba en unos periodos relativamente cortos. Los edificios más atractivos eran aquellos que presentaban un mayor porcentaje de construcción y por los que se "peleaban" los inversores; sin embargo, aún quedaban algunos que apenas estaban al 10-15 % y que nadie quiso comprar.

De esta manera, a través de la inversión privada y, en menor medida, de la Sareb (actualmente con más del 50 % de capital público), se han ido terminando y reacondicionando aquellos esqueletos que quedaron como un lejano recuerdo de la crisis financiera e inmobiliaria de 2008.

A día de hoy, la mayoría de aquella obra sin terminar ha sido rehabilitada y puesta a la venta o en alquiler para particulares en el mercado inmobiliario, retrasando la necesidad de construir nueva vivienda y aprovechando los recursos existentes. Si bien dicha rehabilitación no ha solucionado el problema estructural que presenta la actual crisis de vivienda, sí ha repercutido en mejorar el paisaje urbano de ciudades y municipios más pequeños, que habían llegado a ver cómo en esos edificios se acumulaba basura o escombro y entraba gente desconocida a realizar actividades insalubres.

La compra de este tipo de inmuebles no resultaba siempre fácil en cuanto a la documentación de la obra, los proyectos y licencias necesarios para reiniciar el proceso. Asimismo, en la mayoría de las ocasiones, los propietarios de estos edificios no podían venderlos al precio en que los tenían tasados en 2008, sino que han tenido que rebajarlo, mientras que los inversores han debido asumir el coste más alto de la construcción de estos últimos años, así como la escasez de mano de obra. En todo caso, la operación ha resultado rentable tanto para quienes buscaban vivienda como para quienes la vendían.

Jesús Martín-Delgado es experto en Economía y Derecho de Consumo.