A uno le ha sorprendido lo que la portavoz del Gobierno Regional, Blanca Fernández, acaba de informar sobre la posición de los médicos de la sanidad pública de CLM con respecto a la realización de abortos: todos son objetores. Cuando alguien en la región reclama un aborto, fuera de los supuestos de riesgo de la salud de la madre o el feto, las autoridades sanitarias derivan a la paciente a dos clínicas privadas de Albacete y Ciudad Real con las que se mantiene un concierto.

Uno está poco acostumbrado a que en las sociedades abiertas y democráticas en que vivimos existan unanimidades tan rotundas, aunque sea en un colectivo limitado. Es difícil obtener el cien por cien de la opinión en cualquier tema. Uno cree que siempre aparecerá un disidente o un excéntrico o alguien que simplemente le apetecerá llevar la contraria y romperá la estadística de congreso del Partido comunista Albanés; un uno por ciento o un cero coma cinco que hará saltar la sensación de vuelta a un paraíso totalitario. No sé porqué, y aunque para uno la sorpresa de la unanimidad médica sea agradable, siento que hay algo que no cuadra.

Está claro que vivimos en una sociedad que mayoritariamente ha optado por considerar el aborto, simplemente limitado por una ley de plazos, como un derecho y los que, como yo, no tenemos claro que eso sea así, no tenemos otra que acatar la regla democrática regida por la mayoría. En este caso, a nadie le obligan a abortar y la mejor reacción contra una ley es demostrar por parte de los que se oponen a ella que es simplemente innecesaria. Esa sería la mayoría válida para acabar con todos los aspectos que nos chirrían. No hay otra.

Pero es precisamente la existencia de esa amplia mayoría social la que le chirría a uno cuando se pide al colectivo encargado en última instancia de llevarla a cabo y resulta que la respuesta es tan contundente.

Quisiera pensar que esa estadística rotunda y unánime del cien por cien de médicos castellano-manchegos ejerciendo su derecho constitucional a la objeción de conciencia proviene, al cien por cien, de ese juramento hipocrático que todos los médicos hicieron con el título en la mano, si es que en esto tampoco no hay ninguno que se salte tan transcendental paso por el miedo de romper unanimidades.

De todas maneras, y aunque uno sospeche también que puestos en el ejercicio de la profesión en la sanidad privada, unos cuantos si que romperían la estadística, hay que agradecer esa rotundidad en la respuesta clásica que la profesión de médico lleva haciendo desde nuestro griegos de siempre. Cualquiera sabe distinguir a un seguidor de Hipócrates de un hipócrita con título.