España se precipita por un acueducto donde las luces se encienden y el mundo es de colores. Poco importa la guerra, la carestía y lo que venga si Messi mete goles, el Mundial se prolonga, los pajarillos cantan y las nubes se levantan. Mientras tanto, la mayoría de Gobierno se consolida en su Tercer Año Triunfal a ritmo de trompetería y agit prop, verdadera disciplina en la que los partidos de izquierdas alcanzan máster del universo. Da igual que una ley ponga en la calle a violadores o se falseen los datos del paro con los fijos discontinuos. Se cumple aquí la máxima de la siniestra de hacer con la realidad un trapo y edificar un monumento de Bernini en los papeles y el metalenguaje. Aunque luego venga el Muro y se derruya y contemplemos Berlín en el hambre y las cenizas.

Ha dicho Ignacio Camacho que Sánchez ya tiene a su Torcuato, Cándido Conde Pumpido. Se trata de desarmar todo el edificio constitucional por dentro sin tocar una coma de la Carta Magna. De la ley a la ley dejando el esqueleto carcomido por aluminosis. El edificio aguanta aunque el emperador vaya desnudo, porque Tezanos se lo dice y lo canta. Pedro entra en la historia por ser el chamán de Franco y Lambán se lamenta de lo que hubiera sido la vida si otro galla cantara. Fredo, no vuelvas a ponerte contra los intereses de la Familia.

Así las cosas, Pedro camina hacia el puente de la Tercera República, una mezcla de la Primera y la Segunda, con el cantón de una y el odio de otra. Se puede llamar fascista en el Parlamento al primero que pasa por la puerta, pero no filoetarra a quien verdaderamente lo es. Vale que Ana Botella llegara a la alcaldía con el apoyo político de su marido, pero no que Irene Montero haya gozado de algún tipo de favor gracias a su relación con Iglesias. Es la doble moral de la izquierda, el embudo sagrado, la viga en el ojo propio ante el que luego se hacen las damiselas ofendidas. Las sales, las sales, que la señora se asfixia y se ahoga.

Si España quiere echar a Pedro Sánchez deberá arremangarse como en su día lo hizo el Psoe en el mítico Comité Federal. Los brazos en alto de Vaquero eran la intuición evidente de lo que ya entonces se sabía. Pedro pactaría con independentistas y republicanos para propiciar un cambio de régimen. Es lo que está sucediendo en nuestras pantallas, ante los ojos impávidos de una nación que, o reacciona, o volverá a meterse en el túnel negro de la histeria. Pedro ya ha echado la cortinilla. La polarización la alienta él, aunque luego la izquierda haga creer que es la derecha. Vox no es más que la reacción ante Podemos y después su alimento. Y Sánchez le da la vuelta al hámster y su rueda, pensando que siempre en España habrá más votos totales de izquierdas que de derechas. Ese es su verdadero plan y la tramoya convencida. Por eso, las elecciones de mayo son una trampa para el partido entero y la ciudadanía, un sinvivir entre votar a los mejores candidatos o dar una patada ya al Psoe en el culo de los subordinados, aunque no tengan la culpa. O la culpa toda.

Los paralelismos históricos los carga el diablo y tanta ley y aspaviento conducen a un régimen de una España contra la otra. El acueducto que ahora comienza es de felicidad y escapada menos para Pedro Sánchez, que trabaja contrarreloj y a destajo para lanzar un puente que lo lleve a la otra orilla del río constitucional. Como Moisés, entrará a pie enjuto en las aguas del Mar Rojo. Y, como en la oca, volverá a tirar porque de puente a puente, le lleva la corriente.