Dos diarios con la peste de fondo. El de Daniel Defoe es el más citado en estos días y el más fácil de conseguir. El de Samuel Pepys, un diario que ocupa nueve años y en el que la peste de 1665 aparece como un suceso mas, es más raro, pero sin ninguna duda merece la pena y no solo por las referencias directas a la epidemia que asoló Londres e Inglaterra.

Samuel Pepys. Diario 1660-1669.

Los diarios que Samuel Pepys (Londres 1633-1733) escribió a lo largo de los diez años que van de 1660 a 1669 son una de esas referencias clásicas de la diarística y que aparecen citados una y otra vez en los estudios dedicados a la literatura autobiográfica. Su autor los escribió con una constancia ejemplar, mediante una escritura taquigráfica utilizada en la época. En 1825, cuando el personaje, asociado profesionalmente a lo largo de su vida a la Secretaría de Actas de la Armada británica y a la presidencia de la Royal Society, durante un breve periodo entre 1684 y 1686, había pasado al olvido, la publicación de una parte de sus diarios le metió de lleno en la historia de la Literatura del yo con pleno derecho.

Las primeras ediciones, a pesar de hacerse de manera muy fragmentaria, revelaron unos diarios en los que la sinceridad y la autenticidad ganaron lectores y ediciones hasta el día de hoy. Entre 1970 y 1983 se han publicado estos diarios de forma completa en una edición que quiere ser definitiva. En español se publicaron por primera vez en un edición de Lautaro en Buenos Aires, con traducción de Nora Lacoste y prólogo de Paul Morand en 1941 que es la base de la publicación que la editorial Renacimiento de Sevilla realizó en 2003 en 403 páginas.

La que yo he leído durante meses ha sido la edición que Espasa Calpe ha realizado en 2007 con traducción y prólogo de Joaquín Martínez Lorente en 627 páginas. El sabroso prólogo lleva por título “Lo único y lo normal” y que uno, tras leer a Pepys y a su traductor, hubiera titulado “El triunfo de la autenticidad sobre la invención”, por aquello de resaltar su condición fundamental.

Un hombre normal, no un escritor con la pretensión de pasar a la posteridad, anota cada noche minuciosamente lo que ha realizado durante el día y lo hace con la libertad de aquel que sólo escribe para sí mismo y sin ninguna otra pretensión. El resultado es algo que Martínez Lorente acierta a explicar mucho mejor: “El triunfo de la autenticidad sobre la invención”, basada en las cualidades de “sinceridad, dedicación, imprevista oportunidad, feliz coincidencia histórica y una evidente fascinación por la vida” (Pag. 9).

“Retrato de una persona y un tiempo que supera en capacidad descriptiva, riqueza y autenticidad a las mejores novelas e historia (y por supuesto a las novelas históricas)... Sólo alguien con un invencible sentido de la excepcionalidad de su propia existencia, del valor insuperable de cada momento vivido, es capaz de acometer un esfuerzo documental así. Parte del secreto del Diario puede radicar en esa voluntad que se adivina al escribirlo, en el tremendo, superior placer de repetirse en el texto como protagonista de su propia vida…Por un accidente del destino, lo que estaba previsto como diario de un mediocre servidor público en un tiempo oscuro se convertiría en documento de primera mano de un excelente testigo de una época que terminó resultando fascinante” (Pags. 11 y 12).

Según recoge Martínez Lorente, Robert L. Stevenson vio en el Diario “el peculiar logro de su autor, al convertirse en una figura sin paralelo en los anales de la humanidad”, al obtener, sin proponérsela, una perdurable notoriedad literaria” (Pag. 9).

Uno, que con el tiempo se ha hecho lector de diarios, encuentra muy adecuado también la visión que de esta literatura del yo tiene M. Lorente: “La naturaleza del diario, que no es una biografía ni una colección de noticias, sino un registro a veces rutinario, de actividades, de días completos recordados en los que por sorpresa ( como sucede en la vida) algo memorable o significativo “choca” con nosotros, se nos ofrece. Eso es lo que cuenta Samuel Pepys y con esas sorpresas entre ciertos procesos habituales debe el lector sorprenderse agradablemente y encontrar esos momentos o comentarios memorables”.

Opinión que amplía: “El diario como género posee un interesante rasgo: la ausencia de argumento, es decir, la aparente falta de selección y manipulación de los hechos para crear en el lector una dirección, unidad, coherencia y sentido entre los hechos del caótico (y sobre todo abarrotado) curso de la existencia”.

Que ustedes lo disfruten.

Samuel Pepys. Diario, 1660-1669. Traducción e introducción de Joaquín Martínez Lorente. Edit- Espasa Calpe. 2007.

Diario del año de la peste. Daniel Defoe.

Parece que el motivo principal para la escritura de este libro inclasificable, sobre la epidemia de peste que asoló Londres en el año 1665, fueron las noticias que llegaban a Inglaterra en 1720 procedentes de Marsella. De nuevo la peste bubónica amenazaba a Europa. Daniel Defoe (1659-1731) es difícil que recordara el terrible momento; quizás por ello, ante la nueva amenaza, se marcara como objetivo hacer una reconstrucción de lo sucedido. La alusión en los primeros párrafos del libro a la inexistencia de periódicos impresos en la época de los hechos y a su concepción del periodismo es muy significativa: “En aquellos días carecíamos de periódicos impresos para divulgar rumores y noticias de los hechos, o para embellecerlos por obra de la imaginación humana, como hoy se ve hacer. Las informaciones de esa clase se recogían en las cartas de los comerciantes y de otras personas que tenían correspondencia con el extranjero, y sólo circulaban de boca en boca; de modo que no se difundían instantáneamente por toda la nación, como sucede ahora”.

Alguien ha hablado de “documental dramatizado” para definir este texto entre el ensayo, el reportaje sensacionalista y truculento, la estadística epidemiológica, el estudio sociológico, la ciencia ficción… y tantos otros géneros, como al lector caminante por las aterrorizadas calles de Londres, de la mano de Defoe, se le ocurran. Algo de cada uno de esos géneros entra en este libro y, quizás por ello, hay siempre alguien a quien le resulta más cómodo hablar de novela.

Hay quien defiende que Albert Camus se inspiró directamente en este libro para escribir “La peste, aunque lo que se puede afirmar sin ninguna duda es que Gabriel García Márquez, fascinado por el texto, realizó su adaptación para el cine, junto a Juan Antonio Brennan, bajo el título de “El año de la peste”, una película mejicana dirigida en 1978 por Felipe Cazals.

Documental dramatizado, reportaje de reconstrucción histórica o simple panorámica de época, el texto de Defoe sigue teniendo un extraño halo casi trescientos años después. Parece anticipar el clima de esas narraciones extraordinarias de Poe o la realidad de niebla que envuelve al “Drácula” de Bram Stoker. El escalpelo del diseccionador que toca una fibra que difícilmente pertenece a la realidad material.

En los célebres diarios de Samuel Pepys, un hombre que vivió y escribió hasta los actos más mínimos de su vida en ese año, la peste siempre aparece como una realidad que está presente en el día a día, pero con la que es necesario convivir y a veces ignorar mirando hacia otro lado. En este “Diario del año de la peste” la distancia en el tiempo provoca un minucioso regodeo en la descripción, incompatible con el pánico descrito alrededor. Pepysvive el año de la peste y la peste sólo aparece en su vida en el segundo plano al que se relegan los sucesos que es necesario olvidar para seguir viviendo. Daniel Defoe escribe, describe, dramatiza y documentaliza como el hombre que ve muy lejos de sus páginas la amenaza de la muerte. Buen novelista, mediocre periodista.

Daniel de Foe. Diario del año de la peste. Traducción de Enrique Campbell. Prólogo y presentación Françesc L. Cardona. Edt. Edicomunicación. 1977. 224 páginas.