Dado que Orwell es uno de mis autores preferidos por la simbiosis entre literatura y compromiso social, y debido a que el escritor británico está tan de moda en los últimos tiempos y no hay día que no se le mencione en las redes, más de un amigo y ser querido me ha animado a que escribiera unas letras sobre Orwell y su último trabajo “1984”.

George Orwell, acertado seudónimo de Eric Blair, nació en la India (1903), y aunque fue muy crítico con el comunismo estalinista (que acechaba a nuestra II República), participó en la Guerra In-Civil española en defensa del bando republicano fiel a sus principios democráticos y en contra de todo tipo de totalitarismo, en este caso la Dictadura franquista. Camino a Barcelona, aprovecha de paso una breve estancia en París para visitar a Henry Miller, y en un duro debate entre política y literatura con el escritor norteamericano Henry Miller, le dice: “voy a matar fascistas… lo que está en juego para los escritores es la posibilidad de seguir escribiendo en libertad”, para él una necesidad objetiva y un imperativo moral. Aunque Miller le increpa haciéndole entender que su acción individual no va a cambiar la historia, le ruega que acepte una chaqueta de pana como su contribución a la causa de la República española. Ambos escritores se profesaban mutua admiración.

Conceptos que se reflejan en sus libros “Rebelión en la granja” y “Homenaje a Cataluña”; la primera constituye una violenta sátira contra el colectivismo comunista narrada con animales como protagonistas… Una interesante fábula altamente aleccionadora.

En el fatídico año 1936, Orwell afirmó que su producción literaria había sido dirigida, directa o indirectamente, contra el totalitarismo y a favor del socialismo democrático. Tanto su episodio español como la experiencia estalininista le llevaron a destilar el terror político de la raíz totalitaria y ambos constituirán el embrión de posiblemente la obra literaria de mayor influencia política del siglo XX, su novela es "1984".

“1984” es considerada uno de los prototipos de distopía, y presenta un futuro desolador para el hombre en una sociedad deshumanizada donde tanto el pensamiento libre como el individualismo son aplastados por un Estado omnipresente. El mecanismo represor que sufre atrozmente Winston Smith, vigilado por el ojo catódico (el Gran Hermano), aterrorizado por la habitación 101 del Ministerio del Amor, donde los individuos son torturados no para sofocar un acto de rebeldía, sino con la finalidad de que el arrepentimiento sea sincero. Una terrible visión futurista en la que el Estado controla al ciudadano a través de la tecnología, ¿no les resulta el tema familiar? Como pueden observar, no es tan extraño que este escritor haya vuelto a saltar a la palestra ante la actualidad que estamos viviendo.

Este texto, de moda en la década de los 80 ante los augurios profetizados por el autor, una vez superados los totalitarismos soviéticos con la caída del muro de Berlín entre 1989 y 1990 y desbaratado el edificio soviético, perdió en parte actualidad durante un tiempo hasta que más recientemente tomaron impulso los nacionalismos identitarios e independentistas. Las actuales y perniciosas fake news han venido a sustituir a las consignas del Partido Único orwelliano (Guerra es Paz, Libertad es Esclavitud, Ignoracia es Fuerza). Desgraciadamente 1984 no está tan lejos hasta el punto de ser la profecía que aún nos podemos temer. Esta novela se ha vuelto a convertir en un best seller en EE.UU en los últimos años, desde la llegada de Trump, y también ha sido releída en España y Europa.

A pesar de haber soportado diversos procesos de beatificación tanto desde la izquierda como de la derecha, por tanto abierto a diferentes ecos, lo que está claro es que su obra está marcada por el deseo de que las sociedades puedan otorgarse la dignidad de llamar a las cosas por su nombre, y desenmascarar la perversidad de los clichés del lenguaje político. Orwell desea instruirnos sobre cómo defendernos de la tentación totalitaria de los que ostentan el poder, sean del signo político que sean. Estudiado desde un punto de vista democrático y atendiendo a los Derechos Humanos, Orwell acertó en su antiimperialismo, antifascismo y antiestalinismo.

Este nadar contracorriente por algunos de los ismos de su época (los totalitarismos que definieron desde el periodo de entreguerras a finalizada la 2ª GM), le canjeó continuas controversias, lo mismo que a tantos visionarios, y me viene a la cabeza otro británico avanzado para su época (s.XVIII-XIX), William Blake. Sin embargo, con el beneficio del tiempo, la figura de Orwell parece tocada por la barita que otorga una dignidad esencial al iluminar algunos de los terrenos más oscuros y fanganosos del turbulento y atroz siglo XX. Como todo intelectual que se precie, su lucha literaria y política, su voz penetrante, ilumina a la sociedad como un faro.

“Lo mismo que determinados artistas como Picasso, Chagal y Blume, con el realismo ideológico de sus telas de gran formato (El Guernica, La Crucifixión Blanca y The Eternal City), nos alertaron sobre las inminentes atrocidades: los bombardeos de los nazis, la persecución de los judíos o el auge del fascismo italiano…

¿No aprenderemos nunca de esos faros de la sociedad –término orteguiano-, esos intelectuales, filósofos, artistas y visionarios que nos avisan de los riesgos que corre la Humanidad si nos dejamos llevar por los fanatismos del tipo que sean (totalitarismo, racismo, nacionalismo, religión), las injusticias y la sinrazón?”.

Con estas reflexiones finalizaba Mi paseo por la Belle Epoque y las Vanguardias.

Jesús Romero Guillén. Traumatólogo