Campos de algodón y tabaco. El brasero con carbón de encino. La guerra, el paredón y el presidio. Agacharse hasta romperse el espinazo. El burro y el trajín de la feria. Dejar la casa para hacer recados. Remiendos y zurcidos. Jabón de Lagarto. Años de noviazgo en coches de línea. Coger el Katanga. Beber del botijo. Un polvero de damasquino. Las meriendas en el Valle. La sopa de almendra. El Talbot Horizon. Las plantitas del patio. Misa de domingo en los Carmelitas Descalzos. Las vacaciones de Torrevieja. Noches veladas encuadernando libros para la Catedral y familias de bien. El telediario del mediodía. Mantita con telas del martes. Veinte pesetas para comprar chucherías. Un cerdito de Ruiz de Luna. El caramelo de anís en el bolsillo.

“Cuatro esquinitas tiene mi cama…”. Pachasco, los hijos de los guardeses llegaron a catedrático, enfermera, abogado, profesor y presidente de Castilla-La Mancha. Vajilla de Duralex. La alacena con el Cola Cao y magdalenas. Subir a tender la ropa. Olor a arroz blanco y ajo sofrito. Las macetas de pilistras y geranios. Los visillos donde se cruzan las golondrinas. Servirse la última el plato. ¡Te voy a dar un pescozón!

Curas, cadetes y cuestas. El romero y las sillitas para ver el Corpus. La lluvia que viene por la cocinilla. La virgen del Sagrario. Una partidita de tute. Tarta de chocolate, café y galletas. El paseíto por Alfileritos hasta Zocodover. Los churros Catalino. Tardecitas de toros y telenovela. Mil besos al salir de la guardería. Manzanilla para el dolor de tripita. Melodía de transistor. La Singer cosiendo trajes de faraón, vaquero y diablo. Amor y muchas galletas, de sabiduría.

- Abuela: Anda bolo, no llores. Todo tiene solución en la vida menos la muerte

- Nieto: Lloro de alegría abuela, por poder volverte a abrazar

Quien nace es el último responsable de haber nacido. Ellos no eligieron ser los niños de la guerra, ni los adolescentes de la represión, ni los adultos de la dictadura, ni los abuelos del colapso financiero, la recesión o la demagogia de parbulario. Ellos no se merecían ser el daño colateral ni el último respirador. Ellos eran y son la única generación que ha sacrificado todo, sin esperar nada. Esta pandemia, definitivamente, no estaba invitada al último baile de nuestros mayores.

Mi abuela murió silenciosamente por esa otra enfermedad, llamada cáncer. Peleó el Covid con 90 años y tuvo más suerte que muchos de su generación. Salió adelante y pudo despedirse de sus cinco hijos y diez nietos. Desde pequeña, los doctores decían que tenía el corazón demasiado grande. Tal vez fue eso lo que nos permitió volver a verla y decirla por última vez "Te quiero".

A Gregoria Sánchez Romero Sánchez-Gallego. A todos los abuelos que no pudieron despedirse de sus nietos.

Diógenes Mora García-Page