Aunque lo que en esta edición del Diario de André Gide (París, 1859-1951) es apenas un veinte por ciento de su Diario, el lector puede hacerse una idea de la compleja personalidad de este hombre que como dice la autora del prólogo, Laura Freixas, tuvo una vida y una obra, “rica, compleja y contradictoria”: “Educado en una mentalidad plenamente ancien régime, en una religión ferviente y una moral férrea, riquísimo rentista, sin otras ocupaciones que viajar, escribir y la vida de château, gran lector de los clásicos –en particular Goethe, pero también Shakespeare, Montaigne, y hacia el final de su vida Virgilio-, autor de sus propias versiones de los mitos clásicos –Prometeo, Filoctetes, Edipo, Perséfone, Teseo…-, ese hombre que parece salido del Grand Siecle –el XVII- se puso a la vanguardia de alguna de las grandes causas del siglo XX; satirizó a protestantes y católicos; terminó siendo agnóstico; reivindicó la homosexualidad y la pederastia; atacó el colonialismo; se convirtió al comunismo para finalmente abjurar de él, denunciando la impostura soviética. Suya es una frase que podría servir de emblema a este final de siglo nuestro (el XX): “Saber liberarse no es nada; lo arduo es saber ser libre…” (El inmoralista).

No es extraño, pues, que –y de nuevo habla Laura Freixas: “Al final de su vida, la derecha le aborrecía tanto como la izquierda: cuando murió, mientras en España la prensa franquista lo comparaba con Satán, en Francia L´Humanité proclamaba con desprecio: “Ha muerto un cadáver”… Pocos meses antes, en 1947, había recibido el premio Nobel; pocos meses después, en 1952, la Iglesia puso en el índice toda su obra…”.

“Se le reprochaba lo que eufemísticamente llamaban sus `tendencias´, así como su defensa del comunismo y, en general, del pecado. Sólo González Ruano, Pla, Antonio Vilanova, Ricardo Gullón y alguno más dieron notas discordantes –o por lo menos más matizadas- en el coro de condenas….”.

“Muchos se asombran de que Gide, que supo percibir casi inmediatamente en el África negra la opresión colonial, y luego fue uno de los primeros en denunciar el estalinismo en la URSS, se callara en el norte de África”, señala Eric Marty en su prólogo al primer volumen del Journal (Gallimard, París 1996), Marty lo atribuye a los “placeres pedófilos” que encontraba en esos países, y explica: “¿Cómo podía pensar en la liberación de un pueblo que le ofrecía a él su libertad?”.

Si se añade a todo ello la relación tan peculiar que tuvo con las mujeres, a las que nunca consideró su igual en el terreno intelectual, el peso que en toda su obra tuvieron los conceptos de deseo y pecado, en fin, las contradicciones que aparecen a lo largo de toda su vida, no es extraño que sea considerado como un escritor original e irrepetible fuera de cualquier clasificación.

De su Diario se señalan las influencias de Amiel, cuyo Diario lee en la adolescencia, como ocurre con escritores de su generación como Pierre Louÿs, Roger Martin du Gard, Jules Renard, Julien Green y Paul Lèautaud, en cuyo diario es uno de los escritores que más aparece, para bien y para mal.


André Gide. Diario. Selección, traducción y prólogo de Laura Freixas. Ediciones Folio, Biblioteca del viajero ABC, 2004. 344 páginas. Biblioteca Municipal José Hierro de Talavera de la Reina.