Ciudadanos, a pesar de su agonía, aún parece conservar un hálito de ese aliento que le llevó a ser el partido más votado en Cataluña. Otra cosa fue la forma en que sus dirigentes, que parecían inventar la cuadratura del círculo, tiraron todos los votos por la borda. El grupo de Ciudadanos en Barcelona ha pedido donar a la ciudad una estatua de don Quijote y la mayoría que gobierna lo ha rechazado. Lo más grave es que entre los que se han opuesto y votado en contra estaba el PSC, la representación teórica del PSOE en Cataluña.

Uno tiene claro que si la iniciativa de Ciudadanos hubiese sido, por ejemplo, instalar una estatua de Woody Allen, como hizo Oviedo con su premiado Príncipe de Asturias, y si es que en Barcelona don Woody no la tiene ya, la unanimidad hubiera sido plena. Es algo de principios y de cajón. En Barcelona y en Cataluña tienen cabida todas las estatuas de dioses, mitos, héroes y canallas, siempre que el bulto redondo que allí se instale no huela a España.

Desgraciadamente se constata hoy que Barcelona fue una de las ciudades más cosmopolitas de Europa y sin duda la mayor de la Península Ibérica cuando en España existía una dictadura y su ejemplo de cultura, tolerancia y manera de vivir y dejar vivir de sus gentes se veían como el ejemplo de lo que podría ser algún día la vida y la convivencia en una España democrática. Felizmente para el resto de los españoles, aquella Barcelona de los setenta en donde se generó el boom de la literatura hispana al otro lado del Atlántico y donde se adelantaba la manera de convivir que esperaban la inmensa mayoría, se trasladó a todo el territorio nacional y desapareció sin dejar rastro de la tierra que parecía haber patentado y experimentado el invento.

Miguel de Cervantes, para el nacionalismo catalán, antes que un escritor universal al que honran desde hace siglos lectores de todo el mundo y que pertenece al acerbo común de toda la Humanidad, es un jodido español y todo lo que se haga para que su obra o el recuerdo de su persona no esté presente en lo que pretenden “su” territorio exclusivo, está justificado.

Don Quijote, desde esa mirada con las “antojeras” de las acémilas que tiran del carro, no es un mito instalado en el Olimpo del imaginario de los hombres y mujeres que lo leen. Es la representación genuina de lo español, y como tal debe ser eliminado de las mentes sanas de los patriotas.

Cualquier día veremos una versión nacionalista catalana del Ingenioso hidalgo en la que don Quijote no pisa Barcelona. Tiempo al tiempo.