Romántico y maravilloso John Ford

El devastador e inmenso final de “El hombre que mató a Liberty Valance” no es más que la majestuosa coronación de una de las mayores y más redondas obras maestras del cine, una sorprendente escalada de John Ford a los pliegues de la condición humana a través de dos vertientes inseparables y que se impulsan y se estorban mutuamente en el camino del futuro y el progreso: la naturaleza social y política del hombre, y su permanente lucha consigo mismo y sus ambiciones de poder y dominación, frente a la voluntad individual de defender los valores en ese ruedo de fuerzas contrarias que parece el eterno destino de la humanidad. El hermoso pero intrincado camino de vivir la vida e ir mejorando el mundo. La película, con su enorme sentido de tragedia y su punto de desesperanza en aquel salvaje oeste de los Estados Unidos a caballo entre las pistolas y la civilización, tiene algo muy grande de homenaje a la libertad y la ley y, a la vez, de desprecio absoluto a la fuerza bruta y el mal como ejes de la vida en sociedad. La razón frente a la injusticia y el caciquismo, o sea, la necesidad de despertarse contra la opresión que siempre amenaza a la humanidad. Pura batalla romántica. Western de 1962, la película deJohn Ford es absolutamente moderna y pone en pie, como un monumento, un discurso impecable a través de un fascinante despliegue de personajes sensacionales (inolvidable el periodista Dutton Peabody) encabezados por James Stewart y un todopoderoso John Wayne que lo llena todo como un gigante. Maravillosa y memorable película. John Ford, ¿el gran director de cine de todos los tiempos?

Periodistas en la Segunda República

Ah, el periodismo, oficio imposible y canalla. Me gusta espigar, de vez en cuando, en la vida de los grandes periodistas. Particularmente en aquellos periodistas españoles que vivieron el advenimiento de la Segunda República y que, de una forma u otra, vieron sus vidas impactadas por esta etapa histórica de España, tan legendaria como controvertida y con ese final desgraciado. Una de las grandes tragedias españolas. El periodismo de la época, tan condicionado por los sesgos ideológicos y las posiciones políticas, tan de secta y partido, y que a ratos tanto me recuerda al momento actual, luchaba a duras penas por la libertad y el salto modernizador de la profesión, en sintonía con la ilusión inicial que en tantos españoles despertó la República y que después se trastocó en esa profunda decepción provocada por el radicalismo y los desencuentros. “No es esto, no es esto”, que dijo Ortega. Tengo ahora entre manos una soberbia edición de Xavier Pericay, con prólogos de Arcadi Espada, Xavier Pla, Andrés Trapiello y el propio Pericay, que recoge las circunstancias personales y profesionales de cuatro de los mejores periodistas españoles del pasado siglo y un relato de la época de cada uno de ellos. A saber: Josep Pla y “Madrid. El advenimiento de la República”, Manuel Chaves Nogales y “Los enemigos de la República”, Julio Camba y “Haciendo de República” y, por último, “La República sin republicanos. Comentarios libres” de Agustí Calvet, bajo el conocido pseudónimo de Gaziel. El primoroso libro al cuidado de Pericay se publicó en Destino en 2003 bajo el título general de “Cuatro historias de la República” y vuelvo a él instintivamente, cada tanto, para quitarme las telarañas de la cabeza y recordar algunas verdades, entre ellas los porqués del periodismo y qué pasiones me llevaron un día a dedicarme a este loco oficio. El más bello y noble del mundo, según pensé durante tanto tiempo.

La luz de Nick Cave

Arrastra oscuridad y tragedia, pero Nick Cave es un compositor apasionado que me fascina desde hace muchos años. Algunas de sus canciones son maravillosas, poéticas, luminosas. Geniales y conmovedoras. También difíciles y de lenta interiorización, como de noches solitarias bajo las tormentas o amores desgarrados e inolvidables. Nocturnas, dramáticas, buscándole a todo el sentido o quitándoselo en la pura transgresión. Cave es un músico duro y personalísimo, no sé si en sintonía con otros “raros” como Lou Reed o Tom Waits y este tipo de artistas rompedores pero magnéticos que terminan siendo imprescindibles en algún momento de tu vida. No soy un experto en la obra de Nick Cave y su banda The Bad Seeds, tan sólo escucho sus canciones, entro un poco en su vida, traduzco algunas letras y me dejo llevar. Caveno tiene género porque él es su propio género, y su forma tan personal de componer, de pensar, de cantar y de escribir no te dejarán indiferente. Hace mucho tiempo que llevo en el corazón, creo que para siempre, una de sus canciones más bonitas y enternecedoras, fascinante e inconfundible desde las primeras notas del piano: “Into my arms”, algo así como "hacia mis brazos", una declaración de amor que puede darte escalofríos. Mantened vuestras velas encendidas y que esta preciosa y sencilla obra perdure sobre el tiempo y las generaciones.

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