Las noventa primaveras de Manolo Cerdán son como el toreo de Morante, una gracia divina caída sobre la tierra. Va a cumplir este jueves uno más, con lo cual ya se mete en ciernes hacia los noventa y dos, pues decía mi abuela Macaria con razón que los años había que contarlos anticipadamente, ya que cuando uno dice que tiene tantos en realidad determina que los ha cumplido en su totalidad y se encuentra ya viviendo el siguiente. Sea como fuere, Manolo Cerdán, el galerista, el mecenas, el amigo, el humanista, el talaverano, es una secuoya legendaria, de las que dan sombra fresca en el estío y seguro cobijo durante la lluvia. Su corteza es dura y firme, y al igual que el árbol, se retuerce en sus recuerdos de noventa años vividos en plenitud. Sus amigos somos dichosos de serlo y compartir con él momentos. Un rato al lado de Manolo son tres vidas juntas en una sobremesa.

Ha hecho de Talavera su empresa y entrega, le duele por dentro en el costado del alma y las costuras le revientan cuando sufre la ciudad de su vida. Ver la galería de retratos que puebla su casa es un recorrido por el siglo XX, que él mismo detalla con precisión y dialéctica. Tiene una mente fabulosa y una claridad excelente. Es uno de los mejores conversadores que uno se ha cruzado en la vida y guardo de memoria algunas de sus frases en mi cabeza. Dice que le duele la rodilla y utiliza bastón, aunque pudiera tratarse también de un signo de coquetería. Es elegante como nadie, viste traje aunque haga calor y luce las corbatas sin una sola arruga. Un día me dijo que esas barbas no eran decentes y el sábado me presenté con ellas recién arregladas.

Visitar la casa de Manolo Cerdán, donde tantas líneas ha escrito la historia de Talavera y su cultura, es hacer una peregrinación a la memoria, al encuentro, al amigo. Compartir tiempo junto a Gayarre, Eusebio y César, un auténtico lujo, mientras sobrevuela en el ambiente la grandeza de Gustavo y la sonrisa eterna de Jota. Talavera ha sido tierra de buenos periodistas y grandes artistas. La pasión talaverana se lleva en las venas y recorre de parte a parte cada poro de la piel de Manolo. Vive con Sara desde hace medio siglo o más y todavía se quieren, miran y tratan con cariño y respeto. El otro día estuvo algo pachucha, pero se le encendieron los ojos cuando pasamos a saludarla. Le dije que probara el mazapán de las monjas que traje y prometió hacerlo. A cambio, las sores me dijeron que rezarían por ellos, a lo cual les aduje que lo hicieran por todos, que esas cosas nunca vienen mal.

Talavera tiene entre sus hijos una de las cimas culturales, artísticas y humanísticas de la última parte del siglo XX. Posee el lujo además de que permanece vivo y en perfecto estado de revista. Los homenajes, en vida. La Ciudad de la Cerámica debiera reconocerlo como lo que es, un Hijo Predilecto que la lleva en la mirada. Porque Manolo, la vida y las cosas las mide desde su Talavera y un talaveranismo bien entendido. Es un señor, un galán, un gentleman de sabiduría e ingenio. Si tuviera edad, embarcaría la muleta y cabría en ella toda la tauromaquia, de Joselito a Corrochano, de Morante a Rufo. Habla como los ángeles y su dicción es hermosa igual que los geranios en primavera. Fuma y habla con el compás de los toreros, dándole tiempo al tiempo y construyendo una catedral de sensaciones y armonía. Es un seductor de largo, que abrocha cada uno de sus discursos con el pase de pecho. Porque sabe que la vida es bella, aunque diga que no esperaba llegar al final. El tiempo nos lo ha regalado y sus amigos lo agradecemos. Manolo Cerdán, tabaco y oro en las costillas de Talavera.