Ahora todo el mundo promete luchar contra el despoblamiento, como juran hacer contra el cambio climático, aunque al menos el vaciamiento del mundo rural, sus causas y consecuencias, son menos discutidas y discutibles, que diría el otro. Nadie discute “la España vaciada” y casi todo el mundo tiene soluciones para ello. Otra cosa es que con todos los medios materiales que las administraciones prometan se resuelva el problema, o al menos se pare la sangría de población que vive en el mundo rural. Para mucha gente que vive en los pueblos la solución es muy fácil, aunque la fórmula no deje de tener una buena carga de ironía: “en vez de protestar en Madrid que se vengan a vivir a los pueblos”. En fin una, solución al estilo Perogrullo, pero que contiene su parte de verdad y de solución.

Hace unas semanas un farmacéutico rural de nuestra región recibía un homenaje del pueblo en el que había vivido-resistido, durante diecisiete años. Los habitantes, de Solana del Pino en Ciudad Real, con sus autoridades a la cabeza, reconocían el mérito del boticario, que se despedía con una emotiva carta en la que firmaba como “ex-farmacéutico para su desgracia” y señalaba las dificultades de muchos profesionales que pasan unos años en los pueblos al principio de sus carreras, pero que no tienen otra que rendirse ante la evidencia. El propio futuro de ellos y de sus familias les lleva a abandonar, lo que sin embargo reconocen y siempre tendrán como la época más feliz de su vida.

En estos días, aquí y allá se celebran jornadas sobre el mundo rural y el despoblamiento en muchos lugares de la región –la última en Sevilleja de la Jara- que han venido a sustituir a las fiestas del ausente de años atrás. La añoranza ha sido sustituida por la reivindicación del futuro en los pueblos. Uno cree que la cosa tiene mal apaño, por mucho que ahora todos los partidos recojan en sus programas la lucha contra el despoblamiento y que a cualquier político en cuanto pisa un pueblo no se le caigan otros conceptos de la boca, más allá de la lucha contra la plaga del vaciamiento y sus consecuencias. Y piensa que tiene mal apaño, porque luchar contra una tendencia como la concentración urbana va mucho más allá de potenciar con medios materiales la mejora de servicios e infraestructuras. Es una cuestión de mentalidad y no solo de “materialidad”, porque incluso muchos de los que tendrían asegurado su futuro en el mundo rural prefieren abandonarlo y vivir de otra forma muy diferente en las ciudades.

Y esa dinámica social y mental inexorablemente se ha impuesto de forma mayoritaria y abrumadora y contra ese tipo de enemigos es difícil luchar. Son cambios que requieren mucho tiempo y por ahora, a no ser en grupos minoritarios y marginales neorurales, esas tendencias no apuntan en el horizonte con la fuerza que sería necesario para parar la sangría.