No hay día en que no aparezca la noticia de una plantación de marihuana en cualquier punto de la región. Lo normal es que sean plantaciones bajo techo y con enganche ilegal a la red eléctrica, porque a los precios por los que anda el recibo de la luz, producir marihuana con el alta en Iberdrola o ENDESA sería un negocio ruinoso.

Plantar marihuana al aire libre es una temeridad porque entre los drones de la Agencia Tributaria, en busca de cualquier chamizo nuevo que justifique el alza del IBI y los de la Guardia Civil, rastrean hasta la última planta de cáñamo indiano. Pero de todas maneras la agricultura recreativa del hachís, la maría y la grifa está claramente al alza. Si la Guardia Civil localiza doscientas plantas a mitad de su ciclo vital, es que al menos mil conseguirán llegar a la cosecha final. Y también se sabe que cuando alguien siembra un producto es que hay un mercado para ello.

La situación en toda en la región y en toda España indica se parece cada vez más al absurdo que se produjo en los Estados Unidos de Norteamérica con la implantación de la Ley seca: nunca antes se consumió tanto alcohol por aquellos pagos, nunca antes se privó al Estado de una mayor fuente de ingresos por impuestos y nunca una prohibición puso en manos de los delincuentes unos recursos mayores. Desde hace años gente como Fernando Savater, por solo citar a uno de ellos, defiende la despenalización y la legalización del de su comercio para evitar la mayoría de esos perjuicios para todos. Muchos países, incluidos algunos de los estados de EE UU lo han entendido así y desde hace años han obrado en consecuencia.

En cuanto a los perjuicios para la salud está claro desde hace tiempo que el fumeteo de maría es mucho menos nocivo que el consumo habitual de tabaco y alcohol. Otra cosa es que los contrarios a la  liberalización defiendan que  todas esas drogas legales deberían estar prohibidas y que una cosa lleva a la otra y lo mejor es cortar por lo sano. El miedo a la libertad propia quizás tenga mucho que ver con ello y ahí estaríamos de nuevo en la paradoja de la ley seca.

Como en los tiempos de aquella ley, queda claro hoy que la demanda de marihuana en la sociedad  indica que la sociedad ha generalizado su consumo y ha desbordado el afán prohibitivo de los legisladores. De nada sirve no querer ver esa realidad que pone en manos de los dispuestos a infringir la ley un negocio que no debería estar en manos de delincuentes.

Una oportunidad para todos y no solo para unos pocos.