Yo sé bien que estoy afuera

Pero el día que yo me muera

Sé que me vas a llorar (José Alfredo Jiménez)

El día que a Pedro Sánchez se le muera el Emérito fuera de España, todo el oprobio sujeto con costuras y alfileres caerá de golpe sobre él. Quizá también sobre su hijo y la nuera, pero la familia no la elige uno; en eso llevan razón los republicanos. La vuelta de Don Juan Carlos a Sangenjo ha sido una catarsis aguardada, una fiesta imprevista, un encontrarse de nuevo. Contra lo que considera la izquierda de caviar implantada sobre la base de nuestros impuestos, no es solo la derecha quien aplaude al Rey Viejo. Muchos de los suyos ya se han dado cuenta de que lo único que pretendían con su discurso pseudorepublicano era la repetición de aquella vieja trova cubana que decía “quítate tú pa ponerme yo”. Y claro, el personal no es tonto y toma nota, igual que los piolines del lindo gatito.

Juan Carlos ha borboneado toda la vida y se le fue de madre al final de sus días, cuando el pueblo lloraba, sufría y notaba el quebranto. Él se subía a elefantes y corinas, sin darse cuenta de que ya no estaba el horno para bollos. Se quemó, se cayó y pidió perdón como nunca nadie otro de su altura lo hizo. Estafó y evadió al fisco, pagó su multa y se la dieron por buena. La Fiscalía le ha buscado hasta lo que no tiene, la zurraspa en los calzones y se ha dado por vencida. Y el pueblo, claro, ahora lo aplaude.

La vuelta de Juan Carlos a Sangenjo es un arrepentimiento colectivo, un cómo es posible, por qué no nos dimos cuenta. El argumento favorable a la monarquía no es otro que lo mismo da que da lo mismo. Con la diferencia de que unos pueden robar, pero otros roban y te quitan la libertad. El debate en España ya no es derecha/izquierda, sino corrupción o tiranía, igual que en la Venezuela de Carlos Andrés Pérez. Lo mismo que la cuestión filosófica de fondo es libertad/igualdad y no otras cuitas. Pablo Iglesias lo supo ver muy bien cuando dijo que la madre de la democracia era la guillotina. Falso completamente, porque como buen demagogo, se quedó con la madrastra, que da más morbo. Pero los auténticos padres de la democracia son la ley y el liberalismo.

La vuelta del rey viejo, en definitiva, me ha llenado de orgullo y satisfacción porque les hemos aplicado la prueba del nueve a todos los indepes y tiralevitas que pueblan el ruedo ibérico. No hay nada más español ni viejo que el cainismo y ellos lo han demostrado con creces. Los rufianes, echeniques y pablines han basado su discurso en el odio y el resentimiento, la división y el maniqueísmo. Y ya es hora que el pueblo les haya dado lectura de la matrícula. Los aplausos y el éxtasis a Don Juan Carlos son el reconocimiento a que fue él, junto a Suárez, Torcuato, Carrillo y el pueblo español quienes trajeron la democracia. Los otros, los vetustos herederos de la caspa y el procés no hicieron nada al respecto. Crecieron entre algodones en lo que despectivamente llaman el régimen del setenta y ocho, el mismo que quieren destruir para quedarse al mando de una goleta. Pero para eso deben hundir el galeón español y eso es demasiado matute.

En fin, han resultado los indepes los más españolazos de todos, pues se han hartado el fin de semana a perjurar, maldecir y llenar de salivazos el suelo gritando cómo es posible. Ellos, que todo lo compran a base del tres por ciento, se revuelven en sus mansiones confiscadas viendo cómo el pueblo, sin que nadie le ponga cuchillo al cuello, aplaude a su rey. En el pecado llevan la penitencia y la auténtica madre, España, es capaz de acogerlos aunque se vuelva madrastra. En suelo español morirán todos ellos, lo mismo que el rey viejo, pues a donde vaya pervivirá la obra colosal que hizo.

Lo referente a Sánchez, Felipe y Letizia solo ellos lo saben, aunque para mí Sánchez quiere ser infanta. La tauromaquia lo explica muy bien y sencillo y dice que hay que cruzarse al toro. España no sabe vivir sin reyes porque nos matamos unos a otros. La desgracia histórica nos contempla desde sus colinas. Por eso es bueno defender al rey, al padre, al hijo y si hiciera falta, al espíritu santo, que es Froilán de Todos los Santos. La canción de José Alfredo, el mayor rancherón del mundo, termina diciendo “… pero sigo siendo el Rey”. Eso es lo que les jode, Majestad.