El Alba vuelve al fútbol profesional después de no sé cuántos años intentándolo. La tarde del sábado fue una eclosión inmensa de alegría, llanto y furor a partes iguales. La Mancha respiraba fútbol profundo de nuevo y lo hacía a mil kilómetros de distancia, en el rinconcito de España, donde Rubiales se llevó la final para que ganara el Dépor. Pero las meigas, que haberlas haylas, optaron por el Alba, el queso mecánico de los tiempos de Floro, y un cabezazo soberbio puso el broche a una temporada sensacional. Ahora Albacete volverá a codearse con las grandes ciudades de la España futbolera. Venir acá será un lujo y privilegio para los equipos, pues conocerán la tierra sensacional que los acogerá como ninguna. Los viajes de la afición, la marea manchega; pues solo un mar de amistad, alegría y talento como el que representan los seguidores albacetenses puede inundar de gozo los territorios rivales. Albacete despierta y florece la cardencha dormida.

Tengo a Albacete como una de mis ciudades de referencia. La conocí demasiado tarde, pero la llevo grabada a fuego por dentro, como van las cosas principales de la vida. Ribeteada con bordones y pañuelo de seda verde, que es el color de la esperanza. Esperanza en una ciudad, la más grande de la comunidad, que Azorín bautizó hace un siglo como el Nueva York de la Mancha, vista desde las vías del tren. Albacete es el sosiego de la llanura, la bienvenida del manchego, el cómo verte de nuevo y por qué tardaste tanto. Los albacetenses son espigas de trigo verdadero, manos abiertas y sostén de España. Respira nuestro país empezando por las venas y pulmones de Albacete, el Paseo de la Cuba, la Feria, el Altozano y las navajas. Este fin de semana se ha coronado como capital de la cuchillería y encima el Alba dio un navajazo en Riazor del que todavía se recuperan en Coruña. Como los gitanos de Federico, cantamos y bailamos de madrugada hasta ahuyentar el fuego fatuo que nos devoraba.

Tengo escrito mil veces que Albacete es la Meca de la Mancha, sobre todo en Feria, a donde hay que peregrinar al menos una vez en la vida. En los años que la conozco, he desarrollado intensa amistad y trato con muchos de sus ilustres y ya no entendería mi vida si me faltara Albacete. Galiacho, Ramiro, Manolo Delicado y, por supuesto, todo el equipo de Onda Cero, con Gema, Paloma y Karina, forman parte de mí como el aire que mueve los trillos y vilanos. Emilio del Rey es el abuelo que nunca tuve y me recuerda cuando habla las cosas que decía mi padre. Una comida en el Callejón con Miguel Ángel, un milagro sacado del Evangelio mismo. Albacete es la bondad personificada, el misticismo sin místicos, la llanura y la llaneza juntos. Eres de Albacete en el mismo momento que pisas su suelo, sagrado, distinto, abierto… El albacetense da lo que tiene, porque su condición humilde así lo determina. Inventó los diminutivos para arrancarle un trocejo del corazón a la palabra y hacerla una miaja hermosa. Y su cuna es tan grande que cabe aún más una miajica del alma por los barrotes.

Cuando se estudió el hecho autonómico, alguien dudó qué hacer con Albacete, si dejarla en el Levante o traerla a la Mancha. Hubiera sido dejar la faena abierta y desmochada. No se puede privar a las cosas de su sino y Albacete es Mancha pura e imperecedera por los siglos de los siglos. La prueba del algodón la determina un manchego como yo, de Ciudad Real, que al llegar a Albacete es como si mi madre hubiera engalanado la casa para celebrar mi vuelta. Un latido al corazón, una sacudida al pecho, un zumbido que retumba por dentro levantan mis sienes y las ponen de pie. Albacete es ciudad de primera y la primera de España. Por la A y el orden alfabético, por supuesto; pero también porque es tierra de toreros e insufla aire, viento y barro, la esencia de lo que es, al país del que forma parte y tiene como bandera. Ortega habló mucho de Castilla, pero las alpargatas de España, lo que la sustenta desde abajo y soporta su trono desde la humildad, es la Mancha. Por eso tanto talento; por eso la universalidad, el arte, el toreo, el humor. El genio, en definitiva. Y tanto trabajo, porque siempre lo mismo nos costó el doble.

Se acaba la primavera; si no, diría como el romance, contigo me casaría. Y acabaríamos la boda entre el llano y la cuesta con los miguelitos de La Roda coronando la cima de tu boca. ¡Enhorabuena, Albacete!