Jesús Fernández Sanz, consejero de Sanidad de Castilla-La Mancha, no ha dudado al identificar los dos grandes centros de propagación de la pandemia en la región: Tomelloso y Madrid.

De Madrid desde hace siglos, ya se sabe que llega todo lo bueno y lo malo. Allí confluían los caminos reales en tiempos de Carlos III y de allí venían las novedades, la Gaceta Real y las epidemias de cólera, a pesar de los intentos del ministro Esquilache y otros guiris ilustrados por lavar la cara y los sobacos a los españoles. A nadie le extraña que ahora el coronavirus también haya tenido su puerta de entrada en España por el aeropuerto de Madrid-Barajas, que ahora se llama Adolfo Suárez y se haya extendido por la Península Ibérica por las autovías radiales. A Castilla-La Mancha le ha tocado un buena parte de esa expansión, como no podía ser de otra forma.

Nadie de Segovia, Guadalajara, Toledo, o de cualquier parte de España es forastero en Madrid, y lo natural desde hace más de cincuenta años, cuando el seiscientos y el piso en Alicante, es que Madrid en un fin de semana, sin necesidad de puente añadido, se vacíe “hacia provincias”, como dicen los cómicos cuando salen de gira. Lo de los corredores del Henares hasta Guadalajara y de la Sagra en Toledo, uno los cuenta como otra periferia más de la capital de España.

Lo de Tomelloso ha sido una de esas fatalidades que siempre se dan en estos casos. El consejero confirmaba que de nueve cepas identificadas del coronavirus, la más letal vino directamente de Haro, en La Rioja, al corazón de La Mancha, diezmó a una familia y abrió su propio corredor de muerte hacia la capital de la provincia. Las cifras de muertos en Ciudad Real ponen los pelos de punta.

Tomelloso es una de esos pueblos manchegos, como Villarrobledo, Alcázar, Valdepeñas… que han traspasado el estatus del poblachón manchego, con que Azorín definía a Madrid, para ser otra cosa. Los geógrafos han inventado el término de agrociudades: concentraciones de población, antes rural, que por el número de sus habitantes, su morfología urbana, sus actividades, su dinamismo económico y social no pueden ser catalogadas como rurales aunque el sector agrario sea la base que alimenta a los demás sectores.

De Tomelloso, casi siempre nos llegaban buenas noticias. En esa agrociudad, dinámica y emprendedora, se concentra la mayor densidad de artista y escritores de primera línea con Antonio López y Francisco García Pavón como referentes para siempre, y de ella nos ha venido siempre también, como de Madrid, buena parte de la riqueza que se reparte por toda la geografía regional. Ahora, desgraciadamente, lo que vino fue un aluvión de malas noticias que uno espera pronto olvidar.