Ahora que casi nadie escribe de toros, a uno le apetece hacerlo más que nunca y desde luego ir a la plaza. De lo primero tiene la culpa la corrección política imperante que es el mejor acicate para que uno se empeñe en llevar la contraria. De lo de ir a la plaza, con más asiduidad que nunca, tiene la culpa el torero de Pepino Tomás Rufo. La tierra tira y muchos aficionados de las Tierras de Talavera han recuperado la ilusión por los toros con Tomás Rufo. Hasta ahora no les ha defraudado.

Ha comenzado la temporada seria en Levante y para allá nos hemos ido a acompañarle en Valencia y Castellón. Ir a Valencia en plenas Fallas no deja de ser un acto de voluntad, porque el sábado la ciudad estaba desbordada por una multitud que en cada esquina remedaba, multiplicándolas por diez, las famosas bullas sevillanas de Semana Santa. Imposible moverse y buscar una dirección. Pero de todo se sale.

La plaza de toros de Valencia está en pleno centro y es una de esas plazas a las que hay que ir al menos una vez en la vida, aunque solo sea por escuchar a las bandas de música que pasan por allí cada tarde y vivir la fiesta como la viven los valencianos. Valencia es una de esas plazas históricas dónde un torero joven tiene que dejar bien claro por qué en su segundo año de matador comparte cartel con las máximas figuras como hizo el sábado con El Juli y Manzanares, y el domingo en Castellón con Talavante y el rejoneador Diego Ventura.

Para los seguidores de Tomás Rufo, hay que decir que uno le vió en la línea del año pasado: tranquilo, reposado, con el toreo de gusto clásico que le valió para abrir las puertas grandes de Sevilla y Madrid, y si cabe, con unos cuantos recursos más en el esportón, pero sin abandonar nunca el toreo de rigor y verdad en los terrenos que engancha a los aficionados.

En Valencia después de cortar una oreja en el tercer toro, tenía de nuevo la puerta grande abierta por su faena al sexto, cuando al parecer se contagió de José María Manzanares y pinchó tres veces. Y digo lo de se contagió porque Tomás Rufo es un torero que sigue las faenas de sus compañeros, como el buen estudiante que toma apuntes sin levantar la cabeza hacia la ventana, que es el tendido hacia Babia. Se le nota su afán por aprender con humildad y aplicar los conocimientos adquiridos, como debe ser en un joven torero.

Aunque lo de las orejas cuenta, porque muchos en el mundillo solo leen las crónicas por el final, en Valencia, con una oreja y una sentida ovación, estuvo tan bien como al día siguiente en Castellón, dónde salió a hombros acompañado por ese monstruo del mundo de los caballos que es Diego Ventura.

Tomás Rufo ha comenzado el nuevo curso con un notable alto, y lo mejor es que uno le ha visto cuajado, muy torero, con ilusión y en la línea ascendente con que terminó el año pasado. Seguro que nos dará unas cuantas buenas tarde de toros.