Al Partido Popular no le hacen falta enemigos. Ya se apaña él solito. Su empeño en el suicidio televisado, tan inefable y pertinaz, es una de las señales elocuentes de la estupidez política de nuestro tiempo, que nunca termina de marcharse pero que rebrota como el covid en oleadas y nos deja siempre sumidos en la perplejidad. España atribulada. La batalla de Madrid que tan distraídamente ocupado tiene a este PP en dieta de adelgazamiento convierte en lidercito a Pablo Casado y ha llenado de melancolía a las filas populares que empezaban a ilusionarse con las encuestas. Qué risa. Dispararse en el pie es una costumbre que frecuentan algunos políticos españoles y ahora parece que los muchachos de Génova, metidos en celos con Isabel Díaz Ayuso, se han lanzado a una guerra abierta contra sí mismos que sólo puede terminar en alegrías. Para Sánchez y Ferraz, que asisten incrédulos y felices a este espectáculo que tan eficazmente colabora en disimular los numerosos destrozos de la Moncloa. Las angustias de España ¿a quién le importan?

El cisma abierto entre Casado y Ayuso, un terremoto político a la vista de todo el mundo, alimenta la incertidumbre y el desasosiego sobre todo en las baronías territoriales, que tienen los ojos a cuadros a la vista del pueril dislate en el que andan sus jefes embarrados, esos genios. Acaba de decirlo el presidente andaluz, Juanma Moreno Bonilla, con acento desolado: “La batalla interna de Madrid perjudica electoralmente a la marca PP”. O sea, "el ruido no beneficia al partido", en palabras de Alberto Núñez Feijóo. Es tan obvio que estará resonando en los despachos de Génova con el mismo fundado regocijo que se extiende entre los cuadros de mando del PSOE. No solamente el principal partido de la oposición entra en colisión consigo mismo sino que, además, quiere quitarse del medio a su dirigenta de mayor éxito electoral y cariño popular, artífice de una de las más abultadas derrotas de la izquierda en los últimos años. Ayuso en el corazón. La jugada es tan perfecta, y desvía tanto la atención, que pareciera diseñada desde las centrales de la propaganda del sanchismo, tan ilusionadas con esta campaña que les está saliendo gratis.

Imagino al bueno de Paco Núñez, presidente del PP de Castilla-La Mancha, con el corazón roto en dos mitades gemelas, la tristeza política colgada de la barba. “¿Y tú de quién eres, Paco?”, se preguntará a sí mismo el voluntarista líder de la oposición castellano-manchega, mirando de reojo al presidente socialista de la Junta, Emiliano García-Page, y su irónica sonrisa socarrona con la que otra vez le está queriendo agradecer las aportaciones de los suyos a la causa. Salvar al soldado Núñez, que dice mi amigo Gayarre. Al fin y al cabo, Page y Núñez no son enemigos, tan sólo rivales: los enemigos, ya se sabe, los tiene uno en casa, como Pablo e Isabel, y viceversa, se lo están demostrando a todo España. Venga otra ronda y que siga la fiesta.