Dice el refranero español que, dicho sea de paso, nunca falla: «uno no es de donde nace, sino de donde pace». Y esta servidora que hoy se estrena en este magnífico medio de comunicación —momento que aprovecho para dar las gracias a quienes habéis confiado en mí—, tiene un popurrí de amores bien desparramado en este sentido, no se asusten.

Pues, aunque soy gata en origen, a la edad temprana de dos años mis padres se trasladaron a la tierra del ronquío y hace ya la friolera de veintidós años que me acogió la ciudad imperial. De ahí, como muchos, puedo decir que tengo el corazón repartido entre tierras maravillosas.

Porque una es de muchos sitios, es verdad. Pero no solo de donde nacemos, aunque, por descontado, en el documento nacional de identidad así lo diga; ni de donde pacemos, que no cabe duda de que lo somos, sino también del lugar donde se encuentran nuestros seres queridos, yacentes o vivientes. Porque en todos esos lugares queremos, sentimos, sufrimos y nos entregamos; y he de confesar que, en mi caso, me siento parte de todo lugar donde mi corazón habita, lugares donde se gestan los recuerdos que, con el tiempo, incluso llegan a ser casi inventados, cuando la realidad de la borrosa memoria se mezcla con el amor y el perdón que sentimos por todo aquello.

Desde hace un par de años, o quizás más porque la pandemia ha empañado mi memoria de anuario, mi vida se transmutó —y digo bien, porque nada es ya como antes— por un cumplido deseo de escribir. ¡Qué cosa! Ser contadora de historias para entender y responder a las moralejas que la vida te enseña. Y en esa ilusión en la que me hallo, descubro que llevar el cariño que siento a través de la palabra, de mis historias por distintos lugares de España y fuera de ella, los hace universales en mi pequeño mapamundi.

Hace dos meses escasos mi sueño se hizo aún más grande cuando fui elegida para un nuevo proyecto editorial, «El Sueño Americano», para que mi novela fuera traducida al inglés. Tal honor también conllevaba viajar a Nueva York, la que dicen es la capital del mundo. Y se estarán preguntando qué tiene esto que ver con el origen de una o su pacer en la vida. Pues mucho.

Porque en dichas palabras hechas en otra lengua bien distinta van recogidas las tierras en las que mi amor se reparte. Donde nací y viví, donde vivo y donde duermen mis almas bien amadas.

Mi Toledo y mi Jaén, guarecidos en mis páginas, cruzaron el puente de Brooklyn camino del edificio Chrysler donde las vidas de mis ellas y ellos, contenidas en un libro, se convirtieron oficialmente en una novela internacional. Y de ahí, a la librería más universal del mundo: Strand. Y sin darme cuenta, desde ese instante caminaron a lugares de altos cielos donde comenzar a volar.

Cuando se deja atrás el lugar donde se fue niña, hija, hermana y universitaria para ir al lugar donde te haces mujer, madre, amiga, escritora y mil cosas más, te das cuenta de que ya no eres realmente de ningún lugar y eres de todos, que como persona te has convertido en una biblioteca donde se clasifican por edades y lugares tus momentos más memorables, y donde ya no aceptas que nadie cambie ni una tilde sobre los lugares que te han dado tanto.

Es cierto, no se es ni de donde se nace ni de donde se pace ni de donde se encuentran nuestros seres queridos extintos o no; una es de todos los lugares que la han forjado en este medio siglo de vida.