¡Ay que tendrá la primavera que tanto nos trastorna! Porque es así, no lo neguemos, y qué bien nos sienta. Las terrazas se llenan, las calles se alborotan, hay más ruido en los parques y hasta las mejillas en los colegiales se colorean.

Las plazas se llenan de ancianos que, con sus tertulias, alegran las mañanas, y los vendedores ambulantes vocean con más arte sus ventas. Y es que la primavera, con su revender y su canto azorado de gorriones y vencejos, nos hace sonreír y sentir un «no sé qué» en el cuerpo que te da la vida. Aunque estos días andemos medio descolocados con el cambio de hora, que te confunde hasta no saber si debes tener hambre o sueño, porque hace unos días, a estas horas, estabas en otros menesteres.

Se ha encendido la luz del cielo y todo brilla más, hace más calorcito y vamos con las persianas de los ojos a medio subir. Algo se mueve en nuestro interior y transmuta al aletargado humano que, sin querer, busca en el armario otros colores y unos zapatos con más son.

Estamos con más energía, positivos, diría yo, y nos pide el cuerpo hacer planes para esa hora adelantada que nos han colocado y que hace que las tardes cundan más. Y claro que sí, la sangre se altera; dicen que es por las hormonas, que nuestro cerebro responde a este cambio natural; si lo hacen las plantas y los animales, no vamos a quedarnos atrás, digo yo.

Unos la nombran oxitocina u hormona del amor, ojo con ello, no sea que nos disloquemos el cuello de tanto mirar. Otros, que es la dopamina, que cumple un importante papel en el placer y sentido de la recompensa. Pues que nos den de ambas en grandes dosis, a ver si se nos van los malos humos, que tanta crisis de ilusión nos está desbastando.

Otros dicen que se trata de la noradrenalina; dicen que nos alivia del estrés, aunque yo no lo tengo tan claro. Porque vamos por la vida como caballos de Atila, sin mirar el caos que vamos dejando a nuestro paso, y dejando bien guardadita la empatía y la asertividad. Así que hagamos que también nos chuten una buena dosis de la hormona noradrenalina. Y me cuentan que otra hormona bien especial es la serotonina, esa que tiene que ver con el estado de ánimo positivo.

La verdad es que mi desconocimiento en estos fondos es inmenso, pero sea por las hormonas o las feromonas, que nos hacen querer ser más llamativos y admirados por los demás, lo cierto es que la primavera nos altera y que lo haga siempre en el buen sentir y convivir. Ya que el coctel molotov que es la suma de todas ellas no debe ser un hecho a no tener presente si la naturaleza nos lo regala, no seamos tan altivos y autosuficientes como para negarlo.

Y si conllevan alegría, ganas de relacionarnos, ilusión por hacer planes y, dicho sea de paso, apetito sexual, aceptemos tal bendición, que ya vendrá el tío otoño para bajarnos los aires.

Pero no todo es tan divino cuando nos visita la primavera, también vienen las alergias a ese polvillo que los bichitos polinizan y la astenia primaveral, porque tanto auge y enervación consume mucha fuerza interior y nos viene, en contraposición, un poquito de tristeza, cansancio e insomnio. Y es que somos vulnerables, queridos amigos, aunque en nuestro pragmatismo y superioridad de seres humanos queramos ir por la vida de intocables la naturaleza nos abraza, aprieta y da arreones, por eso es tan importante que estemos alerta a nuestras emociones y cambios.

La salud mental de todos y cada uno de nosotros no es un juego y, aunque jocosos cotorreemos de todos estos altibajos que sufrimos, a veces, pueden ser tropezones que provoquen algún que otro susto. Mirémonos los unos a los otros para ayudarnos en estos procesos.

No estamos locos y sabemos lo que queremos, como decía Ketama, como es el sentimos alegres, positivos, atrayentes y deseantes; pero tengamos la cordura de entender que, tras el gris invierno, no solo existe la brillante primavera, hay matices que tener presentes para no desbordarnos en el efervescente alboroto primaveral.