Es lo que dice una niña de ocho años a la puerta del cole el primer día de clase. El vídeo se ha hecho viral y condensa con la clarividencia única de los niños, los grandes aliados de la verdad, la tremenda época que nos ha tocado vivir. Ya se habla de generación pandemia y los efectos que el confinamiento, distancia social y mascarillas pueden hacer en ellos. Yo lo veo por mis hijos y sus compañeros... Se han vuelto más recelosos, autosuficientes, maduros y con pocas ganas de salir a la calle. Quieren socializar, pero no saben si les trae cuenta. Escuchan la radio, ven la tele, leen periódicos y redes, y no comprenden este mundo de locos mayores. La verdad es que yo tampoco, cada día menos. Pero como dice la niña, peor es morirse.

No obstante, soy optimista por naturaleza y ejerzo de tal. Preveo, sin embargo, años difíciles debidos a la pandemia y sus efectos en la vida social y económica de España y el resto del mundo. Pese a ello, tal y como dijo Suárez en la presentación de su proyecto de ley de reforma política en el año 76 que abrió la puerta a la democracia en nuestro país, el futuro no está escrito. Y cito a Suárez con intención clara y evidente. En el 76, nadie pensaba que España fuera una democracia y pudiera derribar las estructuras del franquismo. Y, en cambio, lo consiguió por el ansia infinita de tantos españoles en recuperar la paz y vivir en libertad. Digo esto porque la resignación es el peor de los males en los que una sociedad puede instalarse. Y quien esto firma, que tiene dos hijos y las ganas intactas de que vivan mejor que su padre, no se resigna.

Si tenemos unos políticos ineptos e inútiles, echémoslos. Está en nuestra mano. Otra cosa es que los políticos, al igual que los periodistas, sean fiel reflejo de la sociedad que hemos construido y de nosotros mismos. Si gobierna un presidente mentiroso, es porque la sociedad acepta la mentira y la prefiere a una verdad incómoda. La ética indolora de la abundancia en la que hemos vivido varias décadas ha dejado inerme el esfuerzo, la responsabilidad y hasta el propio juicio lógico de las cosas, que ha quedado sectarizado ideológicamente. No cuenta si se hacen bien o mal las cosas, sino quiénes las hacen mal o bien en función de nuestros prejuicios. La derecha no se entera y la van a mandar a galeras.

Solo el replanteamiento real de preceptos básicos y asumidos como dogmas de fe serán verdaderamente efectivos a largo plazo. Lo difícil no es repartir la riqueza; lo verdaderamente difícil es generarla y tener las cualidades y medios para ello. El reparto conduce a la gratuidad y el empobrecimiento; la generación, a las luces, el talento y la libertad. La clase dominante que venía a derribar el mundo ha quitado a los de antes para ponerse ellos, pero ha dejado los pilares intactos. Es más, quiere robustecerlos para que nunca más se caigan y gobiernen ellos hasta el día del Juicio. Solo los jóvenes de dieciocho que abren ahora los ojos a un mundo hostil, ágrafo y sin oportunidades son la verdadera esperanza de que esto cambie. Porque enseguida verán que era todo mentira lo que les contaron en las escuelas, un discurso burgués justificativo de una clase parasitaria que jamás cotizó en la empresa privada. Ellos removerán la gran mentira. Porque peor es morirse y lo último, morirse de pena.