La mayor riqueza que puede tener y disfrutar el mundo, después de la riqueza y variedad de formas de vida, es la riqueza y variedad de culturas y sus correspondientes lenguas. Que de hecho equivalen a tantas otras formas de pensar, sentir, y estar en el mundo.

Si leemos hoy por ejemplo "Sendas de Oku", de Matsuo Bashō, aunque sea en la traducción de Octavio Paz (dos grandes poetas colaboran en ese acto de creación) es porque existe la cultura y la lengua de la que Bashō es hijo, y al leerlo recibimos, como un aire fresco, una interpretación del mundo distinta, que primero nos sorprende, luego nos emociona, y al final nos transforma, como si nuestros sentidos se expandieran y nuestra percepción del mundo fuera a partir de ese momento más rica.

Todo el registro de saberes que hoy acumula la humanidad proviene de una multiplicidad de culturas, idiomas, y lenguajes que constituyen nuestro bagaje y herencia común, a pesar de la diversidad de sus orígenes tanto en el espacio geográfico como en el tiempo histórico. Cada uno de nosotros tenemos esa herencia y ese tesoro cultural a nuestra disposición, más rico cuanto más variado. Por eso el deseo de uniformidad que despliegan las diversas ortodoxias que en el mundo han sido, es tan pernicioso y nocivo, pues intentan convertir ese árbol generoso y frondoso en un arbusto raquítico de secano.

El mito de Babel, que considera esa multiplicidad de lenguas (y culturas) un castigo, procede de una concepción dogmática y uniforme del mundo y su Humanidad. Dicha concepción, guiada primero por el dogma teocrático y después por el antropocentrismo, que en un esfuerzo titánico vino a sustituir al primero (uno y otro pobres e insuficientes), resulta después superada por una visión más amplia y compleja del mundo.

Nos faltaba un conocimiento más avanzado y amplio del Universo y de la vida, para poder dejar atrás esas concepciones estrechas y sesgadas. Hoy la ecología es un marco conceptual que puede darnos una comprensión más certera tanto de la vida como de la cultura (o de las culturas en plural).

¿Se imaginan lo triste, gris, y pobre que sería el mundo si fuera obligatorio interpretarlo solo desde el punto de vista y el modo de sentir católico; o solo desde el punto de vista y el modo de sentir islámico; y no por ejemplo desde el punto de vista y el modo de sentir budista? ¿O que estuviera proscrita una aproximación a la realidad guiada por los principios y exigencias de la ciencia, como de hecho ya ocurrió en otras épocas ya superadas de nuestra Historia? ¿O que la ciencia diera por acabada y cerrada definitivamente su investigación (como otros dan por acabada la Historia) y renunciara a seguir desvelando enigmas y corrigiendo sus propios errores? ¿Se imaginan la pesadilla y los peligros si nos viéramos condenados a una interpretación y manejo capitalista del mundo, en exclusiva y con patente de propiedad ("no hay alternativa" dicen sus apóstoles fanáticos), que deje fuera o incluso prohíba su interpretación humanista, poética, o ecológica?

Pienso en una obra de el Bosco, "El jardín de las delicias", y la primera impresión que recibo al contemplarla es de una riqueza abigarrada, casi lujuriosa, tanto en las formas de vida como en su expresión. Y quizás por ello es por lo que puede llamarse el jardín de las delicias y no el infierno del dogma.

Los biólogos saben que la variedad de formas de vida, la riqueza biológica de las especies, no solo es un espectáculo de belleza que inspira y enseña, es un seguro de vida para todo el planeta, en cuanto que el equilibrio útil y la adaptación a los cambios están así mejor preservados. Otro tanto podemos decir de la diversidad de culturas y lenguas, pues multiplican las formas de interpretar el mundo. Y todo ello multiplica a su vez nuestras posibilidades de comprensión, adaptación, éxito, y supervivencia.

Aquellos que hacen burla de la ecología o les molesta la variedad de culturas, en realidad hacen burla de la vida y nos confirman su ignorancia. No les guía Eros, les guía Tánatos. Los nazis, los fascistas, los bolcheviques, los religiosos dogmáticos, y en definitiva todos los totalitarios, también los totalitarios neoliberales de ahora mismo, que tienen su becerro de oro en las leyes indiscutibles y dogmáticas del mercado, son hijos de Thanatos, e intentan reducir el mundo a sus pobres prejuicios, y encajarlo (a la fuerza) en sus moldes estrechos.

Los nazis por ejemplo pensaban que toda raza o cultura que no fuera la suya, era "degenerada". Por eso sus objetivos de destrucción fueron tan amplios. Sus directos herederos siguen ahí, al acecho.

El episodio de Canet, en que se dirime una coexistencia pacífica en la variedad y riqueza de las lenguas (y como riqueza debe interpretarse esa variedad) tiene un componente indigesto e inadmisible si a lo que conduce es al acoso de una familia, que nunca estará justificado. Aquí el componente político intoxica la cuestión, que debería enfocarse solo desde la perspectiva de la riqueza cultural y la coexistencia enriquecedora.

Casi todos los catalanes manejan castellano y catalán. Yo me considero más pobre que ellos porque de esos dos idiomas solo manejo el primero. Otros países no tienen tanta suerte como tenemos nosotros por disponer y gozar de esa riqueza de culturas y lenguas.

Nuestra historia está trufada de los frutos y los genios de las tres culturas (cristiana, judía, y musulmana). Por eso es digna de admiración y elogio. Conservar y conocer esa riqueza es la mejor inversión que podemos hacer. Pero también están accesibles a nuestro conocimiento otros rasgos más perversos de nuestra historia, cuando el impulso totalitario y dogmático se impone y triunfa. Y es que el ánimo destructor de culturas y lenguas que caracterizó al franquismo (que en esto imitaba a los nazis) no está después de todo tan lejano.

Recientemente hice una primera visita en Salamanca y en el edificio de Fonseca (la antigua facultad de Medicina de aquella universidad), a la exposición "Miguel de Unamuno y la política. De la pluma a la palabra". Entre el abundante material que allí se expone llamó mi atención una foto (de Ceferino Yanguas) en la que se ve a fuerzas franquistas perpetrando una quema de "libros en euskera" ante el ayuntamiento de Tolosa el 11 de agosto de 1936, es decir casi en los inicios de nuestra guerra civil.

Un recorte de prensa, también expuesto, nos informa de la competencia que los falangistas se traían al respecto con los nazis a la hora de reivindicar la primacía y originalidad del invento, por otra parte siniestro, de quemar libros.

Dolidos en su orgullo de bárbaros destructores, los falangistas protestaban que la quema de libros de Heidelberg, a manos de los nazis, o la quema de la plaza berlinesa del Reichstag, eran una imitación y una simple copia del original cuyo mérito debía achacarse a nuestra patria, pues ya en el Quijote (y así lo cuentan para su reivindicación orgullosa), el cura y otras fuerzas vivas de aquel lugar manchego de cuyo nombre Cervantes no quiso acordarse, hicieron una "limpieza" en la Biblioteca del caballero andante para reducirla a lo estrictamente ortodoxo y aceptable (según su estrecho y dogmático criterio). El resto fue a parar a las llamas.

¿Entenderemos alguna vez que la variedad de lenguas, de culturas, y de razas (si es que puede decirse así), nos enriquece?

Lorenzo SENTENAC