El mundo se ha puesto de negro y oro porque se ha muerto El Loco de la Colina, aquel poeta de las palabras fascinantes y alucinadas que nos arrullaba en la noche, y nos robaba el sueño y la pena. Y el frío de aquellos días perdidos ya en el tiempo, invierno helador. Se ha ido Jesús Quintero, El Loco, y una época entera se desvanece con él. Hemos perdido un género, un estilo y una elegancia. El hechicero de los silencios, el loco de la radio que nos trajo la luz y un horizonte al que darle vueltas. Un chiflado maravilloso y solitario, quedito y sensual, susurrante, aullando a la luna desde el mar de la calma. Ha traspasado las nubes y transmutado en mito la voz de los melancólicos y los raros, la fantasía noctámbula de una legión de adolescentes enamorados, la ilusión de un chiquillo errado y confuso que se estremecía ya en los primeros acordes. Qué magia la de aquellas palabras que te confortaban el corazón y te devolvían la fe. Tan hipnótico y tan bajito.

Se han muerto un hombre y un personaje. Mil en uno. El tío que mejor se callaba en la radio. Que paraba el mundo. El que mecía las frases y las suspendía mágicamente en un infinito universo de historias apasionantes. El hombre tranquilo. El tipo adorable que me hizo pensar que no era posible encontrar un medio mejor que la radio para contar la vida, más acogedor y entrañable. Más cercano a los latidos del corazón. Jesús Quintero, El Loco de la Colina, la voz que demostró, con esa fuerza insuperable y ese tono de estrellas, que el solo eterno de una guitarra puede llevarte al cielo y volver, y que, ya puestos, tal vez sea posible robarle un poco de felicidad al tiempo y los días. Maravillosa aventura en la que estamos inmersos. El loco, el extravagante, el perro verde. El excéntrico que me deslumbró y me puso delante embobado el camino de medirle el relato a la vida y vivir para contarla. En los cien años de soledad o en todos los que vengan por delante, que serán acaso por eso mejores y, por tanto, salvados. Historias contadas, días recuperados. No se pierde jamás el día que se ha contado con ese arrollador torrente de pasión o que se ha visto contar al calor de la lumbre. El Loco tenía ese ángel y yo vi el derrotero en el bosque.

Yo quería, yo quise, en fin, decirle al mundo esas cosas y decirlas tan bien, salir a la tierra y romper, aunque luego la vida se quedó en lo que fue y ahí estamos, como siempre sucede. Así que, ahora que se nos ha adelantado El Loco en el viaje final por la Osa Mayor, tocar llorar un buen rato y luego agradecerle a Jesús Quintero haberse dedicado al arte de la seducción y la felicidad ajena, pegados de fascinación a las palabras, embrujados de silencio y noche y enamoramientos. El pasmado viaje de la radio, que es infinito y no morirá. Se ha muerto El Loco de la Colina y se pierde para siempre un tiempo que fue parte de nuestras vidas. Un tiempo de sueños y expectativas. Muere el hombre, pero quedan el recuerdo y la obra, el memorable legado que nos dejó, las palabras al sol de la noche. Iluminadas, poderosas, relumbronas por siempre jamás. Lo suyo fue un homenaje a la vida y a la pasión. A las palabras y el periodismo. Se ha muerto Jesús Quintero. Adiós, maestro. Descanse en paz.